miércoles, 6 de agosto de 2014

La Batalla del puente de Barcas



La cuestión naval era primordial para tomar Sevilla. La ciudad se aprovisionaba fluvialmente desde África y además recibía víveres desde el oeste: San Juan de Aznalfarache, el Aljarafe y Niebla, en Huelva. En este sentido, la clave era cortar la conexión africana, así como el puente de barcas que unía Sevilla con Triana y a Triana con todas estas regiones. Sabedor de la necesidad de hacer un tipo de guerra mixta para tomar la ciudad bética —el asedio de tierra y las incursiones navales—, Fernando III y sus hombres también se entrevistaron en Jaén con Ramón Bonifaz, un burgalés versado en las artes del mar. Su procedencia ha sembrado el misterio entre los historiadores, pues no se le supone a un castellano del siglo XIII mucho conocimiento marino, razón por la que se especula con una ascendencia marsellesa o italiana.


En cualquier caso, el encargo del rey cristiano fue claro: había que armar en Cantabria una flota fuerte y preparada para hacer la guerra en el Guadalquivir. La demanda fue satisfecha con diligencia, pese a que por entonces la armada hispana era prácticamente inexistente. Se construyeron 13 naos y 5 galeras en los astilleros de Santander, Castro Urdiales, San Vicente de la Barquera y Laredo. Además, se calcula que fue preciso enrolar al menos a 1000 hombres entre marinos, galeotes y gentes diversas de armas. Presta y flamante, en el verano de 1247 la flota de Bonifaz ya andaba batallando en la desembocadura del Guadalquivir contra las naves moras, que les cerraron el paso de inmediato. La intención de los cántabros era remontar el río y ganarlo para sí, y no sin esfuerzo lo consiguieron. Los cristianos lograron imponerse en una serie de sucesivos encontronazos y en agosto remontaban con superioridad las aguas andaluzas hasta la altura de Coria, a unos 15 kilómetros de la capital hispalense. La vía fluvial estaba iniciada. Estuvieron entonces en plena disposición de participar de lleno en el asedio, para el que se les aguardaba con impaciencia. Según los cronistas, sería una experiencia pionera de guerra combinada, que aunó lo terrestre con lo naval bajo un mismo objetivo territorial.

Al fin a las puertas de Sevilla, los marinos de Bonifaz no tiene más remedio que dejarse arrastrar por la dinámica estática que había adquirido el asedio de la ciudad: escaramuzas, celadas combates furtivos, saqueos. La guerra se había enquistado, la ciudad seguía resistiendo y el tiempo corría en contra de los castellanos. En cualquier momento podía despertar la conciencia solidaria del sultán de Fez o de sus compatriotas magrebíes y dar un giro imprevisible a la situación

Pero el curso del asedio iba a cambiar. La primavera de 1248 es vital para la toma de Sevilla. Los refuerzos que acompañan al recién llegado infante Alfonso darán impulso definitivo a un cerco encaminado pero dificultoso. Alfonso vendrá acompañado por nuevas milicias de todos los reinos cristianos, navarros, aragoneses, leoneses.
Con estas nuevas huestes será posible reforzar todas las zonas del sitio y extender una verdadera soga al cuello alrededor de la ciudad musulmana. Manuel García Fernández explica el despliegue con detalle: “El infante se asentaría en la Buhaira (Huerta del Rey) controlando el sector oriental de la ciudad y los Caños de Carmona que la abastecían de agua. En el sector norte, en la zona de la Puerta de la Macarena, se establecieron las tropas del infante don Enrique y las huestes de las órdenes de Calatrava y Alcántara, los caballeros de Diego López de Haro y Rodrigo Gómez de Galicia. En las proximidades del Arroyo Tagarete se instalaría el arzobispo de Santiago. Por su parte, Fernando III avanzó por el sur hasta las inmediaciones de la Puerta de Jerez, al tiempo que la flota de Bonifaz navegaba ya río arriba hacia la bocana del puerto de Sevilla (…)
Por último, el maestre de Santiago estableció nuevo campamento al oeste para cortar el suministro con el Aljarafe y mantener por la comarca la estrategia de guerra total. A excepción del noroeste y del puente de pontones de Triana, por donde continuaban entrando suministros, toda Sevilla estaba cercada en el verano de 1248”. Sin duda, solo restaba una cosa para precipitar la victoria cristiana: el dominio del puerto fluvial.

Se supone que el 3 de mayo de 1248 amaneció tranquilo y soleado. Aquel día culminarían los trabajos de la flota cántabra, que llevaba asumiendo el protagonismo ya varios días. La tarde propició la pleamar y un cierto viento de levante y los barcos se lanzaron en su empeño. Pasaron con éxito la barrera de la Torre del Oro, garita centinela que guardaba con celo el acceso a la ciudad. Virotes, flechas y otros objetos de aluvión dieron la bienvenida a los invasores. Mientras, las tropas de Fernando III realizaban fuertes cargas en tierra para tratar de hacer daño simultáneo y dispersar atenciones.

Llegada la flota a la altura de las atarazanas y del Arenal, el avance se hizo completamente encarnizado. Intenso fuego de proyectiles volaba desde la orilla sevillana y desde las embarcaciones moras. Los asediados se empleaban a fondo para hostigar a la flota castellana, sabedores de que se jugaban su último reducto de resistencia. En efecto, los musulmanes aún tenían preparado un recurso defensivo para impedir el paso de Bonifaz, López de Haro y los suyos: el denominado “fuego griego” o “grecisco”. En palabras de Carlos Ros, eran “ollas y tinajas rebosantes de petróleo, azufre, salitre y otros elementos que lo hacían altamente inflamable en el agua”. Se lanzaron varias balsas y brulotes prestas a provocar el incendio, pero apenas hicieron blanco en las embarcaciones cristianas.

De pronto, salvado el escollo, la suerte pareció echada. El objetivo de la flota cristiana se dibujó con nitidez: abrir brecha en el Puente de Barcas y cortar sus comunicaciones. Ya estaban muy cerca y ninguna de las embarcaciones musulmanas había logrado detener el avance. Las dos naves cristianas de mayor tamaño iban en vanguardia. Las elegidas son la Carceña y la Rosa de Castro; la una construida con madera del monte de mismo nombre, en los alrededores de Santander, la otra armada en las atarazanas de Castro Urdiales. Estaban reforzadas en su proa con maderas y todo tipo de metales aserrados, listas para embestir a todo lo que se cruzara en su camino.

El primer barco, gobernado por el valerosos Ruy González, chocó. Hizo estremecer toda la estructura de madera y gruesas cadenas. Segundos después, lo hizo el segundo, capitaneado por el mismísimo Almirante Bonifaz. Fue un chasquido sordo y contundente. La embarcación abrió camino y quebró el puente más o menos por su parte central. No era presa fácil. Los trece bajeles que lo conformaban estaban unidos por gruesas cadenas de hierro que se anclaban en las mismas murallas del Castillo de Triana y en la orilla del Arenal. La brecha estaba abierta. La flota había cortado la barrera de Triana y ahora Sevilla capital estaba completamente aislada.

En las siguientes semanas se tomó con gran esfuerzo el Castillo de Triana, pero la rendición tampoco llegaría entonces. Los musulmanes estuvieron completamente encerrados desde mayo de 1248 pero aguantarían con agonía hasta noviembre del mismo año. Entonces, por fin las autoridades castellanas pudieron comenzar las negociaciones, que no serían nada sencillas.

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