miércoles, 6 de agosto de 2014

El Deseado abandona Sevilla precipitadamente.


Sevilla, 12 de junio de 1823. El rey no daba crédito a lo que estaba pasando. El pueblo que lo había alabado ahora lo insultaba. Con prisa y protegido por la guardia real fue llevado al puerto para embarcar rumbo a Cádiz. Un cortejo real deslucido: había temor a la multitud y no era para menos.
Al salir del Alcázar se oyeron los primeros gritos contra Fernando VII. Unos gritos que siguieron y que al llegar al puerto se convirtieron en una auténtica algarabía...
Allí recordó el Rey algunas escenas de los últimos meses. Cuando llegó a aquella ciudad fue bien recibido. Hacía tres años que había tenido que comulgar con la dichosa Constitución. Por eso se declaró el más constitucional. Y fue bien recibido por el pueblo. En esa ciudad había sido abuelo sólo un par de meses antes. Y recordó sobre todo el día de su aclamación popular. Había decidido dar una vuelta a la ciudad y volver a entrar por la calle donde estaba el busto del viejo rey Pedro I. El carruaje real era demasiado grande y prácticamente se quedó encajado en una esquina. Cuando el público notó su presencia dio grandes vivas al Rey. Y fueron muchos los que le recordaron que era un rey deseado... Eso ocurrió sólo unos meses antes. Porque cundo llegó el Corpus la cosa parecía haber cambiado. Tuvo que ver la procesión desde un mirador del Alcázar. Y aunque la procesión fue bella, el ambiente ya le pareció frío. Fernando VII ya no se sintió tan deseado. Conforme pasaron los días la situación en la calle empeoró. Las noticias que llegaban de fuera no eran buenas. Un congreso en Verona había aprobado la invasión de España por los franceses para volver a darle el poder absoluto al Rey. El único poder en el que Fernando VII siempre había creído. Pero el pueblo sevillano se rebeló: disturbios, quejas, manifestaciones... Un pueblo engañado. Fernando VII  subía en un barco con destino a Cádiz. En el paseo de las Delicias habían llegado a tirarle naranjas y verduras podridas. Sevilla lo había condenado definitivamente...

El día anterior en la antigua iglesia de San Hermenegildo sede de las Cortes Generales desde hacía un par de meses, se celebraba una turbulenta sesión ante el empecinamiento del rey de abandonar Sevilla. Alcalá Galiano acogiéndose al artículo 187 de la Constitución proponía que se declarase la incapacidad mental del rey:

“Por tanto, yo me atrevería a proponer a éstas que, considerando lo nuevo y extraordinario de las circunstancias de S.M., por su respuesta, que indica su indiferencia de caer en manos de los enemigos, se suponga por ahora a S.M., y por un momento, en el estado de imposibilidad moral; y mientras, que se nombre una Regencia que resuma las facultades del Poder ejecutivo, sólo para el objeto de llevar a efecto la traslación de la persona de S.M., de su Real Familia y de las Cortes.”


La propuesta de Galiano fue aceptada, aunque no sin la oposición de algunos diputados, procediéndose a continuación al nombramiento de una Regencia del Reino, que vino a recaer en los diputados: Cayetano Valdés, como presidente; Gaspar Vigodet y Gabriel Ciscar. Acordándose la conclusión de tan tempestuosa legislatura y la salida inmediata del gobierno para su último refugio en Cádiz.
El jueves 12 de junio de 1823, a las 6 de la tarde la familia real, bajo la custodia de los nacionales de Madrid, salía de Sevilla, mientras la nueva Regencia lo hacía a las siete de la tarde junto con los milicianos movilizados en Sevilla. La metrópoli quedó tan solo protegida por media brigada de artillería de plaza y un escuadrón del regimiento de Almansa.
Tras la marcha de las más altas autoridades la ciudad se convirtió en un auténtico caos. Es difícil de precisar cual era el mayor temor de los liberales sevillanos en estos momentos, sí la inminente llegada de las tropas francesas o la revancha de los absolutistas. Esto dio lugar a que el embarque de los diputados, empleados del gobierno, personas y familias comprometidas en la causa constitucional, tuviese lugar con una angustiosa premura. Pero los barcos de pasaje y carga que habían acudido a este puerto con el fin de explotar la ocasión, no fueron suficientes para todos. Una vez que las fuerzas del ejército y de la milicia, que tenían a raya a la plebe de los barrios y de extramuros, se replegó a sus cuarteles una multitud invadió los muelles por la parte de Triana y la de Sevilla, abalanzándose sobre el botín. La ciudad se había convertido en un polvorín y una vez volvió a ser testigo de unos acontecimientos históricos.

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