martes, 16 de diciembre de 2014

La Operación Clavel



La Operación Clavel fue un movimiento de solidaridad que se dio a nivel nacional para paliar los daños ocasionados a la población sevillana por el desbordamiento del arroyo Tamarguillo; un movimiento de gran repercusión social que, desgraciadamente, acabaría en una nueva tragedia de mayores dimensiones.

Todo comenzó el día 25 de noviembre de 1961 cuando, debido a las crecidas del agua a causa de las lluvias, se rompió el muro de contención que encauzaba el arroyo del Tamarguillo. Como consecuencia de ello, una importante parte de la ciudad quedó inundada, dando lugar a enormes pérdidas materiales entre la mucha población afectada.

Esta tragedia dio lugar a una rápida respuesta de solidaridad que se extendió por todo el territorio nacional, y que principalmente llegó de la mano del mítico locutor de radio Bobby Deglané, quien desde los estudios madrileños de Radio España dirigió un programa de emisión diaria denominado "Operación Clavel".

Las emisiones, que comenzaron a primeros de diciembre, concluyeron el día 17 con un programa en el que participaron la duquesa de Alba —que apoyó la operación de principio a fin—; el marqués del Valdivia, Natalia Figueroa y Sancho Dávila. La "Operación Clavel" llegó a recaudar casi diez millones de pesetas en menos de un mes, una cantidad inusual para aquellos tiempos, y además una gran cantidad de víveres que se empaquetaron en cajas de cartón donde figuraba el clavel como símbolo de la ayuda y la esperanza. Y esto se tradujo en una caravana de vehículos de catorce kilómetros de longitud que viajó desde Madrid hasta Sevilla con objeto de paliar los efectos devastadores de aquella inundación.

A la mañana siguiente, la caravana salió de la madrileña Plaza de Legazpi en un cortejo al que a lo largo del recorrido hacia Sevilla fueron uniéndose vehículos hasta alcanzar más de 140 camiones —incluido el que era el más grande de España, con capacidad para transportar 20 toneladas— que ocupaban 14 kilómetros y transportaban enseres y alimentos, como, por ejemplo, 175.000 kilos de patatas, 180.000 docenas de huevos, 1.630 kilos de turrones y dulces, 10.000 kilos de sardinas y guisantes, 7.500 cajetillas de tabaco, 10.000 kilos de jabón, 11.000 kilos de alubias, 3 camiones de vino y 5 de juguetes así como 150 turismos y 82 motos.

Todo parecía que cambiaría a mejor, cuando la tragedia volvió a hacer presencia en ese mismo escenario: el 19 de diciembre de ese mismo año la avioneta Stinson que participaba en la caravana acabó estrellándose contra el numeroso público que se agolpaba en Sevilla esperando con ilusión la ayuda, provocando la muerte de una veintena de personas, muchos de ellos niños, y dando fin a esta historia de una manera dramática .

Cuarenta minutos antes, la avioneta «Simpson», que acompañaba a la caravana y que había partido esa misma mañana del aeródromo madrileño de Cuatrovientos se precipitó sobre la multitud en la autopista de San Pablo, al lado del Tamarguillo.

Todo apunta a que la avioneta realizó un vuelo rasante para fotografiar el ambiente, chocó contra unos cables de alta tensión, se precipitó sobre la gente y se incendió.

La crónica periodística de ABC de Sevilla recogió que en el lugar en el que se produjo el suceso el grupo destacaba por su alegría. Vecinos de la calle Arroyo blandían una pancarta con el rostro de Bobby Deglané y la efigie de la Giralda vestida de gitana. En las leyendas: «Las familias que en la Fábrica de Sombreros y en las chozas habitan desean que estas buenas almas les hagan una visita» y «Viva el locutor más grande y la duquesa más buena, que han venido a Sevilla a invitarnos en Nochebuena».

Hoy, el Tamarguillo está soterrado, pasando de ser arroyo a ser una calle, y el lugar del trágico accidente ha sido convertido en un polideportivo.

lunes, 1 de diciembre de 2014

El Monumento a la Inmaculada



Aprovechando la corriente monumentalista derivada de la Exposición Iberoamericana, en 1916 se reunió una comisión para erigir un monumento a la Inmaculada, con motivo del Tercer Centenario del Voto Conccpcionista. Dicha iniciativa se hizo pública a partir de enero del año siguiente, a través de una serie de artículos en El Correo de Andalucía, y que con el título de Sevilla por la Inmaculada, firmaba Sebastián y Bandarán

El lugar elegido inicialmcnte para emplazar el monumento era la plaza del Cardenal Lluch (hoy plaza de la Virgen de los Reyes), lugar que luego se modificó para situarse finalmente en la Plaza del Triunfo.

La primera comunicación oficial entre la comisión del monumento y el Ayuntamiento de Sevilla, se produjo el 9 de julio de ese mismo año. En una carta firmada por Ramón de Ibarra como presidente de dicha comisión, se informaba de la intención de patrocinar el monumento, cuya realización correría a cargo de Coullaut Valera. En esa carta, además, se pedía permiso para iniciar las obras en el lugar definitivo de su emplazamiento, habiéndose decidido ya que fuera en la Plaza del Triunfo. En la carta aparecía una completa descripción del monumento que se pretendía levantar, y que era prácticamente idéntico al que se ejecutó finalmente. El Ayuntamiento aprobó el proyecto, y delegó en el Arquitecto Municipal la inspección de las obras.

Sin embargo, se produjo entonces un suceso que motivó la paralización de las obras. El 14 de octubre, con ocasión de la Junta General de la Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría, Joaquín Bilbao manifestó objeciones tanto por la elección del lugar como por el hecho de que no se hubiera pedido dictamen a la Academia sobre el proyecto. Como consecuencia de las actuaciones de la Academia, el Gobierno Civil informaba al Ayuntamiento que, en fecha 8 de enero de 1918, el Ministerio de Inspección Pública y Bellas Artes había dictado una Real Orden mandando la paralización de las obras. Por otra parte, requería una serie de documentos, al objeto de comprobar si las mismas habían comenzado con anterioridad al acuerdo municipal. Finalmente, y tras la inspección de dichos documentos, pudieron proseguir las obras

Un dato a destacar de todo el proceso de realización del monumento, es la falta de libertad compositiva que padeció el escultor. Como ya se dijo anteriormente, la comisión envió al Ayuntamiento una detallada descripción del mismo. De hecho, tanto la iconografía como la composición habían sido ultimados al detalle. El modelo elegido para representar la imagen de la Inmaculada era el cuadro que Murillo pintó para la Iglesia del Hospital de los Venerables. Es de destacar como Coullaut se ajustó a esas limitaciones, aportando el bulto redondo al modelo murillescoy y por cuya realización percibió unos honorarios que sumaban 84.000 pesetas.

El monumento, que satisfizo plenamente a sus patrocinadores, fue bien considerado por la crítica. Quizá el único punto de discordancia sea el señalado por Pérez Comendador, que a pesar de calificar de correctas las esculturas de Coullaut, decía que el elemento arquitectónico era pretencioso.

El monumento está realizado integramente en mármol de Carrara. En la parte superior destacando la figura de la Santísima, inspirada en la "Inmaculada de Murillo" que pintara para el Hospital de los Venerables de Sevilla.

En la parte inferior, en su pedestal, como homenaje y reconocimiento especial, el escultor esculpe las estatuas de cuatro personajes del siglo XVII: El poeta Miguel Cid, el escultor Juan Martínez Montañés, el pintor Bartolomé Esteban Murillo y el teólogo jesuita Sevillano Juan de Pineda, por la defensa y el valor devoto que tuvieron para defender el Dogma de María.

El monumento se inaugura finalmente el 8 de diciembre de 1.918.

En 1.927 jóvenes estudiantes comienzan a tomar como costumbre cantarle la salve y ofrecerle flores a la imagen de la Virgen, en la madrugada de los 8 de diciembre de cada año. Esta costumbre en la actualidad consiste en que todas las tunas estudiantiles de Sevilla, van a la Plaza del Triunfo por la que desfilan, por orden de antigüedad, cantando sus canciones a los pies del monumento, lo que hace de esta noche una tradición especial.

viernes, 14 de noviembre de 2014

Franco y Oliveira Salazar en Sevilla



Hónrase en estos días nuestra ciudad siendo residencia del Generalísimo Franco Fiel a la trascendencia histórica de la misión que le incumbe, de la cual su victoria en la Cruzada no fue sino pórtico orientado sobre los prometedores caminos del futuro, el Caudillo viene a nuestra tierra, cuando aún vibran en el aire de esta España esperanzada y agradecida los vítores con que aclamaron su paso los catalanes, requerido por los afanes que para cada pueblo empareja el presente conflicto internacional. Frente al dramático trance por que atraviesa el mundo, Franco y Oliveira Solazar acaban de reforzar, al ratificarlo, aquel Tratado de amistad y no agresión que en 1939 suscribieron, labrando en su Consenso una mayor fortaleza frente a los peligros de conflagración que ya se presagiaban, las dos naciones fraternas. Inquebrantable solidaridad de raza, viejo nexo amistoso que en el curso de nuestra guerra de liberación quedó mus prietamente ceñido, han valorado la prevista eficiencia de estas conferencias de que, ufana con legítimo orgullo, Sevilla ha sido sede.

Así comenzaba el diario ABC del 13 de febrero de 1942 la crónica de la presencia en Sevilla del presidente portugués, cuyo relato hace a continuación:

"A las seis y media de la tarde del miércoles llegó a Sevilla en viaje de incógnito Su Excelencia el Jefe del Estado español, acompañado de su esposa e hija y alto personal de su Casa Militar y Civil. A su llegada, S. E. se trasladó al Alcázar, donde de se le rindieron honores. Próximamente a la misma hora llegó a nuestra ciudad el ministro d-e Asuntos Exteriores, señor Serrano Suñer. acompañado del presidente del Gobierno portugués y ministro del Exterior, doctor Oliveira Salazar. Con quien se había reunido en la frontera. Con los señores Serrano Suñer v Oliveira Salazar realizó el viaje el embajador de Portugal en Madrid, don Pedro Teotonio Pereira.

En la mañana de ayer el presidente del Gobierno portugués, con el ministro de Asuntos. Exteriores de España y los embajadores de España en Lisboa don Nicolás Franco, y de Portugal, en España, señor Teotonio Pereira, se trasladó al Alcázar.

A su llegada, una. compañía de Infantería, con bandera y música, que se encontraba en, el Patio de la Montería, rindió honores al Jefe del Gobierno portugués, interpretándose los himnos de ambos países. Seguidamente, en el despacho de S. E. El Jefe del Estado español, se celebró una conferencia que duró desde las once y cuarto hasta las dos de la tarde. Durante ella estuvieron presentes con el Generalísimo el doctor Oliveira Salazar y el señor Serrano Súñer.

A la hora indicada se suspendió la entrevista, celebrándose una comida íntima, ofrecida, por el Caudillo, a la que asistieron con el doctor Oliveira Salazar y señor Serrano Súñer los embaladores de las dos naciones, los jefes de la Casa Civil v Militar de S. E. el jefe del Gabinete Diplomático del ministro de Asuntos exteriores, señor Ximénez de Sandoval; el director general de Policía portugués señor Lorenzo: el coronel señor  Perales y el comandante señor Navarro.

Después del almuerzo, el Generalísimo con el presidente del Gobierno portugués y el ministro de Asuntos Exteriores de España, pasearon por los jardines del Alcázar, acompañados de las demás personalidades que asistieron a la comida y de varios periodistas. Durante el recorrido por los jardines, el director conservador del histórico edificio, don Joaquín Romero Murube. explicó detenidamente las bellezas arquitectónicas del Alcázar sevillano, dando cuenta de las mejoras que se realizan en el mismo.

A las cuatro de la tarde se reanudó la conferencia, a la que asistieron en su segunda parte los embajadores señores Franco y Teotonio Pereira. La entrevista terminó a las siete y cuarto y seguidamente el doctor Olíveira Salazar abandonó el Alcázar, acompañado del señor Serrano Súñer. El presidente del Gobierno portugués fue despedido con los mismos honores que a su llegada.

Más tarde el doctor Oliveira Salazar. acompañado por el ministro de Asuntos Exteriores de España, señor Serrano Súñer dio un breve paseo por las calles céntricas de la capital, visitando después el Parque de María  Luisa. Seguidamente regresó al hotel Andalucía, donde se hospeda, en unión del señor Serrano Súñer."

Extraño encuentro este que puso en portada el Alcázar sevillano y la figura de su conservador Joaquín Romero Murube, que lucía palmito, con su uniforme de falangista. Las cosa de la época.

viernes, 31 de octubre de 2014

Incendio en la Capilla del Patrocinio



Fue el lunes 26 de febrero de 1973, previa al inicio del Quinario al Santísimo Cristo de la Expiración  En esa mañana había quedado finalizado el montaje del Altar efímero. El Crucificado se situaba en el presbiterio del Altar Mayor con la Virgen del Patrocinio con su saya de salida y un manto de terciopelo azul y una corona de plata sobredorada, estrenándose como vestidor, José Alfonso Fernández.

Alrededor de los Titulares de la Hermandad del Viernes Santo, aparecían las tallas de San Leandro, San Isidoro y los arcángeles de la Roldana, completando el montaje.

Unos días en los que se recibían multitud de visitas al Templo y se ultimaban los últimos detalles del montaje del culto interno. Pasadas las tres y veinticinco de la tarde, Juan Jesús Gómez Terreros y Manuel López Román, transitaban por la trasera de la Iglesia, pudiendo observar cómo salía humo de las ventanas.

Inmediatamente se dirigieron hacia la puerta principal de la Capilla, lugar también con bastante humo y con dificultad de visión y respiración. Francisco Herrera del Pueyo (Diputado de Juventud) y Joaquín Rodríguez Noguera intentaban localizar rápidamente las llaves que no aparecían.

Fue en ese mismo instante cuando Rafael Blanco Guillén se ofrecía para saltar al balcón e introducirse en el interior del Templo, llegando a abrir la puerta desde dentro. Cuyo relato es el siguiente:

En unos instantes se formó un gran revuelo en la arteria del arrabal trianero, la gente corría, lloraba, pero nadie se decidía a actuar. “Dios está arriba y no me pasará nada, se dijo Rafael trepando por la fachada del templo.

“Me subí por una puerta chica a la iglesia, desde allí a una ventana y después a un balcón cuenta Rafael. Estaba la puerta cerrada y rompí el cristal de una patada. No conocía el interior de la Capilla y todo estaba lleno de humo. Pero me pegué a la pared hasta llegar a la escalera y quiso Dios que diera con la puerta- Las llamas llegaban al techo y la Virgen del Patrocinio ya estaba hecha un montoncito de cenizas. El fuego lamía los talones del Cachorro”

Rafael, herido en una pierna y completamente negro de humo, tiznado, tal como lo vería su mujer, asustada, cuando horas después llegó a casa cogió u jarrón de flores y apago el fuego que amenazaba al Cristo de la Expiración. Después abrió de par en par las puertas del templo y fue entonces cuando entraron los bomberos y algunas personas que luego se atribuyeron la coautoría de la salvación del Cristo.

Diez minutos más tarde de apreciar el humo, los bomberos llegan a la Iglesia, se encienden las luces y el Altar Mayor se apreciaba ser el principal foco del incendio. A partir de ese instante, todo es una confusión. Gómez de Terrero alerta a los bomberos de no dirigir el agua al rostro del Cristo por estar en llamas los pies del Señor.

Los informes posteriores de los Cruz Solís decían que muchas juntas se encontraban abiertas al estar por el agua recibida. La Dolorosa quedaba carbonizada ante el Cachorro, tomando Luis Álvarez Duarte medidas para tallar a la nueva Virgen del Patrocinio que hoy conocemos.

Los restos de la Virgen se trasladan a la Sacristía, además de todos los elementos afectados, mientras el Cristo queda dañado en el costado derecho y las piernas. Se coloca una fotografía de la Imagen del Patrocinio a sus pies.

Pasadas unas horas, las autoridades políticas, eclesiales, de Hermandades, Consejo e instituciones de Sevilla acuden al lugar de los hechos. Corporaciones como la de Santa Cruz y la Estrella llegan a ofrecer incluso a sus Vírgenes para que acompañase al Cachorro la tarde del Viernes Santo en su estación de penitencia.

A las once de la noche, se realiza por las calles de la feligresía del zurraque, un Vía Crucis con la Cruz de Guía y presidido por un Crucificado de pequeñas dimensiones situado en la Sacristía.

El Quinario se celebra con la Imagen del Cristo en las condiciones que quedaba tras el incendio al igual que el Altar Mayor. Las flores fueron aportadas por las diferentes Hermandades del Viernes Santo Tarde.

El Domingo de Ramos de ese año, 15 de abril, el Cardenal Bueno Monreal bendice la nueva Virgen del Patrocinio, teniendo las cenizas de la anterior en el interior de la Imagen, fragmentos con autoría y moneda de curso legal dentro del busto en un tubo de aluminio.

Ya en el mes de junio, concretamente el día 11, arrancan las obras de rehabilitación y la restauración del Cachorro. En este tiempo, la Virgen recibe culto en una Capilla provisional instalada en la sala de Junta.

Tres meses más tarde, el 24 de septiebre, Festividad de la Merced, vuelve el Crucificado subido en el paso sin los candelabros de guardabrisas, última vez que se viera en este paso de Castillo Lastrucci, aunque no fue hasta el 22 de octubre cuando se entregó al Cristo.

La Capilla volvía a abrirse al culto el 13 de diciembre de 1973 para consagrar el Solemne Triduo a la Virgen del Patrocinio Gloriosa.

Enseres perdidos

Además de la desaparición de la antigua Virgen del Patrocinio de autoría anónima y con atribución al círculo de Cristóbal Ramos, se perdieron varios enseres utilizados en el Altar de Quinario: Corona de plata sobredorada, rosario de nácar y plata, cuatro horquillas de oro, Broche de oro “Patrocinio”, manto de terciopelo azul liso bordeado en encaje dorado, ropa interior de la Virgen (corpiño y dos enaguas), respiradero lateral y trasero del palio, jarras de plata, cinco candeleros de plata, 17 candeleros de metal, alfombra de moqueta roja, andamiaje del altar de culto.

A partir de este suceso aparece la leyenda sobre la figura del Cachorro que aparece en el panteón familiar de Aníbal González, sobre la que ofrecemos un interesante viseo producido por Sevilla TV, es nuestra sección videos en portada.

martes, 14 de octubre de 2014

Visita a Sevilla de la Emperatriz Eugenia de Montijo octubre 1863



En los primeros días de octubre de 1863, procedente de Granada, visitaba Sevilla la emperatriz de los franceses doña Eugenia de Montijo. Se había hospedado con todo su séquito, compuesto por 27 personas, en el hotel de Londres situado en la Plaza Nueva.

Al día siguiente de su llegada visitaba la Catedral y otros lugares turísticos de interés, siendo saludada con afecto por los ciudadanos durante todo el recorrido que realizó, respondiendo la ilustre dama con su proverbial simpatía. Por la noche, en uno de los salones de la casa de la marquesa viuda del marqués de La Motilla, se le ofreció “un jaleo andaluz”, al que asistió su Majestad Imperial y toda su comitiva. Al día siguiente, la emperatriz de los franceses, verificó una gira campestre a los campos de Tablada, donde tuvo lugar en su honor el acoso y derribo de reses bravas.

El 10 de octubre, a las siete de la mañana, la emperatriz verificaba su salida de Sevilla en el vapor mercante “San Telmo”, que tomó rumbo al coto llamado Doñana, al que doña Eugenia había sido invitada gentilmente por el duque de Villafranca, para asistir a una montería y desde donde marcharía después con rumbo a Cádiz.

Todas las autoridades, tanto civiles como militares, se hallaban en el muelle para despedir al ilustre huésped, cuya estancia había sido corta, pero la bella andaluza se llevaba todas las simpatías por la afabilidad con que había tratado a las personas que tuvieron la oportunidad de conocerle.

María Eugenia de Guzmán Palafox Portocarrero y Kirkpatrick, condesa de Teba y emperatriz de Francia, más conocida como Eugenia de Montijo, nació en (Granada el 5 de mayo de 1826. Hija de Cipriano Portocarrero y Palafox de Zúñiga y Guzmán, conde de Montijo y de María Manuela Enricjucta Kirkpatrick de Closeburn, de origen escocés, se educó en los mejores colegios de España, Inglaterra y Francia junto con su hermana mayor María Francisca de Sales, que llegaría a ser duquesa de Alba. Mujer de gran belleza y elegancia, frecuentó los ambientes más selectos de la alta sociedad madrileña y parisina, ya que su madre María Manuela ansiaba ventajosos matrimonios para sus hijas.

El abril de 1849, en una recepción en el Palacio del Elíseo conoció a Napoleón III, quien en ese momento era solo presidente de la República. Finalmente, el 29 de enero de 1853, ya proclamado emperador, Napoleón III contrajo matrimonio con Eugenia, convirtiéndose en emperatriz de Francia y en una de las mujeres con mayor relevancia de Europa. Eugenia era una mujer educada e inteligente y gracias a su belleza y elegancia, contribuyó de forma destacada al encanto que desprendía el régimen imperial. Su forma de vestir era alabada e imitada en toda Europa.

El 16 de marzo de 1856, dio a luz en París al príncipe imperial Eugenio Luis Napoleón Bonaparte. Tras el nacimiento de su único hijo, Eugenia no se limitó a tener una actitud pasiva como consorte del emperador, sino que intervino en asuntos públicos. Actuó como regente de su esposo durante las campañas de Italia en 1859, en la visita a Argelia de Napoleón III en 1865 y en los últimos momentos del II Imperio en 1870, durante la guerra franco-prusiana.

Influyó en el emperador en las cuestiones relacionadas con la independencia y liberación de los territorios italianos, ya que su ferviente catolicismo le llevó a defender las prerrogativas y poderes del Papa. Apoyó la intervención francesa en Méjico, desuñada a colocar al archiduque Maximiliano de Austria como emperador del país americano. El fracaso de esta invasión, que costó la vida a Maximiliano, supuso un duro golpe para el régimen imperial, así como la guerra frente a Prusia, que terminó con la derrota de Sedán, en la que Napoleón III sería apresado el 2 de septiembre de 1870 por las tropas prusianas, al mando de Otto von Bismark. El emperador fue depuesto por la III República dos días después.

A pesar de estos fracasos en política exterior, el II Imperio fue uno de los periodos de mayor crecimiento económico en Francia. Se produjo la modernización del país, con un gran desarrollo de las obras públicas, el urbanismo, la red ferroviaria y la industria. La emperatriz Eugenia, que no estuvo exenta de críticas por no tener sangre real, se convirtió en un referente en el mundo de la moda, y su estilo fue copiado por las clases burguesas que querían exhibir su poder económico, favoreciendo la industria textil francesa y creando la marca de París como capital del lujo.

A su vez, apoyó las investigaciones de Louis Pasteur que culminaron con la vacuna contra la rabia e impulsó la construcción del Canal de Suez por Fernando de Lesseps. Trató de mejorar la situación de la mujer, el acceso a los servicios públicos, la educación y la justicia social.

Tras la caída del emperador, el matrimonio se exilió en Inglaterra, donde ella continuó residiendo tras la muerte de su esposo en 1873 y siguió defendiendo el bonapartismo. Todavía tuvo Eugenia que pasar otro amargo trance, como fue la muerte de su hijo en 1879, con tan sólo veintitrés años, en una expedición inglesa contra los zulúes.

En una visita a sus familiares en el madrileño Palacio de Liria, murió a los noventa y cuatro años un 11 de julio de 1920. La emperatriz fue enterrada junto a su esposo e hijo en la cripta imperial que Eugenia había mandado construir en la Abadía de Saint Michael en Farnborough (Inglaterra).

miércoles, 1 de octubre de 2014

El último viaje de Colón



No queda ninguna evidencia de que el Almirante, remontara en vida el Guadalquivir desde Sanlúcar hasta los muelles fluviales de la ciudad que fue metrópolis del Descubrimiento. O al menos de que un navío a su mando lo hiciera. Sí lo hizo casi a los cuatro siglos de su muerte, el día 19 de enero de 1899, a bordo del yate «Giralda».

Ese día el crucero Conde del Venadito trajo hasta Cádiz, el féretro que contenía los despojos del «virrey de las nuevas tierras que se conquistaran», allí fueron traspasados al aviso Giralda para que hiciera éste su entrada en la ciudad.

Antes de la hora prevista para la arribada del barco, una muchedumbre «abigarrada» –que era el epíteto de las crónicas de la época–, ocupaba el embarcadero justo delante del palacio de San Telmo, donde se habían erigido dos pabellones efímeros profusamente adornados con gallardetes, escudos y grímpolas para las autoridades.

«A las diez y veinte minutos apareció por el primer tramo del río el gallardo buque, el cual saludó con un cañonazo, viéndosele aproximar al muelle hasta quedar atracado al borde de la escalinata donde se habían adelantado las autoridades con el señor duque de Veragua y con el notario que había de dar fe de la entrega», relataba José Gestoso en el número 892 de «La Ilustración Artística».

El duque de Veragua como descendiente directo del Almirante de la Mar Océana y el notario Rodríguez Palacios para levantar acta de la entrega de la caja de hierro, «dorada a sisa o con purpurina». con unos ligeros adornos negros y una inscripción en la tapa: «Aquí yacen los huesos de D. Cristóbal Colón, primer almirante descubridor del Nuevo Mundo. R.I.P.A.»

Cuatro marineros sostuvieron la caja mientras el deán, revestido de capa pluvial, entonaba las preces de rigor antes de depositar el ataúd sobre un armón de artillería para su traslado a la Catedral. La comitiva se puso en marcha con una sección de la Guardia Civil a caballo abriendo paso, seguida de una batería de cuatro piezas, el regimiento de infantería Granada, frailes carmelitas y franciscanos, el clero parroquial con cruces y el cabildo catedral presidido por el deán.

Las cintas del armón las llevaban los generales conde de Peñaflor e Iriarte y los coroneles Parra e Iriarte. Detrás, las comisiones civiles y militares con el duque de Veragua de doliente a la cabecera del duelo como representante del Gobierno, junto al marqués de Villapanes en representación del Rey; el arzobispo Marcelo Spínola; el capitán general Ochando; el gobernador civil Lasa; el alcalde Heraso; el comandante de Marina y el regimiento de caballería Alfonso XII.

En la Catedral se ofició una solemne misa de réquiem compuesta por Hilarión Eslava «que resultó ser de una imponente grandeza» tras la cual la caja fúnebre fue depositada en la cripta panteón de los arzobispos de Sevilla, donde quedó hasta su último traslado al túmulo.

No era la primera vez que los restos de Colón llegaban a Sevilla Colón, después de su enterramiento en Valladolid en 1516 su hijo exhumaba su cadáver, tres años después, para trasladarlo a nuestra ciudad. Aquí, el descubridor de América reposó en la isla de la Cartuja, donde la leyenda identifica el ombú plantado por Hernando Colón, como el sitio de su enterramiento.

En 1537, su nuera María de Toledo decide enviar los huesos de Colón hasta Santo Domingo, para dar cumplimiento así al deseo expresado por el Almirante, en cuya catedral reposaron desde 1537 hasta 1795 en que sufren una nueva exhumación ante la inminencia del traspaso de la isla a dominio francés.

De Santo Domingo, los restos mortales de Colón viajaron a La Habana, donde estuvieron algo más de un siglo hasta que la independencia cubana de 1898 obligó a pensar en otro destino para el esqueleto del Almirante.

En Sevilla se había quedado también el túmulo que el escultor Antonio Mélida había iniciado en 1891 con destino a la catedral habanera, a fin de conmemorar el cuarto centenario del descubrimiento de América, honrando a su artífice con un monumento funerario digno de tal honor. Pero la emancipación de la Perla del Caribe dejó en tierra el catafalco de piedra y bronce, que el cabildo catedralicio mandó instalar en el brazo sur del crucero, justo por delante de la puerta del Príncipe o de San Cristóbal, por el gigantón pintado al fresco por Mateo Pérez de Alesio en 1584, allí  reposan sus restos después de su último viaje.

lunes, 15 de septiembre de 2014

O’Donnell entra en Sevilla, 1854



La Revolución de 1854 es la versión más parecida a la revolución europea de 1848. Se inició con un conflicto parlamentario entre el Senado y el Gobierno del Conde de San Luis por la aversión general de la Corte, moderados y progresistas, a éste. El Senado venció al Gabinete ministerial, pero éste respondió suspendiendo las sesiones y relevando a los funcionarios y militares -senadores a su vez- que habían votado en contra.

En junio de 1854 tuvo lugar un levantamiento, acaudillado por los generales Dulce y O'Donnell, conocido como la Vicalvarada por ser en Vicálvaro, pueblo cercano a Madrid, donde tuvo lugar la principal batalla que deja la situación indecisa. Tras ella, O'Donnell y los demás sublevados se retiraron a Andalucía. En su persecución salieron las tropas del gobierno, dejando desguarnecida la capital, un hecho que resultaría decisivo en los acontecimientos posteriores. Ante el fracaso del pronunciamiento, los militares que lo encabezaron buscaron el apoyo popular. El general O'Donnell se reunió con el general Serrano en Manzanares quien le convenció de que era necesario dar un giro al movimiento ofreciendo cambios políticos "que no figuraban en sus intenciones iniciales". Así surgió el Manifiesto de Manzanares redactado por un joven Antonio Cánovas del Castillo, donde se planteaba la «conservación del trono, pero sin camarilla que lo deshonre» y se prometía la rebaja de los impuestos y el restablecimiento de la Milicia Nacional, dos viejas aspiraciones de progresistas y demócratas.4 De esta forma, según Jorge Vilches, los conjurados pretendían "agrupar a la oposición al Gobierno [del conde de San Luis] y conseguir más elementos de presión sobre la reina". El Manifiesto se hizo público el 7 de julio y en él se prometía la "regeneración liberal" mediante la aprobación de nuevas leyes de imprenta y electoral, la convocatoria de Cortes, la descentralización administrativa y el restablecimiento de la Milicia nacional, todas ellas propuestas clásicas del Partido Progresista.


De esta forma sucedió que lo que se había iniciado como un pronunciamiento clásico, llevado a cabo por militares con la colaboración de algunos civiles, subió de tono por la intervención de los progresistas que se movilizaron a través de un manifiesto de Cánovas del Castillo. El Manifiesto de Manzanares (6 de julio de 1854) reivindicaba una serie de principios para el cambio de la situación con vistas a una regeneración liberal: trono sin camarilla, ley de imprenta, ley electoral, rebaja de los impuestos de consumos, descentralización municipal, nueva milicia nacional.
Siguió una fase popular en la que proliferaron los levantamientos. En Madrid tuvieron lugar las Jornadas de Julio, en Barcelona un levantamiento, con un fuerte cariz social al coincidir con escasez de trabajo y bajo nivel de salarios. Siguieron otros en Zaragoza y San Sebastián.
El pronunciamiento y la sublevación urbana constituyen una revolución en dos tiempos, con rebelión militar en un principio y algaradas urbanas posteriormente. El espíritu de los militares de Vicálvaro había sido desplazado por los progresistas. La suma de las acciones populares convirtió la situación en una revolución, la versión española de la europea de 1848.

En Madrid, el día 17 de julio, al salir el público de la plaza de toros, estalló un motín: Las masas incontroladas asaltaron las viviendas de los principales ministros y quemaron el palacio de las Rejas, residencia de doña María Cristina, la reina madre y ocasionaron graves daños en el palacio del Marqués de Salamanca; construyeron barricadas por la zona de la Puerta del Sol y en muchos barrios y se adueñaron prácticamente de la capital del reino. Se produjeron numerosos asesinatos y destacado fue el linchamiento y maltrato público del jefe de policía que acabó su vida siendo fusilado en la plaza de la Cebada.
Este mismo día era aceptada por la Reina la dimisión en pleno del gobierno del conde de San Luis y se encomendaba al general Fernández de Córdova la formación de un nuevo gobierno. Pero el poder seguía estando en la calle.

En Sevilla los acontecimientos de desarrollaron de la siguiente manera:
Días antes, el 12 de julio, aparecieron fijados en los lugares públicos de la ciudad un bando del capitán general de Andalucía:

“Hago saber: Que hallándose en retirada los rebeldes en dirección a Andalucía, tal vez para probar fortuna en este hermoso suelo, o bien verse obligados a penetrar en él por los movimientos de las numerosas y brillantes fuerzas que le persiguen, es llegado el caso de dictar todas las medidas convenientes para evitar a los pacíficos habitantes las alarmas que en tales circunstancias suelen promover los mal avenidos con el orden público, he venido en mandar...”.

El Capitán General ordenaba una serie de disposiciones prohibiendo reuniones en las calles o edificios particulares, la difusión de noticias alarmantes, lectura de proclamas, obligaba al cierre de establecimientos de bebidas a horas tempranas y otras medidas por el mismo estilo.

Al día siguiente se publicaba en el Boletín del Ejército de Andalucía:

“El Excmo. Señor ministro de la Guerra, al frente de 12 batallones de infantería (un batallón consta de 500 a 800 hombres), 1.200 soldados de caballería y 30 piezas de artillería, se halla al día de ayer a una jornada escasa de los sublevados. Estos vienen en el mayor desorden, cometiendo toda clase de atropellos, que se encargan de llevar a cabo unos 150 paisanos que se les unieron a su salida de Madrid, y pertenecen a lo más abyecto de los forasteros a quienes dio asilo aquella leal población. Lo que se hace saber para el conocimiento del público”.

El 18 de julio se tenía noticias de que los insurrectos habían llegado a Écija, y el Capitán General daba órdenes para que las puertas de la ciudad de Sevilla fuesen cerradas, a excepción de las de Carmona, Jerez, Macarena y Triana, que lo harían a las nueve de la noche. Al mismo tiempo advertía que estaba dispuesto a luchar contra los enemigos tanto externos como internos si fuese preciso, no dudando, con dolor de su corazón, en reducir a cenizas la ciudad si ello fuese preciso, ahogando con el estruendo del cañón el terrible efecto que en su ánimo causaría la ingratitud de los hijos de Sevilla.
En efecto, el Capitán General ya había dado órdenes de fortificar convenientemente la ciudad, habiendo elegido como ciudadela a la Fábrica de Tabacos, donde hizo colocar piezas de artillería con que rechazar a los sublevados si llegaban a presentarse en Sevilla y consideró oportuno encerrarse en este edificio que había convertido en fortificación, acompañándole muchos militares de alta graduación, cuya inclinación por la causa del ministerio de Sartorius sería sin duda el móvil que les impulsaría a ello. La población observaba estos preparativos bélicos, haciendo votos interiormente por el triunfo de la causa que creían de la libertad, pero todos callaban por miedo a posibles represalias.
Un día después, los acontecimientos iban a dar un giro inesperado en nuestra ciudad. La noticia de la caída del gobierno de Luis José Sartorius, conde de San Luis, produjo en los ánimos de la población una efervescencia difícil de explicar; por todas partes se veían semblantes llenos de satisfacción, en los que estaba dibujado el júbilo que se anidaba en sus corazones.
El entusiasmo popular había estallado y una hora después se leían públicamente las proclamas dirigidas a la guarnición y habitantes de la ciudad firmadas por el general O’Donnell, al final de las cuales se invitaba al pueblo a unirse al movimiento antes de que concluyese el día.
Poco tardó el pueblo en responder al llamamiento; aun no eran las diez de la mañana cuando se dejaron oír en la calle Sierpes entusiastas vivas a la libertad y a la Constitución de 1.837, dados por un teniente que, con el sable en la mano, pedía a los transeúntes que se uniesen a él. Los paisanos, reunidos en una imponente masa, se dirigieron al Ayuntamiento, sin cesar en sus vivas y aclamaciones. Una vez allí una comisión se destacó para entrevistarse con el Alcalde, quien estaba ausente por hallarse conferenciando en esos momentos con el Capitán General.
Cuando regresó el Alcalde, hizo entrar al pueblo en los salones y aseguró que la autoridad militar no había manifestado ideas hostiles contra los pronunciados de la ciudad, cuyo número cada vez aumentaba más en la plaza de la Constitución (actual de San Francisco). Algunos de ellos se encaminaron a la sala capitular, de donde sacaron las banderas de la Milicia Nacional, cuya presentación al pueblo arrancaron miles de vivas, paseándolas después con gran alborozo por las calles céntricas de la capital.
Las personas notables ya se habían reunido en las casas consistoriales, en unión de algunos miembros del Ayuntamiento y gran parte del pueblo, donde nombraban una junta provisional de gobierno que momentos después quedaba constituido, siendo presididos por el Marqués de la Motilla. Inmediatamente pasó una comisión de la junta a entrevistarse con el Capitán General, a quién se dio cuenta de lo ocurrido, manifestando la referida autoridad quedar a disposición de dicha junta mientras se presentaba un general a quien entregar el mando de la plaza. Otra comisión acudió, en virtud de esta respuesta, a encontrarse con las avanzadas de las fuerzas del general O’Donnell para darle las nuevas noticias y apresurar su entrada en la ciudad.
Muchos años hacía que la ciudad de Sevilla no presenciaba tan emotivo, patriótico y arrebatador espectáculo como el que ofrecía su población reunida en la mañana del día 22 de julio en el campo de Capuchinos para ver entrar la columna expedicionaria del valiente general O’Donnell. Desde primeras horas pululaban en todo aquel extenso lugar una infinidad de caballos y carruajes, ocupados por personas notables y lo más escogido de la juventud sevillana, cuya mayor parte llevaba en sus manos palmas que ofrecer a los héroes de Vicálvaro al pisar el suelo de Sevilla. Los obreros todos, artesanos, menestrales y hasta los criados y criadas abandonando sus quehaceres se habían apresurado a acudir allí, rindiendo con su presencia un tributo de admiración a la columna salvadora.
Cuando esta se presentó, con el general O’Donnell al frente, montado sobre un brioso corcel blanco, luciendo un flamante uniforme ataviado con las mejores galas, un grito general de alegría invadió los espacios, seguido de ardorosos vivas a los libertadores. Miles de pañuelos y sombreros agitados al aire saludaban a aquellos bravos militares, mientras las bandas de música comenzaron a tocar la Marcha Real.
La entrada de los regimientos en la ciudad fue apoteósica. Los vivas; las colgaduras con que adornó el vecindario sus balcones; las flores que las mujeres lanzaban al paso de las tropas; los repiques de campanas y más que nada, la evidente satisfacción de una población que, tras once años de sufrimientos, abría los ojos a la luz de su ansiada libertad.
Por la noche, tras su triunfal entrada en la ciudad, el general O’Donnell hacía publicar un bando dirigido a toda la población:

“Sevillanos, habéis recibido al ejercito constitucional como yo esperaba. Sois liberales y por eso simpatizáis con unos soldados que tanto han luchado por la libertad. Si peligrase de alguna manera nuestro programa del 7 de julio y que vosotros habéis aceptado, el ejército estará a vuestro lado y a su lado espera que estará la invicta y laureada ciudad del rey San Fernando.
No descansaremos ahora hasta que hayáis recogido todos los frutos del triunfo. Una junta popular va a encargarse de auxiliar a las autoridades en sus graves y urgentes trabajos. Ella será el símbolo de la unión del gran partido liberal a que aspiramos, unión sin la cual no será posible que la paz se restablezca, ni que brille puro y sin mancha el sol de la libertad”.

El día 24 de julio el general O’Donnell, por medio de una emocionante alocución, se despedía del pueblo de Sevilla, agradeciendo la primordial ayuda que le había prestado y pidiendo su obediencia a las autoridades que habían quedado establecidas. Al día siguiente por la mañana marchaba con dirección a Madrid.
Este mismo día la reina Isabel II firmaba un decreto por el que revocaba todos los decretos anteriores en los que se había desposeído de sus empleos, grados, títulos y condecoraciones a los generales Leopoldo O’Donnell (conde de Lucena), Francisco Serrano, Antonio Ros de Olano, José de la Concha, Félix María Mesina y Domingo Dulce.
Finalmente la reina nombraba al general Espartero Presidente del Consejo de Ministros, en el que el general O’Donnell ocuparía el ministerio de la Guerra.

lunes, 18 de agosto de 2014

Inauguración de “Los Altos Colegios” de la Resolana



El día treinta de mayo de 1894, festividad de San Fernando, tuvo lugar la entrega al Ayuntamiento del edificio de las Nuevas Escuelas de la Macarena, popularmente llamados Los Altos Colegios. El nuevo centro escolar había sido construido con la contribución de la Real Maestranza de Caballería. En la clase de párvulos, la más cercana a la calle Feria se realizó el solemne acto de entrega del edificio al Ayuntamiento. Se engalanó la entrada y dependencias del edificio con banderas y gallardetes y pirámides de plantas y flores.
El acto comenzó con la lectura de su discurso por el Teniente Hermano Mayor de la Real Maestranza de Caballería, Sr. Valdecañas, al que contestó dando las gracias el Alcalde Bermúdez Reina, firmándose a continuación el acta, que suscribió primero el arzobispo Benito Sanz y Forés y a continuación otras autoridades.
Después se sirvió un lunch con dulces, pastas, helados y refrescos. Se terminó con un baile que amenizó la banda militar. La crónica del Progreso termina diciendo que al acto asistieron, además de las autoridades militares, muchas otras personas de la aristocracia, de la banca, de las letras, de las ciencias y el periodismo, además de las más hermosas y elegantes damas de nuestra buena sociedad.

El proyecto comenzó el  27 de agosto de 1892, cuando la Junta de Gobierno de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla decidió solemnizar la visita a Sevilla de S.M. el rey D. Alfonso XIII, que tenía 6 años, y su madre la Reina Regente María Cristina de Habsburgo para conmemorar el cuarto centenario del descubrimiento de América, con la construcción de tres escuelas públicas: párvulos, niños y niñas, en la Resolana de la Macarena.

Presidiendo el acto se encontraban la Reina Regente acompañada de las Infantas Mª de las Mercedes y  Mª Teresa, D. Antonio Cánovas del Castillo (Presidente del Gobierno), el ministro de Estado, Arzobispo, Gobernador, Alcalde, Teniente de Hermano Mayor de la Real Maestranza, etc. Tras los discursos y bendiciones, en un espacio ricamente engalanado,  se celebró un buffet que atrajo al vecindario del barrio. En la fachada de la antigua clase de párvulos hacia la C/ Feria se conserva una placa conmemorativa de aquel acto.

Las obras bajo la dirección del arquitecto municipal D. Francisco Aurelio Álvarez, que era también autor del proyecto, comenzaron el 18 de ese septiembre de 1.893. En siete meses se realizó el proyecto en el que  trabajaron 120 hombres durante todo el invierno y se fijó como fecha de entrega al Ayuntamiento el día 30 de mayo, día de San Fernando, patrón de la ciudad. Las obras costaron 193.813 pesetas de entonces.

Se construyeron instalaciones para tres escuelas unitarias: una de Párvulos, una elemental de Niñas y otra de Niños. Cada escuela tenía su propia entrada, una casa de maestros, un patio de recreo y una gran clase, además la escuela de párvulos disponía de un comedor de las mismas proporciones que las aulas. El conjunto estaba formado por tanto por cuatro pabellones de gran altura con tejados a cuatro aguas de teja plana, unidos dos a dos por un módulo intermedio de menor altura con dependencias auxiliares (letrinas, despachos, biblioteca…).

Cada pabellón tiene 18 metros de largo, 7 de ancho y 7 de alto y un sistema de ventiladores. El pavimento de los cuatro salones es de cemento sistema Lafarge con un zócalo de azulejos y un cuadro de la virgen del Rosario, construido en azulejos en la fábrica de los Sres. Mensaque Hermanos de Triana. Los azulejos llevan la firma del ceramista Manuel Arellano. Especial mención merecen los frescos decorativos que realizó el pintor Antonio Cavallini por su singularidad, su valor y su originalidad. Se trata de los frisos pedagógicos que recorrían los cuatro
pabellones así como los frescos de sus techos. En total son cuatro las pinturas sobre los techos que representan el movimiento de la Tierra, del sistema y movimiento solar, de la astronomía y uno, muy original, realizado a base de una decoración que simula labores de punto de cruz.

Se encargaron y adquirieron enseres nuevos dotando a las instalaciones con un mobiliario y unos recursos pedagógicos impropios de aquella época de absoluta tacañería con la Escuela Pública. Los métodos de enseñanza adoptados seguían las directrices de las más novedosas corrientes pedagógicas nacionales e internacionales como las impulsadas por  Pestalozzi, Spencer, Montesinos, etc. El primer director fue D. Faustino Álvarez Saenz, desde 1894 hasta su muerte en 1910.

Hasta 1938 seguirán siendo escuelas unitarias, es decir clases con escolares de distintas edades (entre 100 y 150 alumnos) y con distinto nivel de aprendizaje. El maestro o maestra contaba con un auxiliar y con la ayuda del alumnado más preparado.

Como se puede comprobar, las Escuelas de la Resolana, "Los Altos Colegios", se convirtieron en aquella época como el más moderno y mejor Centro Público de la Ciudad así lo confirmaba Torcuato Luca de Tena en la Revista Blanco y Negro en 1894  en el artículo “Unas Escuelas Modelo”, en el que las  las califica como “las primeras escuelas que con tal riqueza de detalles se han abierto en España”.


* Todo este patrimonio mueble e inmueble de los Altos Colegios fue inmortalizado,
al menos y afortunadamente, gracias al oficio de Francisco y Ramón Almela, quienes elaboraron uno de los álbumes fotográficos más hermosos de la ciudad de Sevilla con motivo de la construcción de estas escuelas públicas

miércoles, 6 de agosto de 2014

Un 15 de agosto especial


El 15 de agosto de 1936 se produjo el cambio de bandera en el Ayuntamiento de Sevilla. El general Franco cedió al general Queipo de Llano la retirada de la tricolor y él izó la bicolor. Ese día el golpe de Gobierno inicial, siguiendo el Plan Mola para instaurar una “Dictadura Republicana”, se convirtió en Golpe de Estado después de fracasar las negociaciones entre los sublevados y el Gobierno de Madrid, así como los objetivos militares del citado Plan Mola. Comenzaba así la Guerra Civil, que tanto dolor causaría a nuestro país, con cada contendiente con su propia enseña.

La crónica de ese día de la Virgen de los Reyes, en el que Sevilla volvió a ser protagonista de la Historia de España, la encontramos en las páginas de ABC de Sevilla:

“Cuando hubo terminado la procesión de la Virgen de los Reyes la multitud empezó a congregarse en la plaza de San Fernando para el solemnísimo acto de izar oficialmente la bandera roja y gualda en el Ayuntamiento. Poco después de las diez y media no se cabía materialmente en las dos plazas, entre las que se alzan las Casas Consistoriales.
Jamás se conoció en. Sevilla una aglomeración de personas tan grande, ni tampoco hay recuerdo de que el entusiasmo se desbordase con tamaño ímpetu. Fueron momentos   de   emoción   indescriptible, que nunca podrán superarse. Todas las clases sociales,  sin distinción de castas,  se apiñaron materialmente para ver el izado  de la enseña inmortal: de la bandera roja y gualda, millones de veces bendita.
En la plaza de San Femando formaron con antelación representaciones de los diversos Cuerpos y milicias de la guarnición.
Cuando las fuerzas iban entrando en la plaza para ocupar su puesto en formación, la multitud las ovacionaba entusiásticamente.
Después de las diez y media fueron llegando las autoridades y el honorable Cuerpo consular.
La entrada de los generales Queipo de Llano, Franco y Millán Astray en el Ayuntamiento fue acogida con aclamaciones inenarrables.
Por medio de altavoces describía los detalles del acontecimiento el funcionario del Gabinete de Prensa afecto al Estado Militar don Obdulio Gómez,
Su Eminencia el cardenal Ilundain fué recibido en la escalinata de las Casas Consistoriales por los ilustres generales y demás autoridades.
Una avioneta del Aero Club volaba sobre la muchedumbre, dejando caer octavillas de los colores rojo y gualda con himnos patrióticos y cantos a la bandera nacional.
Al asomarse los generales al balcón central del edificio, donde iba a izarse la enseña sagrada, estalló una ovación imprente. El instante fué de intensa emoción. En todos los ojos había lágrimas".

Tomó la palabra acto seguido al general Queipo de Llano quién pronunció un discurso enardecido en defensa de la enseña rojigualda por la que tantos españoles habían entregado su vida y criticó al gobierno de la República por haber cometido el error de haber adoptado la bandera tricolor.
Y sigue el cronista:

Elocuentemente, el general Queipo de Llano se extiende en consideraciones históricas remontándose a la simbología de la" bandera en el antiguo Egipto y a la bandera que los romanos trajeron a España.
Define la significación del color rojo que se observa desde los primeros tiempos y hace mención a las barras rojas que ya aparecieron en el siglo XIII.
Al izarse la bandera el entusiasmo de la multitud fué idescriptible desbordándose la multitud que coreaba frenéticamente los vivas a España gritados por el glorioso general Queipo de Llano.
En este instante besaron frenéticamente la bandera los generales Franco, Queipo y el alcalde de Sevilla. Sr. Carranza, y el fundador de la Legión, general Millán Astray, al que se dieron muchos viva.
Seguidamente todo el público que llenaba la plaza prorrumpió en las siguientes exclamaciones : ¡¡¡Franco!!! ¡¡¡Franco !!!Franco! !!, queriendo significar con ello su homenaje al ilustre caudillo militar, salvador de España y fundador de una nueva Patria mejor.
Las últimas palabras del general fueron apagadas por el clamor entusiasta de la multitud.
Inmediatamente fué izada la bandera inmortal.
No hay pluma capaz de describir el momento. Lágrimas, escalofríos, corazones latiendo aceleradamente y un grito en todas las gargantas: España, España y España, única, grande, libre.

Después tomo la palabra el general Franco quién acercándose hasta el micrófono dijo:

¡ Sevillanos ¡ Ta tenéis aquí la gloriosa bandera española; ya es vuestra; el heroico general Queipo de Llano la ha inaugurado en esta fiesta solemne y en forma oficial. Esta bandera roja y gualda es la que está en el corazón de la inmensa mayoría de los españoles. Él os ha explicado el origen de la bandera y os ha repetido como nuestros heroicos soldados se batieron y supieron morir en defensa de la Patria, a la sombra de la bandera roja y gualda. 

Posteriormente recordó su pasado en Marruecos y los peligros que acechaban a España por el avance de las hordas marxistas y de la propaganda de Moscú, señalando que la bandera representaba  el oro de Castilla y la sangre de Aragón y nuestra gesta gloriosa en América y los triunfos de los barcos españoles a través de la Historia.
Terminó con un elogio a Sevilla y dando vivas a España, que son contestados con delirante entusiasmo por la multitud.

Finalmente intervino Millán Astray que enardecido gloso el lema y las virtudes de la Legión, terminó gritando la divisa de la legión y finalizó con un ¡Viva España! 

La multitud, que contestó los tres vivas legionarios con el máximo" entusiasmo, tributó a Millán Astray, símbolo del heroísmo español, el homenaje de una ovación indescriptible.
Seguidamente falangistas y balillas entonaron el himno de la Falange Española, coreado por el público, sucediéndose las ovaciones y vítores, que arreciaron al besar la bandera los generales y autoridades.
Finalmente se organizó el desfile de las fuerzas con caracteres de verdadera apoteosis. La pluma, también emocionada, no puede decir más, Sevilla quizás no vuelva a vivir otro momento semejante.
Y el resto del día fué también de entusiasta homenaje a las banderas, que por todas partes ondearon y muy profusamente en el centro de la ciudad, en particular en la plaza de San Fernando.

Así fue la crónica de un día 15 de agosto, festividad de la Virgen de los Reyes en que se visualizo el cambio de orientación de los golpistas y se marcó un nuevo rumbo a la Historia de España hacia una de sus páginas más negras. Sevilla, como no,  fue testigo.

La Batalla del puente de Barcas



La cuestión naval era primordial para tomar Sevilla. La ciudad se aprovisionaba fluvialmente desde África y además recibía víveres desde el oeste: San Juan de Aznalfarache, el Aljarafe y Niebla, en Huelva. En este sentido, la clave era cortar la conexión africana, así como el puente de barcas que unía Sevilla con Triana y a Triana con todas estas regiones. Sabedor de la necesidad de hacer un tipo de guerra mixta para tomar la ciudad bética —el asedio de tierra y las incursiones navales—, Fernando III y sus hombres también se entrevistaron en Jaén con Ramón Bonifaz, un burgalés versado en las artes del mar. Su procedencia ha sembrado el misterio entre los historiadores, pues no se le supone a un castellano del siglo XIII mucho conocimiento marino, razón por la que se especula con una ascendencia marsellesa o italiana.


En cualquier caso, el encargo del rey cristiano fue claro: había que armar en Cantabria una flota fuerte y preparada para hacer la guerra en el Guadalquivir. La demanda fue satisfecha con diligencia, pese a que por entonces la armada hispana era prácticamente inexistente. Se construyeron 13 naos y 5 galeras en los astilleros de Santander, Castro Urdiales, San Vicente de la Barquera y Laredo. Además, se calcula que fue preciso enrolar al menos a 1000 hombres entre marinos, galeotes y gentes diversas de armas. Presta y flamante, en el verano de 1247 la flota de Bonifaz ya andaba batallando en la desembocadura del Guadalquivir contra las naves moras, que les cerraron el paso de inmediato. La intención de los cántabros era remontar el río y ganarlo para sí, y no sin esfuerzo lo consiguieron. Los cristianos lograron imponerse en una serie de sucesivos encontronazos y en agosto remontaban con superioridad las aguas andaluzas hasta la altura de Coria, a unos 15 kilómetros de la capital hispalense. La vía fluvial estaba iniciada. Estuvieron entonces en plena disposición de participar de lleno en el asedio, para el que se les aguardaba con impaciencia. Según los cronistas, sería una experiencia pionera de guerra combinada, que aunó lo terrestre con lo naval bajo un mismo objetivo territorial.

Al fin a las puertas de Sevilla, los marinos de Bonifaz no tiene más remedio que dejarse arrastrar por la dinámica estática que había adquirido el asedio de la ciudad: escaramuzas, celadas combates furtivos, saqueos. La guerra se había enquistado, la ciudad seguía resistiendo y el tiempo corría en contra de los castellanos. En cualquier momento podía despertar la conciencia solidaria del sultán de Fez o de sus compatriotas magrebíes y dar un giro imprevisible a la situación

Pero el curso del asedio iba a cambiar. La primavera de 1248 es vital para la toma de Sevilla. Los refuerzos que acompañan al recién llegado infante Alfonso darán impulso definitivo a un cerco encaminado pero dificultoso. Alfonso vendrá acompañado por nuevas milicias de todos los reinos cristianos, navarros, aragoneses, leoneses.
Con estas nuevas huestes será posible reforzar todas las zonas del sitio y extender una verdadera soga al cuello alrededor de la ciudad musulmana. Manuel García Fernández explica el despliegue con detalle: “El infante se asentaría en la Buhaira (Huerta del Rey) controlando el sector oriental de la ciudad y los Caños de Carmona que la abastecían de agua. En el sector norte, en la zona de la Puerta de la Macarena, se establecieron las tropas del infante don Enrique y las huestes de las órdenes de Calatrava y Alcántara, los caballeros de Diego López de Haro y Rodrigo Gómez de Galicia. En las proximidades del Arroyo Tagarete se instalaría el arzobispo de Santiago. Por su parte, Fernando III avanzó por el sur hasta las inmediaciones de la Puerta de Jerez, al tiempo que la flota de Bonifaz navegaba ya río arriba hacia la bocana del puerto de Sevilla (…)
Por último, el maestre de Santiago estableció nuevo campamento al oeste para cortar el suministro con el Aljarafe y mantener por la comarca la estrategia de guerra total. A excepción del noroeste y del puente de pontones de Triana, por donde continuaban entrando suministros, toda Sevilla estaba cercada en el verano de 1248”. Sin duda, solo restaba una cosa para precipitar la victoria cristiana: el dominio del puerto fluvial.

Se supone que el 3 de mayo de 1248 amaneció tranquilo y soleado. Aquel día culminarían los trabajos de la flota cántabra, que llevaba asumiendo el protagonismo ya varios días. La tarde propició la pleamar y un cierto viento de levante y los barcos se lanzaron en su empeño. Pasaron con éxito la barrera de la Torre del Oro, garita centinela que guardaba con celo el acceso a la ciudad. Virotes, flechas y otros objetos de aluvión dieron la bienvenida a los invasores. Mientras, las tropas de Fernando III realizaban fuertes cargas en tierra para tratar de hacer daño simultáneo y dispersar atenciones.

Llegada la flota a la altura de las atarazanas y del Arenal, el avance se hizo completamente encarnizado. Intenso fuego de proyectiles volaba desde la orilla sevillana y desde las embarcaciones moras. Los asediados se empleaban a fondo para hostigar a la flota castellana, sabedores de que se jugaban su último reducto de resistencia. En efecto, los musulmanes aún tenían preparado un recurso defensivo para impedir el paso de Bonifaz, López de Haro y los suyos: el denominado “fuego griego” o “grecisco”. En palabras de Carlos Ros, eran “ollas y tinajas rebosantes de petróleo, azufre, salitre y otros elementos que lo hacían altamente inflamable en el agua”. Se lanzaron varias balsas y brulotes prestas a provocar el incendio, pero apenas hicieron blanco en las embarcaciones cristianas.

De pronto, salvado el escollo, la suerte pareció echada. El objetivo de la flota cristiana se dibujó con nitidez: abrir brecha en el Puente de Barcas y cortar sus comunicaciones. Ya estaban muy cerca y ninguna de las embarcaciones musulmanas había logrado detener el avance. Las dos naves cristianas de mayor tamaño iban en vanguardia. Las elegidas son la Carceña y la Rosa de Castro; la una construida con madera del monte de mismo nombre, en los alrededores de Santander, la otra armada en las atarazanas de Castro Urdiales. Estaban reforzadas en su proa con maderas y todo tipo de metales aserrados, listas para embestir a todo lo que se cruzara en su camino.

El primer barco, gobernado por el valerosos Ruy González, chocó. Hizo estremecer toda la estructura de madera y gruesas cadenas. Segundos después, lo hizo el segundo, capitaneado por el mismísimo Almirante Bonifaz. Fue un chasquido sordo y contundente. La embarcación abrió camino y quebró el puente más o menos por su parte central. No era presa fácil. Los trece bajeles que lo conformaban estaban unidos por gruesas cadenas de hierro que se anclaban en las mismas murallas del Castillo de Triana y en la orilla del Arenal. La brecha estaba abierta. La flota había cortado la barrera de Triana y ahora Sevilla capital estaba completamente aislada.

En las siguientes semanas se tomó con gran esfuerzo el Castillo de Triana, pero la rendición tampoco llegaría entonces. Los musulmanes estuvieron completamente encerrados desde mayo de 1248 pero aguantarían con agonía hasta noviembre del mismo año. Entonces, por fin las autoridades castellanas pudieron comenzar las negociaciones, que no serían nada sencillas.

El Deseado abandona Sevilla precipitadamente.


Sevilla, 12 de junio de 1823. El rey no daba crédito a lo que estaba pasando. El pueblo que lo había alabado ahora lo insultaba. Con prisa y protegido por la guardia real fue llevado al puerto para embarcar rumbo a Cádiz. Un cortejo real deslucido: había temor a la multitud y no era para menos.
Al salir del Alcázar se oyeron los primeros gritos contra Fernando VII. Unos gritos que siguieron y que al llegar al puerto se convirtieron en una auténtica algarabía...
Allí recordó el Rey algunas escenas de los últimos meses. Cuando llegó a aquella ciudad fue bien recibido. Hacía tres años que había tenido que comulgar con la dichosa Constitución. Por eso se declaró el más constitucional. Y fue bien recibido por el pueblo. En esa ciudad había sido abuelo sólo un par de meses antes. Y recordó sobre todo el día de su aclamación popular. Había decidido dar una vuelta a la ciudad y volver a entrar por la calle donde estaba el busto del viejo rey Pedro I. El carruaje real era demasiado grande y prácticamente se quedó encajado en una esquina. Cuando el público notó su presencia dio grandes vivas al Rey. Y fueron muchos los que le recordaron que era un rey deseado... Eso ocurrió sólo unos meses antes. Porque cundo llegó el Corpus la cosa parecía haber cambiado. Tuvo que ver la procesión desde un mirador del Alcázar. Y aunque la procesión fue bella, el ambiente ya le pareció frío. Fernando VII ya no se sintió tan deseado. Conforme pasaron los días la situación en la calle empeoró. Las noticias que llegaban de fuera no eran buenas. Un congreso en Verona había aprobado la invasión de España por los franceses para volver a darle el poder absoluto al Rey. El único poder en el que Fernando VII siempre había creído. Pero el pueblo sevillano se rebeló: disturbios, quejas, manifestaciones... Un pueblo engañado. Fernando VII  subía en un barco con destino a Cádiz. En el paseo de las Delicias habían llegado a tirarle naranjas y verduras podridas. Sevilla lo había condenado definitivamente...

El día anterior en la antigua iglesia de San Hermenegildo sede de las Cortes Generales desde hacía un par de meses, se celebraba una turbulenta sesión ante el empecinamiento del rey de abandonar Sevilla. Alcalá Galiano acogiéndose al artículo 187 de la Constitución proponía que se declarase la incapacidad mental del rey:

“Por tanto, yo me atrevería a proponer a éstas que, considerando lo nuevo y extraordinario de las circunstancias de S.M., por su respuesta, que indica su indiferencia de caer en manos de los enemigos, se suponga por ahora a S.M., y por un momento, en el estado de imposibilidad moral; y mientras, que se nombre una Regencia que resuma las facultades del Poder ejecutivo, sólo para el objeto de llevar a efecto la traslación de la persona de S.M., de su Real Familia y de las Cortes.”


La propuesta de Galiano fue aceptada, aunque no sin la oposición de algunos diputados, procediéndose a continuación al nombramiento de una Regencia del Reino, que vino a recaer en los diputados: Cayetano Valdés, como presidente; Gaspar Vigodet y Gabriel Ciscar. Acordándose la conclusión de tan tempestuosa legislatura y la salida inmediata del gobierno para su último refugio en Cádiz.
El jueves 12 de junio de 1823, a las 6 de la tarde la familia real, bajo la custodia de los nacionales de Madrid, salía de Sevilla, mientras la nueva Regencia lo hacía a las siete de la tarde junto con los milicianos movilizados en Sevilla. La metrópoli quedó tan solo protegida por media brigada de artillería de plaza y un escuadrón del regimiento de Almansa.
Tras la marcha de las más altas autoridades la ciudad se convirtió en un auténtico caos. Es difícil de precisar cual era el mayor temor de los liberales sevillanos en estos momentos, sí la inminente llegada de las tropas francesas o la revancha de los absolutistas. Esto dio lugar a que el embarque de los diputados, empleados del gobierno, personas y familias comprometidas en la causa constitucional, tuviese lugar con una angustiosa premura. Pero los barcos de pasaje y carga que habían acudido a este puerto con el fin de explotar la ocasión, no fueron suficientes para todos. Una vez que las fuerzas del ejército y de la milicia, que tenían a raya a la plebe de los barrios y de extramuros, se replegó a sus cuarteles una multitud invadió los muelles por la parte de Triana y la de Sevilla, abalanzándose sobre el botín. La ciudad se había convertido en un polvorín y una vez volvió a ser testigo de unos acontecimientos históricos.

La boda del Emperador Carlos V en Sevilla


Sevilla fue el escenario de uno de los acontecimientos más importantes de la biografía personal del
Emperador: su matrimonio con la princesa Isabel de Portugal, que se celebró en el Alcázar el 11 de marzo de 1526. Según el cronista Alonso de Santa Cruz, «por causa de ir a visitar el Reino de Andalucía», determinó Carlos V hacer su casamiento con Isabel de Portugal en la ciudad de Sevilla.
Esta boda con su prima, que con 23 años estaba en condiciones de darle un heredero, permitía conciliar sus necesidades económicas como Habsburgo con los deseos de las Cortes castellanas de 1525. La dote de Isabel era muy atractiva para las maltrechas arcas hispánicas: 900.000 doblas de oro mientras que Carlos otorgaba a su futura esposa en calidad de arras 300.000 doblas. Para ello tuvo que hipotecar las villas jienenses de Ubeda, Baeza y Andújar, signo evidente del deterioro de la economía. Además, continuaba la política de los Reyes Católicos de alianzas matrimoniales con la dinastía Avís portuguesa.
Cuando llegó la dispensa pontificia, el 1 de noviembre de 1525, ya que Isabel y Carlos eran primos carnales como he dicho -Isabel era hija de María, hija de los Reyes Católicos, y Manuel I el Afortunado de Portugal- y tenían que contar con la autorización papal para contraer matrimonio, se celebraron las ceremonias de esponsales por poderes, que hubieron de repetirse el 20 de enero de 1526 por insuficiencia de la dispensa llegada de Roma.
Diez días más tarde, la ya Emperatriz emprendió viaje a Sevilla, pues se había concertado que el encuentro tuviese lugar allí. Una comitiva enviada por Carlos y compuesta por el duque de Calabria, el arzobispo de Toledo y el duque de Béjar, fue a recibir a Isabel a la frontera de Portugal. Entre Elvas y Badajoz tuvo lugar la ceremonia de entrega, el miércoles 7 de febrero. De allí se organizó un complicado y nutrido cortejo que, a través de Almendralejo, Llerena, Guadalcanal, Cazalla, el Pedroso, Cantillana y San Jerónimo, llegó a Sevilla, haciendo su entrada solemne el 3 de marzo. Ortiz de Zúñiga describe así el recibimiento que le hizo la ciudad:

"Salieron pues, los señores del Senado y regimiento de Sevilla a recibir a Su Magestad la Emperatriz, muy rica y lucidamente vestidos, con el señor asistente don Juan de Ribera y el ilustrísimo duque de Arcos, alcalde mayor de Sevilla. Salieron asimismo los muy reverendos señores del cabildo de la iglesia de Sevilla, y los egregios colegiales del insigne colegio de Santa María de Jesús; los caballeros y escribanos públicos, ciudadanos y mercaderes naturales y entrangeros, muy costosos y galanes, a mula y a caballo".

Casi todos los testimonios coinciden en el rico recibimiento que preparó la ciudad de Sevilla; algo más suntuoso el del emperador, aunque el coste del palio de Isabel, de plata, oro, piedras preciosas y perlas, no bajó de 3.000 ducados. Cuenta Fernández de Oviedo que salieron a recibir a la emperatriz todos los oficios, cabalgando porque por las lluvias de aquellos días había mucho lodo. Los dos Cabildos, el eclesiástico y el secular, se apearon en San Lázaro y le besaron la mano en la litera donde venía. En la puerta de Macarena salió Isabel de la litera y subió en una hacanea blanca muy ricamente aderezada. Allí la tomaron debajo de un rico palio de brocado, con las armas imperiales y las suyas bordadas en medio. Iba entre el duque de Calabria y el arzobispo de Toledo.
Entre los elementos estáticos del aparato ceremonial que preparó Sevilla para recibir a Sus Majestades destacan siete arcos triunfales que simbolizaban las virtudes que debe poseer un soberano: Prudencia, Fortaleza, Clemencia, Paz, Justicia, Fe; el último era el dedicado a la Gloria.
En los recibimientos reales del XVI el espacio real desaparece, se redefine. La arquitectura efímera, la música, las campanas, las antorchas, los tapices, los vestidos, las joyas, el pueblo en las calles, todo contribuye a crear un espacio festivo y un tiempo diferente del habitual al interrumpir la vida cotidiana. La vista y el oído tienen gran importancia en la fiesta, pero también el olfato; así, en el séptimo arco que atravesaron Isabel y Carlos, el de la Gloria, a los pies de la Fama, dos grandes braseros exhalaban perfumes.

Las calles se llenaron de gente; Sevilla hizo venir a personas de todas sus villas y poblados para una gran exhibición del fasto. La fiesta cortesana es un todo teatral, por eso la fiesta necesita espectadores que llenen el espacio público y participen con su presencia y sus gritos de exaltación. Se disponía la ciudad a modo de gran teatro urbano con los elementos adecuados: música, calles engalanadas con tapices y antorchas y gente con alhajadas vestiduras.
Iba la emperatriz de raso blanco forrado en rica tela de oro y el raso acuchillado, con una gorra de raso blanco con perlas de gran valor y una pluma blanca; su atuendo constelado de joyas. Por las adornadas calles sevillanas la acompañaban el arzobispo de Toledo, el duque de Calabria, el marqués de Villarreal, el obispo de Palencia, señores de la nobleza como el duque de Béjar y gran número de caballeros y prelados de Castilla y Portugal, reproduciendo la comitiva, en pequeña escala, la sociedad: el rey o la reina, bajo palio, asistidos por principales funcionarios de Estado, la nobleza, la pequeña aristocracia, varios representantes del clero y, del tercer Estado, oficiales públicos y los gremios. Dominando el espacio festivo, los símbolos de la Monarquía.
En las gradas de la Catedral la esperaba solemnemente el capítulo de la Iglesia con todo el clero y cruces de las iglesias de la ciudad. Se había levantado en la Puerta del Perdón un arco muy suntuoso con un cielo en medio en el que ángeles y un coro en figura de las virtudes, cada uno con su insignia, cantaban con suave melodía. Todos recibieron a Isabel primero y a Carlos días más tarde y los acompañaron con cantos al interior de la Catedral. Isabel oró en el altar mayor en un rico sitial; después salió por otra puerta.
El 10 de marzo, con gran retraso respecto a los planes iniciales, hizo su entrada solemne el emperador acompañado, entre grandes hombres, por el cardenal Salviatis, legado del Papa. Iba Carlos vestido con un sayo de terciopelo con tiras de brocado por todas partes y con una vara de olivo en la mano. Lo esperaban representantes de los distintos estamentos, que ofrecían entre todos un espectáculo de intenso colorido: ropas rozagantes de raso carmesí y gorras de terciopelo, con ricas medallas y grandes cadenas de oro, varas con los cabos teñidos, libreas de grana, sayones de terciopelo, capuces y caperuzas amarillas...
El encuentro entre la comitiva real y la de la ciudad tuvo lugar frente al monasterio de San Jerónimo, a unos cinco kilómetros y medio de Sevilla. En la puerta de la Macarena, una vez jurados y confirmados los privilegios de la ciudad y habiéndosele entregado las llaves de ésta, fue recibido bajo otro palio, «bordadas en medio sus armas y por las goteras, que eran de brocado raso, iban bordadas las dos columnas de su devisa, con una corona imperial sobre ellas». Como ya lo había hecho la emperatriz, pasó bajo los siete arcos.
Con gran solemnidad esperaba de nuevo en las gradas de la Catedral el sagrado capítulo con todo el clero y cruces con invenciones.
Y si es cierto que la entrada, profana, de Carlos V se estructuró como la procesión del Corpus, ésta también se concebía como una entrada triunfal. Se apeó en la Puerta del Perdón. Allí, en un rico altar, de rodillas, juró el emperador guardar la inmunidades de la Santa Iglesia. La música entonó el Te Deum y un coro de niños lo fue cantando hasta la Capilla Mayor, donde había otro sitial y almohadas en que se arrodilló el emperador. Dichos en el altar los versos y oración por el arzobispo, lo acompañaron hasta la puerta de la lonja, donde habían pasado el palio y caballo, y entró en el Alcázar.

Tras un primer y breve encuentro volvió el emperador ya engalanado y se desposó con la emperatriz presente en la cuadra de la Media Naranja, el actual Salón de Embajadores. A las doce se aderezó un altar en la cámara de Isabel. Dijo misa y los veló, a pesar de Pasión, el arzobispo de Toledo. Fueron los padrinos el duque de Calabria y la condesa de Odenura y Faro. Acabada la misa, pasó el emperador a su aposento: en tanto estaba «en su cámara, se acostó la emperatriz, é desque fué acostada, pasó el emperador á consumar el matrimonio como católico príncipe».
Los festejos se suspendieron durante la Semana Santa. Desde Pascua comenzaron justas, torneos, cañas y toros. En el XVI, torneos y las justas eran los festejos preferidos por los nobles. Aunque menos interesantes para el público que los medievales, pues apenas conservaban un resto de su antigua aplicación militar, mostraban igualmente las destrezas de los caballeros y seguían considerándose como un entrenamiento para la guerra.
Y el 13 de mayo partieron para Granada Carlos V y la emperatriz consorte Isabel con toda su corte, haciendo su camino por Ecija y Córdoba, donde fueron recibidos con gran solemnidad. Carlos e Isabel hicieron su entrada en Granada el 4 de junio de 1526.