viernes, 31 de octubre de 2014

Incendio en la Capilla del Patrocinio



Fue el lunes 26 de febrero de 1973, previa al inicio del Quinario al Santísimo Cristo de la Expiración  En esa mañana había quedado finalizado el montaje del Altar efímero. El Crucificado se situaba en el presbiterio del Altar Mayor con la Virgen del Patrocinio con su saya de salida y un manto de terciopelo azul y una corona de plata sobredorada, estrenándose como vestidor, José Alfonso Fernández.

Alrededor de los Titulares de la Hermandad del Viernes Santo, aparecían las tallas de San Leandro, San Isidoro y los arcángeles de la Roldana, completando el montaje.

Unos días en los que se recibían multitud de visitas al Templo y se ultimaban los últimos detalles del montaje del culto interno. Pasadas las tres y veinticinco de la tarde, Juan Jesús Gómez Terreros y Manuel López Román, transitaban por la trasera de la Iglesia, pudiendo observar cómo salía humo de las ventanas.

Inmediatamente se dirigieron hacia la puerta principal de la Capilla, lugar también con bastante humo y con dificultad de visión y respiración. Francisco Herrera del Pueyo (Diputado de Juventud) y Joaquín Rodríguez Noguera intentaban localizar rápidamente las llaves que no aparecían.

Fue en ese mismo instante cuando Rafael Blanco Guillén se ofrecía para saltar al balcón e introducirse en el interior del Templo, llegando a abrir la puerta desde dentro. Cuyo relato es el siguiente:

En unos instantes se formó un gran revuelo en la arteria del arrabal trianero, la gente corría, lloraba, pero nadie se decidía a actuar. “Dios está arriba y no me pasará nada, se dijo Rafael trepando por la fachada del templo.

“Me subí por una puerta chica a la iglesia, desde allí a una ventana y después a un balcón cuenta Rafael. Estaba la puerta cerrada y rompí el cristal de una patada. No conocía el interior de la Capilla y todo estaba lleno de humo. Pero me pegué a la pared hasta llegar a la escalera y quiso Dios que diera con la puerta- Las llamas llegaban al techo y la Virgen del Patrocinio ya estaba hecha un montoncito de cenizas. El fuego lamía los talones del Cachorro”

Rafael, herido en una pierna y completamente negro de humo, tiznado, tal como lo vería su mujer, asustada, cuando horas después llegó a casa cogió u jarrón de flores y apago el fuego que amenazaba al Cristo de la Expiración. Después abrió de par en par las puertas del templo y fue entonces cuando entraron los bomberos y algunas personas que luego se atribuyeron la coautoría de la salvación del Cristo.

Diez minutos más tarde de apreciar el humo, los bomberos llegan a la Iglesia, se encienden las luces y el Altar Mayor se apreciaba ser el principal foco del incendio. A partir de ese instante, todo es una confusión. Gómez de Terrero alerta a los bomberos de no dirigir el agua al rostro del Cristo por estar en llamas los pies del Señor.

Los informes posteriores de los Cruz Solís decían que muchas juntas se encontraban abiertas al estar por el agua recibida. La Dolorosa quedaba carbonizada ante el Cachorro, tomando Luis Álvarez Duarte medidas para tallar a la nueva Virgen del Patrocinio que hoy conocemos.

Los restos de la Virgen se trasladan a la Sacristía, además de todos los elementos afectados, mientras el Cristo queda dañado en el costado derecho y las piernas. Se coloca una fotografía de la Imagen del Patrocinio a sus pies.

Pasadas unas horas, las autoridades políticas, eclesiales, de Hermandades, Consejo e instituciones de Sevilla acuden al lugar de los hechos. Corporaciones como la de Santa Cruz y la Estrella llegan a ofrecer incluso a sus Vírgenes para que acompañase al Cachorro la tarde del Viernes Santo en su estación de penitencia.

A las once de la noche, se realiza por las calles de la feligresía del zurraque, un Vía Crucis con la Cruz de Guía y presidido por un Crucificado de pequeñas dimensiones situado en la Sacristía.

El Quinario se celebra con la Imagen del Cristo en las condiciones que quedaba tras el incendio al igual que el Altar Mayor. Las flores fueron aportadas por las diferentes Hermandades del Viernes Santo Tarde.

El Domingo de Ramos de ese año, 15 de abril, el Cardenal Bueno Monreal bendice la nueva Virgen del Patrocinio, teniendo las cenizas de la anterior en el interior de la Imagen, fragmentos con autoría y moneda de curso legal dentro del busto en un tubo de aluminio.

Ya en el mes de junio, concretamente el día 11, arrancan las obras de rehabilitación y la restauración del Cachorro. En este tiempo, la Virgen recibe culto en una Capilla provisional instalada en la sala de Junta.

Tres meses más tarde, el 24 de septiebre, Festividad de la Merced, vuelve el Crucificado subido en el paso sin los candelabros de guardabrisas, última vez que se viera en este paso de Castillo Lastrucci, aunque no fue hasta el 22 de octubre cuando se entregó al Cristo.

La Capilla volvía a abrirse al culto el 13 de diciembre de 1973 para consagrar el Solemne Triduo a la Virgen del Patrocinio Gloriosa.

Enseres perdidos

Además de la desaparición de la antigua Virgen del Patrocinio de autoría anónima y con atribución al círculo de Cristóbal Ramos, se perdieron varios enseres utilizados en el Altar de Quinario: Corona de plata sobredorada, rosario de nácar y plata, cuatro horquillas de oro, Broche de oro “Patrocinio”, manto de terciopelo azul liso bordeado en encaje dorado, ropa interior de la Virgen (corpiño y dos enaguas), respiradero lateral y trasero del palio, jarras de plata, cinco candeleros de plata, 17 candeleros de metal, alfombra de moqueta roja, andamiaje del altar de culto.

A partir de este suceso aparece la leyenda sobre la figura del Cachorro que aparece en el panteón familiar de Aníbal González, sobre la que ofrecemos un interesante viseo producido por Sevilla TV, es nuestra sección videos en portada.

martes, 14 de octubre de 2014

Visita a Sevilla de la Emperatriz Eugenia de Montijo octubre 1863



En los primeros días de octubre de 1863, procedente de Granada, visitaba Sevilla la emperatriz de los franceses doña Eugenia de Montijo. Se había hospedado con todo su séquito, compuesto por 27 personas, en el hotel de Londres situado en la Plaza Nueva.

Al día siguiente de su llegada visitaba la Catedral y otros lugares turísticos de interés, siendo saludada con afecto por los ciudadanos durante todo el recorrido que realizó, respondiendo la ilustre dama con su proverbial simpatía. Por la noche, en uno de los salones de la casa de la marquesa viuda del marqués de La Motilla, se le ofreció “un jaleo andaluz”, al que asistió su Majestad Imperial y toda su comitiva. Al día siguiente, la emperatriz de los franceses, verificó una gira campestre a los campos de Tablada, donde tuvo lugar en su honor el acoso y derribo de reses bravas.

El 10 de octubre, a las siete de la mañana, la emperatriz verificaba su salida de Sevilla en el vapor mercante “San Telmo”, que tomó rumbo al coto llamado Doñana, al que doña Eugenia había sido invitada gentilmente por el duque de Villafranca, para asistir a una montería y desde donde marcharía después con rumbo a Cádiz.

Todas las autoridades, tanto civiles como militares, se hallaban en el muelle para despedir al ilustre huésped, cuya estancia había sido corta, pero la bella andaluza se llevaba todas las simpatías por la afabilidad con que había tratado a las personas que tuvieron la oportunidad de conocerle.

María Eugenia de Guzmán Palafox Portocarrero y Kirkpatrick, condesa de Teba y emperatriz de Francia, más conocida como Eugenia de Montijo, nació en (Granada el 5 de mayo de 1826. Hija de Cipriano Portocarrero y Palafox de Zúñiga y Guzmán, conde de Montijo y de María Manuela Enricjucta Kirkpatrick de Closeburn, de origen escocés, se educó en los mejores colegios de España, Inglaterra y Francia junto con su hermana mayor María Francisca de Sales, que llegaría a ser duquesa de Alba. Mujer de gran belleza y elegancia, frecuentó los ambientes más selectos de la alta sociedad madrileña y parisina, ya que su madre María Manuela ansiaba ventajosos matrimonios para sus hijas.

El abril de 1849, en una recepción en el Palacio del Elíseo conoció a Napoleón III, quien en ese momento era solo presidente de la República. Finalmente, el 29 de enero de 1853, ya proclamado emperador, Napoleón III contrajo matrimonio con Eugenia, convirtiéndose en emperatriz de Francia y en una de las mujeres con mayor relevancia de Europa. Eugenia era una mujer educada e inteligente y gracias a su belleza y elegancia, contribuyó de forma destacada al encanto que desprendía el régimen imperial. Su forma de vestir era alabada e imitada en toda Europa.

El 16 de marzo de 1856, dio a luz en París al príncipe imperial Eugenio Luis Napoleón Bonaparte. Tras el nacimiento de su único hijo, Eugenia no se limitó a tener una actitud pasiva como consorte del emperador, sino que intervino en asuntos públicos. Actuó como regente de su esposo durante las campañas de Italia en 1859, en la visita a Argelia de Napoleón III en 1865 y en los últimos momentos del II Imperio en 1870, durante la guerra franco-prusiana.

Influyó en el emperador en las cuestiones relacionadas con la independencia y liberación de los territorios italianos, ya que su ferviente catolicismo le llevó a defender las prerrogativas y poderes del Papa. Apoyó la intervención francesa en Méjico, desuñada a colocar al archiduque Maximiliano de Austria como emperador del país americano. El fracaso de esta invasión, que costó la vida a Maximiliano, supuso un duro golpe para el régimen imperial, así como la guerra frente a Prusia, que terminó con la derrota de Sedán, en la que Napoleón III sería apresado el 2 de septiembre de 1870 por las tropas prusianas, al mando de Otto von Bismark. El emperador fue depuesto por la III República dos días después.

A pesar de estos fracasos en política exterior, el II Imperio fue uno de los periodos de mayor crecimiento económico en Francia. Se produjo la modernización del país, con un gran desarrollo de las obras públicas, el urbanismo, la red ferroviaria y la industria. La emperatriz Eugenia, que no estuvo exenta de críticas por no tener sangre real, se convirtió en un referente en el mundo de la moda, y su estilo fue copiado por las clases burguesas que querían exhibir su poder económico, favoreciendo la industria textil francesa y creando la marca de París como capital del lujo.

A su vez, apoyó las investigaciones de Louis Pasteur que culminaron con la vacuna contra la rabia e impulsó la construcción del Canal de Suez por Fernando de Lesseps. Trató de mejorar la situación de la mujer, el acceso a los servicios públicos, la educación y la justicia social.

Tras la caída del emperador, el matrimonio se exilió en Inglaterra, donde ella continuó residiendo tras la muerte de su esposo en 1873 y siguió defendiendo el bonapartismo. Todavía tuvo Eugenia que pasar otro amargo trance, como fue la muerte de su hijo en 1879, con tan sólo veintitrés años, en una expedición inglesa contra los zulúes.

En una visita a sus familiares en el madrileño Palacio de Liria, murió a los noventa y cuatro años un 11 de julio de 1920. La emperatriz fue enterrada junto a su esposo e hijo en la cripta imperial que Eugenia había mandado construir en la Abadía de Saint Michael en Farnborough (Inglaterra).

miércoles, 1 de octubre de 2014

El último viaje de Colón



No queda ninguna evidencia de que el Almirante, remontara en vida el Guadalquivir desde Sanlúcar hasta los muelles fluviales de la ciudad que fue metrópolis del Descubrimiento. O al menos de que un navío a su mando lo hiciera. Sí lo hizo casi a los cuatro siglos de su muerte, el día 19 de enero de 1899, a bordo del yate «Giralda».

Ese día el crucero Conde del Venadito trajo hasta Cádiz, el féretro que contenía los despojos del «virrey de las nuevas tierras que se conquistaran», allí fueron traspasados al aviso Giralda para que hiciera éste su entrada en la ciudad.

Antes de la hora prevista para la arribada del barco, una muchedumbre «abigarrada» –que era el epíteto de las crónicas de la época–, ocupaba el embarcadero justo delante del palacio de San Telmo, donde se habían erigido dos pabellones efímeros profusamente adornados con gallardetes, escudos y grímpolas para las autoridades.

«A las diez y veinte minutos apareció por el primer tramo del río el gallardo buque, el cual saludó con un cañonazo, viéndosele aproximar al muelle hasta quedar atracado al borde de la escalinata donde se habían adelantado las autoridades con el señor duque de Veragua y con el notario que había de dar fe de la entrega», relataba José Gestoso en el número 892 de «La Ilustración Artística».

El duque de Veragua como descendiente directo del Almirante de la Mar Océana y el notario Rodríguez Palacios para levantar acta de la entrega de la caja de hierro, «dorada a sisa o con purpurina». con unos ligeros adornos negros y una inscripción en la tapa: «Aquí yacen los huesos de D. Cristóbal Colón, primer almirante descubridor del Nuevo Mundo. R.I.P.A.»

Cuatro marineros sostuvieron la caja mientras el deán, revestido de capa pluvial, entonaba las preces de rigor antes de depositar el ataúd sobre un armón de artillería para su traslado a la Catedral. La comitiva se puso en marcha con una sección de la Guardia Civil a caballo abriendo paso, seguida de una batería de cuatro piezas, el regimiento de infantería Granada, frailes carmelitas y franciscanos, el clero parroquial con cruces y el cabildo catedral presidido por el deán.

Las cintas del armón las llevaban los generales conde de Peñaflor e Iriarte y los coroneles Parra e Iriarte. Detrás, las comisiones civiles y militares con el duque de Veragua de doliente a la cabecera del duelo como representante del Gobierno, junto al marqués de Villapanes en representación del Rey; el arzobispo Marcelo Spínola; el capitán general Ochando; el gobernador civil Lasa; el alcalde Heraso; el comandante de Marina y el regimiento de caballería Alfonso XII.

En la Catedral se ofició una solemne misa de réquiem compuesta por Hilarión Eslava «que resultó ser de una imponente grandeza» tras la cual la caja fúnebre fue depositada en la cripta panteón de los arzobispos de Sevilla, donde quedó hasta su último traslado al túmulo.

No era la primera vez que los restos de Colón llegaban a Sevilla Colón, después de su enterramiento en Valladolid en 1516 su hijo exhumaba su cadáver, tres años después, para trasladarlo a nuestra ciudad. Aquí, el descubridor de América reposó en la isla de la Cartuja, donde la leyenda identifica el ombú plantado por Hernando Colón, como el sitio de su enterramiento.

En 1537, su nuera María de Toledo decide enviar los huesos de Colón hasta Santo Domingo, para dar cumplimiento así al deseo expresado por el Almirante, en cuya catedral reposaron desde 1537 hasta 1795 en que sufren una nueva exhumación ante la inminencia del traspaso de la isla a dominio francés.

De Santo Domingo, los restos mortales de Colón viajaron a La Habana, donde estuvieron algo más de un siglo hasta que la independencia cubana de 1898 obligó a pensar en otro destino para el esqueleto del Almirante.

En Sevilla se había quedado también el túmulo que el escultor Antonio Mélida había iniciado en 1891 con destino a la catedral habanera, a fin de conmemorar el cuarto centenario del descubrimiento de América, honrando a su artífice con un monumento funerario digno de tal honor. Pero la emancipación de la Perla del Caribe dejó en tierra el catafalco de piedra y bronce, que el cabildo catedralicio mandó instalar en el brazo sur del crucero, justo por delante de la puerta del Príncipe o de San Cristóbal, por el gigantón pintado al fresco por Mateo Pérez de Alesio en 1584, allí  reposan sus restos después de su último viaje.