miércoles, 6 de agosto de 2014

Presencia de los Reyes en la Semana Santa de 1930


A las diez en punto de la mañana del Martes Santo, entró en agujas de la estación de plaza de Armas el tren cuya máquina conducida por el duque de Zaragoza, hizo su entrada lentamente. El gobernador civil, conde de San Luís se había desplazado a La Rinconada para recibir a la familia regia. Al llegar a la estación, el alcalde les dio la bienvenida. Una compañía del Regimiento Granada hizo los honores. Y todas las autoridades, religiosas, militares y civiles, junto a una multitud incontable que llenaba la explanada de la plaza de Armas.

Del tren descendió el Rey en primer lugar, seguido de la Reina Doña Victoria Eugenia, el Infante Don Jaime y las Infantas Doña Beatriz y Doña Cristina. Se interpretó la Marcha Real, presentando armas una compañía del Regimiento Soria 9, y una escuadrilla de aeroplanos evolucionó por encima de la estación.

La comitiva discurrió por las calles Marqués de Paradas, Reyes Católicos y paseo de Colón, rumbo a los Reales Alcázares. Unos caballistas, al estilo andaluz, se sumaron a la escolta. La plaza del Triunfo y alrededores aparecieron llenos de público que esperaba a los Reyes. A los diez minutos de la llegada de los Soberanos al Alcázar, éstos aparecieron en el balcón principal del patio de la Montería, dándose entrada al, pueblo, que desfiló ante el balcón en manifestación tan nutrida que tardó en pasar cerca de una hora. Era el 15 de abril de 1930. Justo un año después el Rey embarcaría hacia el exilio.
El Miércoles Santo el Rey sus hijas, las Infantas Doña Beatriz y Doña Cristina, se dirigió al Ayuntamiento para presenciar el paso de nuestras cofradías. Acompañaban al Rey y Altezas el duque de Miranda y Spoleto, marqués de Bendaña y el inspector de los Reales Alcázares, señor Asúa. En el palco presidencial de la plaza fue acompañado por el alcalde, señor conde de Halcón, quien le recibió en unión de otros capitulares a las puertas de las Casas Consistoriales.

La presencia del Rey e Infantas en el palco fue acogida por una atronadora salva de aplausos. No se comentó abiertamente la ausencia de la Reina en este acto religioso. Don Alfonso y sus hijas presenciaron el desfile de las cofradías del  Baratillo, Panaderos, Cristo de Burgos, Siete Palabras y Sagrada Lanzada y, terminado el desfile de esta y la jornada, se retiraron a los Reales Alcázares.
Su Alteza la Infanta Doña Luisa, con sus hijas las princesas doña Dolores y Doña Mercedes, estuvo por la mañana en la iglesia parroquial de San Gil, contemplando los pasos de la cofradía de la Sentencia y, singularmente, el de la Virgen de la Esperanza, mas hermosa que nunca, engalanada con su maravilloso manto nuevo, que mereció grandes elogios por parte de las reales personas. Las egregias visitantes, a las que acompañaba la señora viuda de Urcola, fueron recibidas a la entrada del templo por el presidente de la junta de gobierno de la Hermandad, don Ernesto Ollero.

El Jueves Santo SS MM Los Reyes asistieron a los oficios de la Catedral. La Misa solemne la celebró el cardenal Ilundain, al tiempo habían llegado a la Catedral las Corporaciones oficiales bajo mazas, presidido el Ayuntamiento por el conde de Halcón y la Diputación Provincial por el señor Sarasúa. El gobernador civil, conde de San Luis, asistió de uniforme. Los Reyes entraron por la puerta de los Príncipes y fueron recibidos por el clero catedralicio. Desde la puerta de entrada hasta el altar mayor se hallaba extendida una magnífica alfombra antigua.

Brillante página en la historia vivió ese día la Hermandad de las Cigarreras, la escribió nada menos que el Rey Don Alfonso XIII, al salir del Casino Militar, en calle Sierpes, para incorporarse a la procesión de la Virgen de la Victoria.

“Aproximadamente a la una y media de la madrugada –era de rigor solemne que la cruz de guía apareciera al dar las campanadas de las dos– Sus Majestades y Altezas Reales salieron del Alcázar dispuestos a presenciar la salida del Señor del Gran Poder. La Real Familia penetró en el edificio de la Jefatura de Obras Públicas por la puerta posterior, donde fue recibida por el ingeniero jefe, señor Ramírez Doreste, y otras distinguidas personas. Don Alfonso, Doña Victoria Eugenia y sus augustas hijas subieron al piso principal y desde el balcón del centro admiraron el peregrino espectáculo. La muchedumbre apiñada en la hermosa plaza, al advertir la presencia de  Sus Majestades y Altezas los aclamó con entusiasmo. En la cofradía del Gran Poder figuraban como hermanos penitentes los famosos aviadores Jiménez e Iglesias. Y entre las numerosas hermanas que acompañaban al Señor iba la Infanta Doña Luisa de Orleans”.

“Después de presenciar el paso de la maravillosa obra de Juan de Mesa, los Soberanos y las Infantas se  encaminaron al centro para presenciar el desfile de la cofradía de San Antonio Abad. Los Reyes se manifestaban admirados del incomparable tesoro de riqueza y arte contenidos en los dos pasos de tan antigua cofradía y, singularmente, del bellísimo palio que cobijaba a la imagen de María Santísima de la Concepción, el estreno del cual puede decirse que ha constituido una de las notas más brillantes de esta inolvidable Semana Mayor”.

Cuentan as crónicas que “con el desfile suntuoso, magnífico ceremonial de la procesión del Santo Entierro terminó de manera apoteósica “A pesar de lo avanzado de la hora (la Sagrada Mortaja acabó de pasar por la Campana a las nueve de la noche y detrás empezaba a desfilar el Santo Entierro) y de la duración del desfile, el público, con gran emoción, sin asomo de cansancio y pronto a saturarse de religiosidad, esperó el desfile tan deseado de la celebérrima procesión”, ausente durante siete años, pues la última vez que salió fue en 1923.

Presidencia del paso: Su Majestad el Rey llevando a su derecha al señor cardenal y a su izquierda al alcalde de Sevilla. Detrás del paso, palio de respeto, llevado por señores concejales, Universidad de Curas Párrocos, señores dignidad de Capa y Vestuario y las corporaciones provincial y municipal bajo mazas, presididas por el gobernador civil de la provincia, piquete de escolta con bandera y música.

”El desfile constituyó una grandiosa manifestación urbana. Al notar la inmensa muchedumbre que abarrotaba la explanada de la Campana la presencia del Rey, prorrumpió en atronadores vivas a España, a Sevilla y al Rey, sucediéndose las ovaciones y demostraciones de júbilo y adhesión”.
“Más de veinte minutos quedó estacionada la procesión y no interrumpiéndose las manifestaciones de cariño y efusiva simpatía al Monarca, que saludaba sonriente a las demostraciones de afecto”.
“La popular cantaora de saetas Encarnación Fernández La Finito, que durante toda la noche escuchó grandes ovaciones, cantó varias de ellas alusivas al Rey desde el balcón del Café París. La Finito escuchó formidables ovaciones, no sólo como adhesión a su arte, sino por haber sabido interpretar tan oportunamente el sentimiento del pueblo. Fueron las más ruidosas manifestaciones de agrado que escuchó, seguidas de vivas al Rey, que no ocultaba su emoción por tan espontánea, sincera y rotunda explosión de cariño”.

“Al entrar en la calle Sierpes se repitieron los vivas y ya, sin solución de continuidad, a todo lo largo de la carrera. En el Ayuntamiento, Su Majestad la Reina Doña Victoria y las Infantas Doña Beatriz y Doña Cristina  presenciaron el paso del Santo Entierro”. La Coral Sevillana, dirigida por el notable compositor y maestro don Emilio Ramírez, cantó el “Christus factus est” de Goicoechea y “Oh, vos  omnus”, de Victoria. El paso por la plaza de San Francisco adquirió su máximo relieve, constituyendo una soberbia demostración artística y religiosa de insuperable magnificencia y brillantez”.    

“En la Catedral entró la procesión con severo orden, repitiéndose, como antes decimos, las manifestaciones de adhesión al Rey. Allí se disgregaron las representaciones de las cofradías y las oficiales, tornando los pasos, a la iglesia de San Gregorio con los nazarenos de la Hermandad.
“S. M. el Rey, en unión de Doña Victoria y sus augustas hijas, se retiró al regio Alcázar. La procesión constituyó un éxito definitivo y sin precedentes”.

No dejan de ser significativos los entusiastas y sinceros vítores al Rey, por una multitud que, poco antes de un año, dirigiría los vítores a la República con parejo entusiasmo y sinceridad.

Del libro Curiosidades de la Semana Santa de Sevilla de Julio Martínez Velasco

No hay comentarios :

Publicar un comentario