miércoles, 6 de agosto de 2014

Inauguración de la Exposición iberoamericana de Sevilla 1929






Jueves, 9 de mayo de 1929, festividad de la Ascensión del Señor. Sevilla amaneció radiante de luminosidad primaveral, cubierta por un cielo celeste limpio de nubes. En el Patio de la Montería, esperando que los Reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia bajaran de sus aposentos en el Real Alcázar, una sección del Real Regimiento de Alabarderos esperaba en posición de descanso el toque de clarín. Vestían su uniforme de gala, con corazas y cascos dorados con penachos blancos. Junto a ellos, la banda de música del mismo Regimiento. A las 11,30 horas en punto, el clarín rompió el aire para indicar el toque de firmes. Un segundo toque de clarín ordenó la entrada del himno nacional. El capitán músico mayor, alzó y bajó el brazo derecho y la marcha real comenzó a sonar. Durante los casi dos minutos que duró el himno, los Reyes y sus acompañantes aguardaron en posición de firmes, mientras los alabarderos rendían armas. Luego, Sus Majestades se dirigieron hacia el carruaje que había de trasladarles a la plaza de España.
Delante de la Puerta del León, junto a la plaza del Triunfo, un inmenso gentío esperaba la salida de los Reyes de España. Guardias civiles en uniforme de gala rendían honores a la puerta del Real Alcázar. Primero salió la sección del Real Regimiento de Alabarderos, montada en caballos alazanes, que abriría la comitiva. Después apareció por la Puerta del León el coche real. Era un carruaje gran duque de doble suspensión, muy parecido al faetón Jorge V, sin pescante, enganchado a la gran D'Aumont. Llevaba la capota plegada y detrás, en un pequeño asiento, iban dos criados. Tanto éstos como los dos aurigas, montados en cada uno de los caballos de la izquierda de los dos troncos que tiraban del coche, vestían a la federica y se tocaban con el correspondiente tricornio de gala.
Alfonso XIII y Victoria Eugenia, muy sonriente el monarca; con el semblante sosegado, muy sereno, la reina, fueron recibidos con una salva de aplausos y vivas al rey y los reyes, mientras éstos saludaban con la mano, visiblemente satisfechos. La verdad es que entre los Reyes y Sevilla, especialmente, el rey, se había establecido una corriente de mutua simpatía que hacía de cada visita real a Sevilla un acontecimiento, pleno de anécdotas y demostraciones de cariño en plena calle Sierpes, al sorprenderles la gente comprando recuerdos de la ciudad en Casa Rubio y otras tiendas.
Cuando el coche real traspasaba la Puerta del León, la gente allí situada escuchó los sones cercanos de la marcha de Infantes. Enseguida apareció un coche tipo victoria tirado por un tronco de caballos, en el que iban las Infantas Cristina y Beatriz. Y en tercer lugar, cerrando la comitiva, un coche milord también tirado por un tronco de caballos, en el que iban los Infantes Carlos de Borbón y Borbón y Francisca Luisa de Orleáns y Orleáns. El Infante, en su calidad de capitán general de la Segunda Región Militar.
Precedida por los alabarderos, la comitiva cruzó la plaza del Triunfo rodeando el Archivo General de Indias, para tomar la calle Cardenal González (actual Fray Ceferino González), la avenida del General Primo de Rivera y las recién abiertas vías de Reina Mercedes (actuales Constitución) y Virgen de los Reyes (actual plaza Puerta de Jerez), para entrar por la calle San Fernando, donde las cigarreras esperaban delante de la puerta principal de la Fábrica de Tabacos, para gritarles a los Reyes e Infantas sus simpáticas y pícaras ocurrencias.
Al pasar el coche real por la glorieta del Cid Campeador, camino de la avenida de Isabel la Católica, Alfonso XIII no pudo evitar dirigir la mirada hacia el cuartel del popular Tercero Ligero de Artillería. Nadie esperaba en la puerta del foso para rendir honores. Disuelto el Cuerpo de Artillería por Real Decreto de 20 de febrero de 1929, el general Primo de Rivera había comenzado la cuenta atrás de su mandato y el fin de una época que terminó el 14 de abril de 1931.
De las ocho puertas de entrada a la Exposición Iberoamericana, cuatro daban a la glorieta del Cid. Eran las llamadas de Portugal, de Isabel la Católica, de María Luisa y de San Diego. Las otras cuatro puertas se llamaban de San Telmo, de la Dársena, de la Corta y de la Infanta Luisa. La comitiva regia entró por la puerta de Isabel la Católica, girando en la glorieta de Aníbal González hacia la Plaza de España. En la misma entrada a la citada plaza, mirando hacia el interior, frente por frente al Pabellón del Ejército -futura Capitanía General-, había sido instalado el estrado presidencial. Este era de unos cuarenta metros de largo y tenía poco más de dos metros de altura, divididos en tres grandes plataformas. La primera tenía cuatro escalones, dando entrada a una zona de respeto, de unos dos metros de ancho; otros cuatro escalones daban acceso a la segunda plataforma, que en el centro tenía una tercera zona exclusivamente para la familia real. La trasera del estrado estaba cerrada por tres grandes tapices, de unos ocho metros de alto y diez de ancho. Del triple enorme repostero sobresalían cuatro altos mástiles, y el primero de la izquierda mantenía izada la bandera de la Exposición Iberoamericana, que apenas si ondeaba por el escaso viento. Esta bandera se realizó según el proyecto de Julio Guillén, teniente de Navío de la Armada. Constaba de tres divisiones verticales: la primera, junto al asta, representaba los colores nacionales en tres bandas iguales, también en sentido vertical; la del centro, algo más estrecha que las otras dos, incluía el color de la bandera portuguesa, y la tercera estaba dedicada al símbolo del Nuevo Mundo, en forma de diez bandas horizontales de colores blanco y verde claro, alternadas. En el centro, el escudo diseñado por el pintor Santiago Martínez: una Giralda asentada sobre el globo terráqueo, en el lugar geográfico de España, teniendo por fondo una carabela.
Los alabarderos tomaron posiciones frente al estrado, mientras el coche real entraba en la Plaza de España entre vítores. Nada más bajarse los Reyes del coche, la banda de música del Regimiento de Infantería de Soria número 9, al mando del músico mayor Manuel López Farfán, comenzó a tocar el himno nacional. Eran casi las doce en punto del mediodía.

Los Reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia ocuparon su sitio en el estrado, teniendo detrás a los jefes de las casas militar y civil, y ayudantes. El rey vestía uniforme de gala de capitán general, con casco dorado y penachos blancos; la reina, largo traje color celeste, adornado en el borde con piel blanca, tocándose con un sombrero de alta copa y reducida ala, del mismo color que el vestido. A su derecha, un escalón más bajo, se sentaron las dos Infantas, Cristina y Beatriz, ambas vestidas iguales, con largos trajes color salmón pálido y tocadas con sendas pamelas de idéntico color. Más a la derecha, sentados, los invitados de la Casa Real y los representantes especiales de las Repúblicas iberoamericanas, Portugal y  Estados Unidos de América y otros países europeos. A la izquierda del estrado, de pie en el segundo escalón, estaba el general Miguel Primo de Rivera, jefe del Gobierno. Más a la izquierda, ocupando todo el lateral de la segunda plataforma, de pie, los miembros del Gobierno español, los presidentes de las altas instituciones del Estado, el cuerpo diplomático, las autoridades sevillanas y el comité de la Exposición Iberoamericana, presidido por el Comisario Regio, José Cruz Conde.

La Plaza de España ofrecía un aspecto impresionante, llena de público ilusionado. En el centro, alrededor de la fuente luminosa, se agrupaban en formación las representaciones militares con
uniformes de gala y la banda de música; en los laterales se alzaban las tribunas con asientos ocupadas por un millar largo de invitados. Detrás de la ría, en la explanada delantera de las galerías, el público se agolpaba sobre las barandas de cerámica y se subía en los bancos, superando los tres millares. Y más arriba, en las barandas de las galerías, se agolpaban otros varios centenares de personas invitadas. En los primeros cuerpos de las dos torres de la Plaza de España, de noventa metros de altura, grandes mástiles inclinados sostenían banderas de la Exposición y de España. Y en la cornisa de la galería, en todo el semicírculo del edificio emblema de la Exposición Iberoamericana, de trecho en trecho, ondeaban las banderas de las naciones participantes.
Por los nidos de altavoces instalados en la Plaza de España podían escucharse los discursos perfectamente, con un lejano eco de fondo. Cercano el final del acto, la Banda Municipal de Música y una agrupación de guitarras y bandurrias, tomó posición a la derecha del estrado presidencial. Junto a ellos se alineó un coro de voces masculinas y femeninas, venido expresamente de las provincias vascas. Una voz anunció por los altavoces la inmediata interpretación del himno oficial de la Exposición Iberoamericana, compuesto por el maestro Alonso y con letra de los hermanos Álvarez Quintero. Se hizo el silencio, y al instante, la banda inició el himno al mismo tiempo que el coro cantaba:
 ¡Acudid, hijos de españoles, / a fundirnos en un crisol! / ¡De mil cielos y mil soles, / hay que hacer un cielo y un sol! / ¡Evoquemos los magnos hechos / de la vieja madre inmortal, / y sintamos en nuestros pechos / el abrazo de Portugal!
Hoy se truecan las carabelas / en monstruos gigantes /  que asustan al sol, / y los ecos de sus estelas / son cantos vibrantes / del mundo español.
(Una voz)
Damas que cruzáis el mar /  para venir a realzar / a esta Sevilla de plata; / el pueblo os ha de entonar /  su más precioso cantar /  y su mejor serenata. / La Giralda ha de encender /  las estrellas una a una, / porque no dejéis de ver / la que alumbró vuestra cuna.
(El coro)
¡Salud, americanos, / del mundo juventud! / ¡Salud, pueblos hermanos! / ¡Salud, salud!

Puede acceder a la Guía Oficial completa de la Exposición pinchando en el siguiente enlace, tendrá una preciosa y amplia panóramíca de lo que represento el evento.

http://www.juntadeandalucia.es/cultura/bivian/media/flashbooks/raros_en_el_escaparate/006_sevilla_exposicion_iberoamericana_1929-30/

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