jueves, 3 de marzo de 2016

Grave incidente en la Semana Santa de 1.751.


 Cuando éste recibió la notificación ordenó que la cofradía se detuviese y que de allí no se moviera hasta que se le levantase la excomunión, acudiendo con un recurso a la Audiencia.

En el año 1.749 llegaba a Sevilla el Obispo don Francisco de Solís y Folch de Cardona (después fue Arzobispo de Sevilla entre 1.755 y 1.775 y, posteriormente, también fue nombrado Cardenal)  en calidad de coadministrador del Arzobispado, donde ejercía de hecho como Arzobispo, ya que el titular, el infante don Luis de Borbón y Farnesio, sexto hijo de Felipe V, quien había sido nombrado Cardenal a la edad de ocho años y que, carente de vocación religiosa, ni tan siquiera residía en la Ciudad.

Por decreto Sinodal del año 1.604, las cofradías sevillanas tenían que hacer todos los años, coincidiendo con la Semana Santa, estación de penitencia en la Santa Iglesia Catedral. Cuando las hermandades salían por la Puerta de los Palos giraban inmediatamente a la izquierda y salían por el arco que estaba pegado a la Giralda, así que pasaban por el lateral del palacio Arzobispal.

El Obispo Solís dispuso en el año 1.750, haciendo un requerimiento a todas las hermandades, que todas pasasen por delante de la puerta del Palacio Arzobispal, llamada del Arquillo de Santa Marta, a fin de que pudiese presenciar los desfiles penitenciales desde el balcón principal del Palacio y no desde el coro de la Catedral, como era costumbre inveterada.

Esta novedad causó mucha extrañeza entre los cofrades y el público en general y fue muy criticada, porque ya el señor Solís había pretendido modificar ciertas costumbres muy arraigadas entre los sevillanos.

Para este fin, tenían las cofradías que ir por un tránsito que había en el llamado Corral de los Olmos (donde estaba el antiguo Ayuntamiento y lo que es hoy la plaza de la Virgen de los Reyes) y dar una vuelta por delante del palacio para entrar en la calle Placentines.

La tarde del Viernes Santo de 1.750 se dispuso el ilustrísimo Solís a presenciar el paso de las cofradías, para lo cual, y para que la hermandades no alegasen ignorancia u olvido, mandó a un notario a la Puerta de los Palos, para que al salir de la Catedral les notificase la orden de pasar por delante del balcón del palacio Arzobispal.

Sorprendidas las cofradías con la formalidad del requerimiento, se apresuraron a cumplirlo; pero al llegar la Hermandad de la Soledad, donde la mayoría de sus hermanos pertenecían a la principal nobleza, su hermano mayor respondió al requerimiento diciendo que él, por su parte, estaba dispuesto a obedecer a su ilustrísima, pero como la novedad del cambio de itinerario correspondía señalarlo a la Hermandad y ésta no podía celebrar Cabildo en plena calle para acordarlo, no alteraba la costumbre, por lo que no pasaría por delante del Prelado, y sin más la cofradía siguió la estación acostumbrada. El Arzobispo, al conocer la respuesta, no hizo comentarios, frunció el ceño y se marchó al interior del palacio. 

En la Semana Santa del año 1.751, cuando ya nadie se acordaba del incidente del año anterior, el señor Solís, como buen aragonés, volvió a insistir en sus deseos de que las cofradías pasasen por delante del balcón de su Palacio.

Todas las hermandades que procesionaban, algunas en contra de su voluntad y otras indiferentes, siguieron el mandato del Arzobispo en funciones, quien había vuelto a colocar a un notario en la Puerta de los Palos para recordar esta disposición.

El Viernes Santo, día 9 de abril, desde muy temprano,  acompañado de sus familiares, se colocó el señor Solís en el balcón. Por delante de su ilustrísima pasaron las tres primeras cofradías de la tarde.

Sin embargo, la Hermandad de la Exaltación de la Cruz, desestimando el precepto del Arzobispo, se dispuso a salir por el lugar de costumbre. Viendo esto, el notario advirtió al Hermano Mayor, don Antonio Ortiz de Sandoval, conde de Mejorada, para que efectuara la salida por el Arquillo de Santa Marta, porque así lo había dispuesto el Prelado, contestando el cofrade “que el paso, al ser muy grande, no podía pasar por los arcos y que no estaba en los atributos del Arzobispo en funciones cambiar las costumbres de las cofradías”.

La Hermandad de los Caballos continuó saliendo por la Puerta de los Palos, su cruz de guía giró hacia la izquierda e inició el camino que siempre, desde hacía muchos años, había recorrido.

Informado el Arzobispo de la decisión tomada, y molesto por la respuesta que había dado el hermano mayor, mandó, bajo pena de una multa, que la Hermandad cumpliese con lo ordenado. A pesar de la sanción impuesta, la Hermandad, alentada por el público, siguió lentamente su camino.

Ante esta desobediencia, el Arzobispo, muy irritado, envía una pena de excomunión contra el Hermano Mayor y contra los hermanos desobedientes. Cuando éste recibió la notificación ordenó que la cofradía se detuviese y que de allí no se moviera hasta que se le levantase la excomunión, acudiendo con un recurso a la Audiencia.

La procesión se deshace dentro de la Catedral, el Cristo se quedó frente a la puerta lateral del Palacio Arzobispal y la Virgen de la Lágrimas entre la cancela y la Puerta de los Palos.

Mientras tanto, la Hermandad del Cristo de la Fundación, de hermanos negros, que procesionaba detrás de la Exaltación, con el parón se quedó dentro de la Catedral. El Arzobispo Solís les ordenó que no se pararan, que salieran y que adelantara a la Hermandad rebelde.

Los hermanos de la Fundación le enviaron una contestación con mucha retranca: “Por dónde van los blancos detrás irán los negros”. Se quedaron dónde estaban, hasta que pudieran moverse de allí. 

La Real Audiencia de Sevilla se reunió urgentemente. Una vez conocidas las causas y después de las diligencias ordinarias y, tras unos incidentes que ocurrieron entre ambas jurisdicciones (civil y eclesiástica), dicta una resolución en la que conmina al Prelado a levantar la excomunión.

El Arzobispo, cada vez más descompuesto, se negó rotundamente, a menos que la Hermandad cumpliese con sus disposiciones. Los magistrados de la Audiencia, ante esta actitud, reaccionaron decretando el extrañamiento del Arzobispo y ordenando su  salida del Arzobispado inmediatamente.

Finalmente, una vez llegada la calma a los exaltados ánimos, el Prelado terminó cediendo, alzando la sanción y levantando la pena de excomunión.

Siendo ya más de la diez y media de la noche, se reorganizó la Hermandad de la Exaltación y sobre las once iniciaba de nuevo el regreso a su templo por el lugar de costumbre, como si nada hubiera ocurrido y con un gran acompañamiento.

Obstinado el Arzobispo en mantener su autoridad, a los pocos días apeló al rey Fernando VI y al Cardenal don Luis de Borbón, para que se le guardasen las prerrogativas de su ministerio y se respetase su dignidad arzobispal.

Sin perder tiempo llegó de Madrid una carta del secretario del Cardenal don Luis de Borbón, haciéndole saber al señor Solís el disgusto de Su Alteza por haber expuesto a la dignidad arzobispal a un desaire, y recordándole que cuando los reyes estuvieron en Sevilla vieron las cofradías en la Catedral, previniéndole que en adelante no innovase nada en las cofradías sevillanas.

Más adelante, el nuncio en España de Su Santidad el Papa Benedicto XIV, de acuerdo con el Cardenal don Luis de Borbón, acordaron que las cofradías siguiesen sus itinerarios tradicionales.

Este incidente sirvió de caldo de cultivo en Sevilla para los comentarios exagerados, habladurías, chismes y chistes que duraron un buen periodo de tiempo. Se acuñó una frase que fue, durante muchos años, un dicho entre los sevillanos: “Ni fía, ni porfía, ni cuestión con cofradía”.

El Cardenal Solís nació en Madrid, en la iglesia de San Francisco el Grande, donde su madre había acudido cuando se presentó el parto. De ascendencia aristocrática, pertenecía a una de las familias más influyentes en la corte del rey Felipe V, su padre era el duque de Montellano, grande de España y Caballero de la orden de Santiago, y su madre era la marquesa de Castelnovo. Su hermano menor, José Solís Folch de Cardona, fue Virrey de Nueva Granada (actual Colombia) entre 1.753 y 1.761, año en el que dimitió para ingresar en la Orden Franciscana, falleciendo de misionero en Santa Fe de Bogotá.

Don Francisco de Solís era tuerto, pues en su juventud perdió el ojo izquierdo mientras practicaba esgrima con el futuro rey Carlos III, por lo que todos sus retratos muestran únicamente su perfil derecho.

En el año 1.759 contribuyó a la reconstrucción de la iglesia de San Roque de Sevilla y en 1.762, con su impulso se reconstruyó el convento capuchino de Santa Rosalía, de la que era muy devoto, muy dañado por un incendio sufrido en 1.761, ese mismo año también encargó la reconstrucción del palacio Arzobispal de Umbrete, deteriorado gravemente por incendio también en 1.761, obras que no se concluyeron hasta finales del siglo XVIII.

Los historiadores destacan tanto su esplendidez con los más pobres como su derroche en gastos de carácter suntuario, llegando a tener a su servicio 75 criados, cuyo pago ascendía a más de 175.000 reales anuales.

El 1.766, fue nombrado Hermano Mayor y protector de la Hermandad de los Negritos de Sevilla.

Falleció el Arzobispo don Francisco de Solís el día 21 de marzo del año 1.775 en Roma, durante su estancia en esta ciudad para la elección del papa Pío VI. Fue enterrado en la Basílica de los Santos Apóstoles de la ciudad eterna y su corazón, depositado en un arca, fue trasladado al convento de Santa Rosalía de Sevilla, siendo colocado en el coro de la iglesia.
 
Como curiosidad, en la parte trasera del paso neogótico de la Virgen del Pilar, con sede canónica en la parroquia de San Pedro de Sevilla, y que procesiona el día 12 de octubre, figura el escudo de este Cardenal. 
Juan Luis Contreras