lunes, 18 de agosto de 2014

Inauguración de “Los Altos Colegios” de la Resolana



El día treinta de mayo de 1894, festividad de San Fernando, tuvo lugar la entrega al Ayuntamiento del edificio de las Nuevas Escuelas de la Macarena, popularmente llamados Los Altos Colegios. El nuevo centro escolar había sido construido con la contribución de la Real Maestranza de Caballería. En la clase de párvulos, la más cercana a la calle Feria se realizó el solemne acto de entrega del edificio al Ayuntamiento. Se engalanó la entrada y dependencias del edificio con banderas y gallardetes y pirámides de plantas y flores.
El acto comenzó con la lectura de su discurso por el Teniente Hermano Mayor de la Real Maestranza de Caballería, Sr. Valdecañas, al que contestó dando las gracias el Alcalde Bermúdez Reina, firmándose a continuación el acta, que suscribió primero el arzobispo Benito Sanz y Forés y a continuación otras autoridades.
Después se sirvió un lunch con dulces, pastas, helados y refrescos. Se terminó con un baile que amenizó la banda militar. La crónica del Progreso termina diciendo que al acto asistieron, además de las autoridades militares, muchas otras personas de la aristocracia, de la banca, de las letras, de las ciencias y el periodismo, además de las más hermosas y elegantes damas de nuestra buena sociedad.

El proyecto comenzó el  27 de agosto de 1892, cuando la Junta de Gobierno de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla decidió solemnizar la visita a Sevilla de S.M. el rey D. Alfonso XIII, que tenía 6 años, y su madre la Reina Regente María Cristina de Habsburgo para conmemorar el cuarto centenario del descubrimiento de América, con la construcción de tres escuelas públicas: párvulos, niños y niñas, en la Resolana de la Macarena.

Presidiendo el acto se encontraban la Reina Regente acompañada de las Infantas Mª de las Mercedes y  Mª Teresa, D. Antonio Cánovas del Castillo (Presidente del Gobierno), el ministro de Estado, Arzobispo, Gobernador, Alcalde, Teniente de Hermano Mayor de la Real Maestranza, etc. Tras los discursos y bendiciones, en un espacio ricamente engalanado,  se celebró un buffet que atrajo al vecindario del barrio. En la fachada de la antigua clase de párvulos hacia la C/ Feria se conserva una placa conmemorativa de aquel acto.

Las obras bajo la dirección del arquitecto municipal D. Francisco Aurelio Álvarez, que era también autor del proyecto, comenzaron el 18 de ese septiembre de 1.893. En siete meses se realizó el proyecto en el que  trabajaron 120 hombres durante todo el invierno y se fijó como fecha de entrega al Ayuntamiento el día 30 de mayo, día de San Fernando, patrón de la ciudad. Las obras costaron 193.813 pesetas de entonces.

Se construyeron instalaciones para tres escuelas unitarias: una de Párvulos, una elemental de Niñas y otra de Niños. Cada escuela tenía su propia entrada, una casa de maestros, un patio de recreo y una gran clase, además la escuela de párvulos disponía de un comedor de las mismas proporciones que las aulas. El conjunto estaba formado por tanto por cuatro pabellones de gran altura con tejados a cuatro aguas de teja plana, unidos dos a dos por un módulo intermedio de menor altura con dependencias auxiliares (letrinas, despachos, biblioteca…).

Cada pabellón tiene 18 metros de largo, 7 de ancho y 7 de alto y un sistema de ventiladores. El pavimento de los cuatro salones es de cemento sistema Lafarge con un zócalo de azulejos y un cuadro de la virgen del Rosario, construido en azulejos en la fábrica de los Sres. Mensaque Hermanos de Triana. Los azulejos llevan la firma del ceramista Manuel Arellano. Especial mención merecen los frescos decorativos que realizó el pintor Antonio Cavallini por su singularidad, su valor y su originalidad. Se trata de los frisos pedagógicos que recorrían los cuatro
pabellones así como los frescos de sus techos. En total son cuatro las pinturas sobre los techos que representan el movimiento de la Tierra, del sistema y movimiento solar, de la astronomía y uno, muy original, realizado a base de una decoración que simula labores de punto de cruz.

Se encargaron y adquirieron enseres nuevos dotando a las instalaciones con un mobiliario y unos recursos pedagógicos impropios de aquella época de absoluta tacañería con la Escuela Pública. Los métodos de enseñanza adoptados seguían las directrices de las más novedosas corrientes pedagógicas nacionales e internacionales como las impulsadas por  Pestalozzi, Spencer, Montesinos, etc. El primer director fue D. Faustino Álvarez Saenz, desde 1894 hasta su muerte en 1910.

Hasta 1938 seguirán siendo escuelas unitarias, es decir clases con escolares de distintas edades (entre 100 y 150 alumnos) y con distinto nivel de aprendizaje. El maestro o maestra contaba con un auxiliar y con la ayuda del alumnado más preparado.

Como se puede comprobar, las Escuelas de la Resolana, "Los Altos Colegios", se convirtieron en aquella época como el más moderno y mejor Centro Público de la Ciudad así lo confirmaba Torcuato Luca de Tena en la Revista Blanco y Negro en 1894  en el artículo “Unas Escuelas Modelo”, en el que las  las califica como “las primeras escuelas que con tal riqueza de detalles se han abierto en España”.


* Todo este patrimonio mueble e inmueble de los Altos Colegios fue inmortalizado,
al menos y afortunadamente, gracias al oficio de Francisco y Ramón Almela, quienes elaboraron uno de los álbumes fotográficos más hermosos de la ciudad de Sevilla con motivo de la construcción de estas escuelas públicas

miércoles, 6 de agosto de 2014

Un 15 de agosto especial


El 15 de agosto de 1936 se produjo el cambio de bandera en el Ayuntamiento de Sevilla. El general Franco cedió al general Queipo de Llano la retirada de la tricolor y él izó la bicolor. Ese día el golpe de Gobierno inicial, siguiendo el Plan Mola para instaurar una “Dictadura Republicana”, se convirtió en Golpe de Estado después de fracasar las negociaciones entre los sublevados y el Gobierno de Madrid, así como los objetivos militares del citado Plan Mola. Comenzaba así la Guerra Civil, que tanto dolor causaría a nuestro país, con cada contendiente con su propia enseña.

La crónica de ese día de la Virgen de los Reyes, en el que Sevilla volvió a ser protagonista de la Historia de España, la encontramos en las páginas de ABC de Sevilla:

“Cuando hubo terminado la procesión de la Virgen de los Reyes la multitud empezó a congregarse en la plaza de San Fernando para el solemnísimo acto de izar oficialmente la bandera roja y gualda en el Ayuntamiento. Poco después de las diez y media no se cabía materialmente en las dos plazas, entre las que se alzan las Casas Consistoriales.
Jamás se conoció en. Sevilla una aglomeración de personas tan grande, ni tampoco hay recuerdo de que el entusiasmo se desbordase con tamaño ímpetu. Fueron momentos   de   emoción   indescriptible, que nunca podrán superarse. Todas las clases sociales,  sin distinción de castas,  se apiñaron materialmente para ver el izado  de la enseña inmortal: de la bandera roja y gualda, millones de veces bendita.
En la plaza de San Femando formaron con antelación representaciones de los diversos Cuerpos y milicias de la guarnición.
Cuando las fuerzas iban entrando en la plaza para ocupar su puesto en formación, la multitud las ovacionaba entusiásticamente.
Después de las diez y media fueron llegando las autoridades y el honorable Cuerpo consular.
La entrada de los generales Queipo de Llano, Franco y Millán Astray en el Ayuntamiento fue acogida con aclamaciones inenarrables.
Por medio de altavoces describía los detalles del acontecimiento el funcionario del Gabinete de Prensa afecto al Estado Militar don Obdulio Gómez,
Su Eminencia el cardenal Ilundain fué recibido en la escalinata de las Casas Consistoriales por los ilustres generales y demás autoridades.
Una avioneta del Aero Club volaba sobre la muchedumbre, dejando caer octavillas de los colores rojo y gualda con himnos patrióticos y cantos a la bandera nacional.
Al asomarse los generales al balcón central del edificio, donde iba a izarse la enseña sagrada, estalló una ovación imprente. El instante fué de intensa emoción. En todos los ojos había lágrimas".

Tomó la palabra acto seguido al general Queipo de Llano quién pronunció un discurso enardecido en defensa de la enseña rojigualda por la que tantos españoles habían entregado su vida y criticó al gobierno de la República por haber cometido el error de haber adoptado la bandera tricolor.
Y sigue el cronista:

Elocuentemente, el general Queipo de Llano se extiende en consideraciones históricas remontándose a la simbología de la" bandera en el antiguo Egipto y a la bandera que los romanos trajeron a España.
Define la significación del color rojo que se observa desde los primeros tiempos y hace mención a las barras rojas que ya aparecieron en el siglo XIII.
Al izarse la bandera el entusiasmo de la multitud fué idescriptible desbordándose la multitud que coreaba frenéticamente los vivas a España gritados por el glorioso general Queipo de Llano.
En este instante besaron frenéticamente la bandera los generales Franco, Queipo y el alcalde de Sevilla. Sr. Carranza, y el fundador de la Legión, general Millán Astray, al que se dieron muchos viva.
Seguidamente todo el público que llenaba la plaza prorrumpió en las siguientes exclamaciones : ¡¡¡Franco!!! ¡¡¡Franco !!!Franco! !!, queriendo significar con ello su homenaje al ilustre caudillo militar, salvador de España y fundador de una nueva Patria mejor.
Las últimas palabras del general fueron apagadas por el clamor entusiasta de la multitud.
Inmediatamente fué izada la bandera inmortal.
No hay pluma capaz de describir el momento. Lágrimas, escalofríos, corazones latiendo aceleradamente y un grito en todas las gargantas: España, España y España, única, grande, libre.

Después tomo la palabra el general Franco quién acercándose hasta el micrófono dijo:

¡ Sevillanos ¡ Ta tenéis aquí la gloriosa bandera española; ya es vuestra; el heroico general Queipo de Llano la ha inaugurado en esta fiesta solemne y en forma oficial. Esta bandera roja y gualda es la que está en el corazón de la inmensa mayoría de los españoles. Él os ha explicado el origen de la bandera y os ha repetido como nuestros heroicos soldados se batieron y supieron morir en defensa de la Patria, a la sombra de la bandera roja y gualda. 

Posteriormente recordó su pasado en Marruecos y los peligros que acechaban a España por el avance de las hordas marxistas y de la propaganda de Moscú, señalando que la bandera representaba  el oro de Castilla y la sangre de Aragón y nuestra gesta gloriosa en América y los triunfos de los barcos españoles a través de la Historia.
Terminó con un elogio a Sevilla y dando vivas a España, que son contestados con delirante entusiasmo por la multitud.

Finalmente intervino Millán Astray que enardecido gloso el lema y las virtudes de la Legión, terminó gritando la divisa de la legión y finalizó con un ¡Viva España! 

La multitud, que contestó los tres vivas legionarios con el máximo" entusiasmo, tributó a Millán Astray, símbolo del heroísmo español, el homenaje de una ovación indescriptible.
Seguidamente falangistas y balillas entonaron el himno de la Falange Española, coreado por el público, sucediéndose las ovaciones y vítores, que arreciaron al besar la bandera los generales y autoridades.
Finalmente se organizó el desfile de las fuerzas con caracteres de verdadera apoteosis. La pluma, también emocionada, no puede decir más, Sevilla quizás no vuelva a vivir otro momento semejante.
Y el resto del día fué también de entusiasta homenaje a las banderas, que por todas partes ondearon y muy profusamente en el centro de la ciudad, en particular en la plaza de San Fernando.

Así fue la crónica de un día 15 de agosto, festividad de la Virgen de los Reyes en que se visualizo el cambio de orientación de los golpistas y se marcó un nuevo rumbo a la Historia de España hacia una de sus páginas más negras. Sevilla, como no,  fue testigo.

La Batalla del puente de Barcas



La cuestión naval era primordial para tomar Sevilla. La ciudad se aprovisionaba fluvialmente desde África y además recibía víveres desde el oeste: San Juan de Aznalfarache, el Aljarafe y Niebla, en Huelva. En este sentido, la clave era cortar la conexión africana, así como el puente de barcas que unía Sevilla con Triana y a Triana con todas estas regiones. Sabedor de la necesidad de hacer un tipo de guerra mixta para tomar la ciudad bética —el asedio de tierra y las incursiones navales—, Fernando III y sus hombres también se entrevistaron en Jaén con Ramón Bonifaz, un burgalés versado en las artes del mar. Su procedencia ha sembrado el misterio entre los historiadores, pues no se le supone a un castellano del siglo XIII mucho conocimiento marino, razón por la que se especula con una ascendencia marsellesa o italiana.


En cualquier caso, el encargo del rey cristiano fue claro: había que armar en Cantabria una flota fuerte y preparada para hacer la guerra en el Guadalquivir. La demanda fue satisfecha con diligencia, pese a que por entonces la armada hispana era prácticamente inexistente. Se construyeron 13 naos y 5 galeras en los astilleros de Santander, Castro Urdiales, San Vicente de la Barquera y Laredo. Además, se calcula que fue preciso enrolar al menos a 1000 hombres entre marinos, galeotes y gentes diversas de armas. Presta y flamante, en el verano de 1247 la flota de Bonifaz ya andaba batallando en la desembocadura del Guadalquivir contra las naves moras, que les cerraron el paso de inmediato. La intención de los cántabros era remontar el río y ganarlo para sí, y no sin esfuerzo lo consiguieron. Los cristianos lograron imponerse en una serie de sucesivos encontronazos y en agosto remontaban con superioridad las aguas andaluzas hasta la altura de Coria, a unos 15 kilómetros de la capital hispalense. La vía fluvial estaba iniciada. Estuvieron entonces en plena disposición de participar de lleno en el asedio, para el que se les aguardaba con impaciencia. Según los cronistas, sería una experiencia pionera de guerra combinada, que aunó lo terrestre con lo naval bajo un mismo objetivo territorial.

Al fin a las puertas de Sevilla, los marinos de Bonifaz no tiene más remedio que dejarse arrastrar por la dinámica estática que había adquirido el asedio de la ciudad: escaramuzas, celadas combates furtivos, saqueos. La guerra se había enquistado, la ciudad seguía resistiendo y el tiempo corría en contra de los castellanos. En cualquier momento podía despertar la conciencia solidaria del sultán de Fez o de sus compatriotas magrebíes y dar un giro imprevisible a la situación

Pero el curso del asedio iba a cambiar. La primavera de 1248 es vital para la toma de Sevilla. Los refuerzos que acompañan al recién llegado infante Alfonso darán impulso definitivo a un cerco encaminado pero dificultoso. Alfonso vendrá acompañado por nuevas milicias de todos los reinos cristianos, navarros, aragoneses, leoneses.
Con estas nuevas huestes será posible reforzar todas las zonas del sitio y extender una verdadera soga al cuello alrededor de la ciudad musulmana. Manuel García Fernández explica el despliegue con detalle: “El infante se asentaría en la Buhaira (Huerta del Rey) controlando el sector oriental de la ciudad y los Caños de Carmona que la abastecían de agua. En el sector norte, en la zona de la Puerta de la Macarena, se establecieron las tropas del infante don Enrique y las huestes de las órdenes de Calatrava y Alcántara, los caballeros de Diego López de Haro y Rodrigo Gómez de Galicia. En las proximidades del Arroyo Tagarete se instalaría el arzobispo de Santiago. Por su parte, Fernando III avanzó por el sur hasta las inmediaciones de la Puerta de Jerez, al tiempo que la flota de Bonifaz navegaba ya río arriba hacia la bocana del puerto de Sevilla (…)
Por último, el maestre de Santiago estableció nuevo campamento al oeste para cortar el suministro con el Aljarafe y mantener por la comarca la estrategia de guerra total. A excepción del noroeste y del puente de pontones de Triana, por donde continuaban entrando suministros, toda Sevilla estaba cercada en el verano de 1248”. Sin duda, solo restaba una cosa para precipitar la victoria cristiana: el dominio del puerto fluvial.

Se supone que el 3 de mayo de 1248 amaneció tranquilo y soleado. Aquel día culminarían los trabajos de la flota cántabra, que llevaba asumiendo el protagonismo ya varios días. La tarde propició la pleamar y un cierto viento de levante y los barcos se lanzaron en su empeño. Pasaron con éxito la barrera de la Torre del Oro, garita centinela que guardaba con celo el acceso a la ciudad. Virotes, flechas y otros objetos de aluvión dieron la bienvenida a los invasores. Mientras, las tropas de Fernando III realizaban fuertes cargas en tierra para tratar de hacer daño simultáneo y dispersar atenciones.

Llegada la flota a la altura de las atarazanas y del Arenal, el avance se hizo completamente encarnizado. Intenso fuego de proyectiles volaba desde la orilla sevillana y desde las embarcaciones moras. Los asediados se empleaban a fondo para hostigar a la flota castellana, sabedores de que se jugaban su último reducto de resistencia. En efecto, los musulmanes aún tenían preparado un recurso defensivo para impedir el paso de Bonifaz, López de Haro y los suyos: el denominado “fuego griego” o “grecisco”. En palabras de Carlos Ros, eran “ollas y tinajas rebosantes de petróleo, azufre, salitre y otros elementos que lo hacían altamente inflamable en el agua”. Se lanzaron varias balsas y brulotes prestas a provocar el incendio, pero apenas hicieron blanco en las embarcaciones cristianas.

De pronto, salvado el escollo, la suerte pareció echada. El objetivo de la flota cristiana se dibujó con nitidez: abrir brecha en el Puente de Barcas y cortar sus comunicaciones. Ya estaban muy cerca y ninguna de las embarcaciones musulmanas había logrado detener el avance. Las dos naves cristianas de mayor tamaño iban en vanguardia. Las elegidas son la Carceña y la Rosa de Castro; la una construida con madera del monte de mismo nombre, en los alrededores de Santander, la otra armada en las atarazanas de Castro Urdiales. Estaban reforzadas en su proa con maderas y todo tipo de metales aserrados, listas para embestir a todo lo que se cruzara en su camino.

El primer barco, gobernado por el valerosos Ruy González, chocó. Hizo estremecer toda la estructura de madera y gruesas cadenas. Segundos después, lo hizo el segundo, capitaneado por el mismísimo Almirante Bonifaz. Fue un chasquido sordo y contundente. La embarcación abrió camino y quebró el puente más o menos por su parte central. No era presa fácil. Los trece bajeles que lo conformaban estaban unidos por gruesas cadenas de hierro que se anclaban en las mismas murallas del Castillo de Triana y en la orilla del Arenal. La brecha estaba abierta. La flota había cortado la barrera de Triana y ahora Sevilla capital estaba completamente aislada.

En las siguientes semanas se tomó con gran esfuerzo el Castillo de Triana, pero la rendición tampoco llegaría entonces. Los musulmanes estuvieron completamente encerrados desde mayo de 1248 pero aguantarían con agonía hasta noviembre del mismo año. Entonces, por fin las autoridades castellanas pudieron comenzar las negociaciones, que no serían nada sencillas.

El Deseado abandona Sevilla precipitadamente.


Sevilla, 12 de junio de 1823. El rey no daba crédito a lo que estaba pasando. El pueblo que lo había alabado ahora lo insultaba. Con prisa y protegido por la guardia real fue llevado al puerto para embarcar rumbo a Cádiz. Un cortejo real deslucido: había temor a la multitud y no era para menos.
Al salir del Alcázar se oyeron los primeros gritos contra Fernando VII. Unos gritos que siguieron y que al llegar al puerto se convirtieron en una auténtica algarabía...
Allí recordó el Rey algunas escenas de los últimos meses. Cuando llegó a aquella ciudad fue bien recibido. Hacía tres años que había tenido que comulgar con la dichosa Constitución. Por eso se declaró el más constitucional. Y fue bien recibido por el pueblo. En esa ciudad había sido abuelo sólo un par de meses antes. Y recordó sobre todo el día de su aclamación popular. Había decidido dar una vuelta a la ciudad y volver a entrar por la calle donde estaba el busto del viejo rey Pedro I. El carruaje real era demasiado grande y prácticamente se quedó encajado en una esquina. Cuando el público notó su presencia dio grandes vivas al Rey. Y fueron muchos los que le recordaron que era un rey deseado... Eso ocurrió sólo unos meses antes. Porque cundo llegó el Corpus la cosa parecía haber cambiado. Tuvo que ver la procesión desde un mirador del Alcázar. Y aunque la procesión fue bella, el ambiente ya le pareció frío. Fernando VII ya no se sintió tan deseado. Conforme pasaron los días la situación en la calle empeoró. Las noticias que llegaban de fuera no eran buenas. Un congreso en Verona había aprobado la invasión de España por los franceses para volver a darle el poder absoluto al Rey. El único poder en el que Fernando VII siempre había creído. Pero el pueblo sevillano se rebeló: disturbios, quejas, manifestaciones... Un pueblo engañado. Fernando VII  subía en un barco con destino a Cádiz. En el paseo de las Delicias habían llegado a tirarle naranjas y verduras podridas. Sevilla lo había condenado definitivamente...

El día anterior en la antigua iglesia de San Hermenegildo sede de las Cortes Generales desde hacía un par de meses, se celebraba una turbulenta sesión ante el empecinamiento del rey de abandonar Sevilla. Alcalá Galiano acogiéndose al artículo 187 de la Constitución proponía que se declarase la incapacidad mental del rey:

“Por tanto, yo me atrevería a proponer a éstas que, considerando lo nuevo y extraordinario de las circunstancias de S.M., por su respuesta, que indica su indiferencia de caer en manos de los enemigos, se suponga por ahora a S.M., y por un momento, en el estado de imposibilidad moral; y mientras, que se nombre una Regencia que resuma las facultades del Poder ejecutivo, sólo para el objeto de llevar a efecto la traslación de la persona de S.M., de su Real Familia y de las Cortes.”


La propuesta de Galiano fue aceptada, aunque no sin la oposición de algunos diputados, procediéndose a continuación al nombramiento de una Regencia del Reino, que vino a recaer en los diputados: Cayetano Valdés, como presidente; Gaspar Vigodet y Gabriel Ciscar. Acordándose la conclusión de tan tempestuosa legislatura y la salida inmediata del gobierno para su último refugio en Cádiz.
El jueves 12 de junio de 1823, a las 6 de la tarde la familia real, bajo la custodia de los nacionales de Madrid, salía de Sevilla, mientras la nueva Regencia lo hacía a las siete de la tarde junto con los milicianos movilizados en Sevilla. La metrópoli quedó tan solo protegida por media brigada de artillería de plaza y un escuadrón del regimiento de Almansa.
Tras la marcha de las más altas autoridades la ciudad se convirtió en un auténtico caos. Es difícil de precisar cual era el mayor temor de los liberales sevillanos en estos momentos, sí la inminente llegada de las tropas francesas o la revancha de los absolutistas. Esto dio lugar a que el embarque de los diputados, empleados del gobierno, personas y familias comprometidas en la causa constitucional, tuviese lugar con una angustiosa premura. Pero los barcos de pasaje y carga que habían acudido a este puerto con el fin de explotar la ocasión, no fueron suficientes para todos. Una vez que las fuerzas del ejército y de la milicia, que tenían a raya a la plebe de los barrios y de extramuros, se replegó a sus cuarteles una multitud invadió los muelles por la parte de Triana y la de Sevilla, abalanzándose sobre el botín. La ciudad se había convertido en un polvorín y una vez volvió a ser testigo de unos acontecimientos históricos.

La boda del Emperador Carlos V en Sevilla


Sevilla fue el escenario de uno de los acontecimientos más importantes de la biografía personal del
Emperador: su matrimonio con la princesa Isabel de Portugal, que se celebró en el Alcázar el 11 de marzo de 1526. Según el cronista Alonso de Santa Cruz, «por causa de ir a visitar el Reino de Andalucía», determinó Carlos V hacer su casamiento con Isabel de Portugal en la ciudad de Sevilla.
Esta boda con su prima, que con 23 años estaba en condiciones de darle un heredero, permitía conciliar sus necesidades económicas como Habsburgo con los deseos de las Cortes castellanas de 1525. La dote de Isabel era muy atractiva para las maltrechas arcas hispánicas: 900.000 doblas de oro mientras que Carlos otorgaba a su futura esposa en calidad de arras 300.000 doblas. Para ello tuvo que hipotecar las villas jienenses de Ubeda, Baeza y Andújar, signo evidente del deterioro de la economía. Además, continuaba la política de los Reyes Católicos de alianzas matrimoniales con la dinastía Avís portuguesa.
Cuando llegó la dispensa pontificia, el 1 de noviembre de 1525, ya que Isabel y Carlos eran primos carnales como he dicho -Isabel era hija de María, hija de los Reyes Católicos, y Manuel I el Afortunado de Portugal- y tenían que contar con la autorización papal para contraer matrimonio, se celebraron las ceremonias de esponsales por poderes, que hubieron de repetirse el 20 de enero de 1526 por insuficiencia de la dispensa llegada de Roma.
Diez días más tarde, la ya Emperatriz emprendió viaje a Sevilla, pues se había concertado que el encuentro tuviese lugar allí. Una comitiva enviada por Carlos y compuesta por el duque de Calabria, el arzobispo de Toledo y el duque de Béjar, fue a recibir a Isabel a la frontera de Portugal. Entre Elvas y Badajoz tuvo lugar la ceremonia de entrega, el miércoles 7 de febrero. De allí se organizó un complicado y nutrido cortejo que, a través de Almendralejo, Llerena, Guadalcanal, Cazalla, el Pedroso, Cantillana y San Jerónimo, llegó a Sevilla, haciendo su entrada solemne el 3 de marzo. Ortiz de Zúñiga describe así el recibimiento que le hizo la ciudad:

"Salieron pues, los señores del Senado y regimiento de Sevilla a recibir a Su Magestad la Emperatriz, muy rica y lucidamente vestidos, con el señor asistente don Juan de Ribera y el ilustrísimo duque de Arcos, alcalde mayor de Sevilla. Salieron asimismo los muy reverendos señores del cabildo de la iglesia de Sevilla, y los egregios colegiales del insigne colegio de Santa María de Jesús; los caballeros y escribanos públicos, ciudadanos y mercaderes naturales y entrangeros, muy costosos y galanes, a mula y a caballo".

Casi todos los testimonios coinciden en el rico recibimiento que preparó la ciudad de Sevilla; algo más suntuoso el del emperador, aunque el coste del palio de Isabel, de plata, oro, piedras preciosas y perlas, no bajó de 3.000 ducados. Cuenta Fernández de Oviedo que salieron a recibir a la emperatriz todos los oficios, cabalgando porque por las lluvias de aquellos días había mucho lodo. Los dos Cabildos, el eclesiástico y el secular, se apearon en San Lázaro y le besaron la mano en la litera donde venía. En la puerta de Macarena salió Isabel de la litera y subió en una hacanea blanca muy ricamente aderezada. Allí la tomaron debajo de un rico palio de brocado, con las armas imperiales y las suyas bordadas en medio. Iba entre el duque de Calabria y el arzobispo de Toledo.
Entre los elementos estáticos del aparato ceremonial que preparó Sevilla para recibir a Sus Majestades destacan siete arcos triunfales que simbolizaban las virtudes que debe poseer un soberano: Prudencia, Fortaleza, Clemencia, Paz, Justicia, Fe; el último era el dedicado a la Gloria.
En los recibimientos reales del XVI el espacio real desaparece, se redefine. La arquitectura efímera, la música, las campanas, las antorchas, los tapices, los vestidos, las joyas, el pueblo en las calles, todo contribuye a crear un espacio festivo y un tiempo diferente del habitual al interrumpir la vida cotidiana. La vista y el oído tienen gran importancia en la fiesta, pero también el olfato; así, en el séptimo arco que atravesaron Isabel y Carlos, el de la Gloria, a los pies de la Fama, dos grandes braseros exhalaban perfumes.

Las calles se llenaron de gente; Sevilla hizo venir a personas de todas sus villas y poblados para una gran exhibición del fasto. La fiesta cortesana es un todo teatral, por eso la fiesta necesita espectadores que llenen el espacio público y participen con su presencia y sus gritos de exaltación. Se disponía la ciudad a modo de gran teatro urbano con los elementos adecuados: música, calles engalanadas con tapices y antorchas y gente con alhajadas vestiduras.
Iba la emperatriz de raso blanco forrado en rica tela de oro y el raso acuchillado, con una gorra de raso blanco con perlas de gran valor y una pluma blanca; su atuendo constelado de joyas. Por las adornadas calles sevillanas la acompañaban el arzobispo de Toledo, el duque de Calabria, el marqués de Villarreal, el obispo de Palencia, señores de la nobleza como el duque de Béjar y gran número de caballeros y prelados de Castilla y Portugal, reproduciendo la comitiva, en pequeña escala, la sociedad: el rey o la reina, bajo palio, asistidos por principales funcionarios de Estado, la nobleza, la pequeña aristocracia, varios representantes del clero y, del tercer Estado, oficiales públicos y los gremios. Dominando el espacio festivo, los símbolos de la Monarquía.
En las gradas de la Catedral la esperaba solemnemente el capítulo de la Iglesia con todo el clero y cruces de las iglesias de la ciudad. Se había levantado en la Puerta del Perdón un arco muy suntuoso con un cielo en medio en el que ángeles y un coro en figura de las virtudes, cada uno con su insignia, cantaban con suave melodía. Todos recibieron a Isabel primero y a Carlos días más tarde y los acompañaron con cantos al interior de la Catedral. Isabel oró en el altar mayor en un rico sitial; después salió por otra puerta.
El 10 de marzo, con gran retraso respecto a los planes iniciales, hizo su entrada solemne el emperador acompañado, entre grandes hombres, por el cardenal Salviatis, legado del Papa. Iba Carlos vestido con un sayo de terciopelo con tiras de brocado por todas partes y con una vara de olivo en la mano. Lo esperaban representantes de los distintos estamentos, que ofrecían entre todos un espectáculo de intenso colorido: ropas rozagantes de raso carmesí y gorras de terciopelo, con ricas medallas y grandes cadenas de oro, varas con los cabos teñidos, libreas de grana, sayones de terciopelo, capuces y caperuzas amarillas...
El encuentro entre la comitiva real y la de la ciudad tuvo lugar frente al monasterio de San Jerónimo, a unos cinco kilómetros y medio de Sevilla. En la puerta de la Macarena, una vez jurados y confirmados los privilegios de la ciudad y habiéndosele entregado las llaves de ésta, fue recibido bajo otro palio, «bordadas en medio sus armas y por las goteras, que eran de brocado raso, iban bordadas las dos columnas de su devisa, con una corona imperial sobre ellas». Como ya lo había hecho la emperatriz, pasó bajo los siete arcos.
Con gran solemnidad esperaba de nuevo en las gradas de la Catedral el sagrado capítulo con todo el clero y cruces con invenciones.
Y si es cierto que la entrada, profana, de Carlos V se estructuró como la procesión del Corpus, ésta también se concebía como una entrada triunfal. Se apeó en la Puerta del Perdón. Allí, en un rico altar, de rodillas, juró el emperador guardar la inmunidades de la Santa Iglesia. La música entonó el Te Deum y un coro de niños lo fue cantando hasta la Capilla Mayor, donde había otro sitial y almohadas en que se arrodilló el emperador. Dichos en el altar los versos y oración por el arzobispo, lo acompañaron hasta la puerta de la lonja, donde habían pasado el palio y caballo, y entró en el Alcázar.

Tras un primer y breve encuentro volvió el emperador ya engalanado y se desposó con la emperatriz presente en la cuadra de la Media Naranja, el actual Salón de Embajadores. A las doce se aderezó un altar en la cámara de Isabel. Dijo misa y los veló, a pesar de Pasión, el arzobispo de Toledo. Fueron los padrinos el duque de Calabria y la condesa de Odenura y Faro. Acabada la misa, pasó el emperador a su aposento: en tanto estaba «en su cámara, se acostó la emperatriz, é desque fué acostada, pasó el emperador á consumar el matrimonio como católico príncipe».
Los festejos se suspendieron durante la Semana Santa. Desde Pascua comenzaron justas, torneos, cañas y toros. En el XVI, torneos y las justas eran los festejos preferidos por los nobles. Aunque menos interesantes para el público que los medievales, pues apenas conservaban un resto de su antigua aplicación militar, mostraban igualmente las destrezas de los caballeros y seguían considerándose como un entrenamiento para la guerra.
Y el 13 de mayo partieron para Granada Carlos V y la emperatriz consorte Isabel con toda su corte, haciendo su camino por Ecija y Córdoba, donde fueron recibidos con gran solemnidad. Carlos e Isabel hicieron su entrada en Granada el 4 de junio de 1526.

Inauguración de la Exposición iberoamericana de Sevilla 1929






Jueves, 9 de mayo de 1929, festividad de la Ascensión del Señor. Sevilla amaneció radiante de luminosidad primaveral, cubierta por un cielo celeste limpio de nubes. En el Patio de la Montería, esperando que los Reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia bajaran de sus aposentos en el Real Alcázar, una sección del Real Regimiento de Alabarderos esperaba en posición de descanso el toque de clarín. Vestían su uniforme de gala, con corazas y cascos dorados con penachos blancos. Junto a ellos, la banda de música del mismo Regimiento. A las 11,30 horas en punto, el clarín rompió el aire para indicar el toque de firmes. Un segundo toque de clarín ordenó la entrada del himno nacional. El capitán músico mayor, alzó y bajó el brazo derecho y la marcha real comenzó a sonar. Durante los casi dos minutos que duró el himno, los Reyes y sus acompañantes aguardaron en posición de firmes, mientras los alabarderos rendían armas. Luego, Sus Majestades se dirigieron hacia el carruaje que había de trasladarles a la plaza de España.
Delante de la Puerta del León, junto a la plaza del Triunfo, un inmenso gentío esperaba la salida de los Reyes de España. Guardias civiles en uniforme de gala rendían honores a la puerta del Real Alcázar. Primero salió la sección del Real Regimiento de Alabarderos, montada en caballos alazanes, que abriría la comitiva. Después apareció por la Puerta del León el coche real. Era un carruaje gran duque de doble suspensión, muy parecido al faetón Jorge V, sin pescante, enganchado a la gran D'Aumont. Llevaba la capota plegada y detrás, en un pequeño asiento, iban dos criados. Tanto éstos como los dos aurigas, montados en cada uno de los caballos de la izquierda de los dos troncos que tiraban del coche, vestían a la federica y se tocaban con el correspondiente tricornio de gala.
Alfonso XIII y Victoria Eugenia, muy sonriente el monarca; con el semblante sosegado, muy sereno, la reina, fueron recibidos con una salva de aplausos y vivas al rey y los reyes, mientras éstos saludaban con la mano, visiblemente satisfechos. La verdad es que entre los Reyes y Sevilla, especialmente, el rey, se había establecido una corriente de mutua simpatía que hacía de cada visita real a Sevilla un acontecimiento, pleno de anécdotas y demostraciones de cariño en plena calle Sierpes, al sorprenderles la gente comprando recuerdos de la ciudad en Casa Rubio y otras tiendas.
Cuando el coche real traspasaba la Puerta del León, la gente allí situada escuchó los sones cercanos de la marcha de Infantes. Enseguida apareció un coche tipo victoria tirado por un tronco de caballos, en el que iban las Infantas Cristina y Beatriz. Y en tercer lugar, cerrando la comitiva, un coche milord también tirado por un tronco de caballos, en el que iban los Infantes Carlos de Borbón y Borbón y Francisca Luisa de Orleáns y Orleáns. El Infante, en su calidad de capitán general de la Segunda Región Militar.
Precedida por los alabarderos, la comitiva cruzó la plaza del Triunfo rodeando el Archivo General de Indias, para tomar la calle Cardenal González (actual Fray Ceferino González), la avenida del General Primo de Rivera y las recién abiertas vías de Reina Mercedes (actuales Constitución) y Virgen de los Reyes (actual plaza Puerta de Jerez), para entrar por la calle San Fernando, donde las cigarreras esperaban delante de la puerta principal de la Fábrica de Tabacos, para gritarles a los Reyes e Infantas sus simpáticas y pícaras ocurrencias.
Al pasar el coche real por la glorieta del Cid Campeador, camino de la avenida de Isabel la Católica, Alfonso XIII no pudo evitar dirigir la mirada hacia el cuartel del popular Tercero Ligero de Artillería. Nadie esperaba en la puerta del foso para rendir honores. Disuelto el Cuerpo de Artillería por Real Decreto de 20 de febrero de 1929, el general Primo de Rivera había comenzado la cuenta atrás de su mandato y el fin de una época que terminó el 14 de abril de 1931.
De las ocho puertas de entrada a la Exposición Iberoamericana, cuatro daban a la glorieta del Cid. Eran las llamadas de Portugal, de Isabel la Católica, de María Luisa y de San Diego. Las otras cuatro puertas se llamaban de San Telmo, de la Dársena, de la Corta y de la Infanta Luisa. La comitiva regia entró por la puerta de Isabel la Católica, girando en la glorieta de Aníbal González hacia la Plaza de España. En la misma entrada a la citada plaza, mirando hacia el interior, frente por frente al Pabellón del Ejército -futura Capitanía General-, había sido instalado el estrado presidencial. Este era de unos cuarenta metros de largo y tenía poco más de dos metros de altura, divididos en tres grandes plataformas. La primera tenía cuatro escalones, dando entrada a una zona de respeto, de unos dos metros de ancho; otros cuatro escalones daban acceso a la segunda plataforma, que en el centro tenía una tercera zona exclusivamente para la familia real. La trasera del estrado estaba cerrada por tres grandes tapices, de unos ocho metros de alto y diez de ancho. Del triple enorme repostero sobresalían cuatro altos mástiles, y el primero de la izquierda mantenía izada la bandera de la Exposición Iberoamericana, que apenas si ondeaba por el escaso viento. Esta bandera se realizó según el proyecto de Julio Guillén, teniente de Navío de la Armada. Constaba de tres divisiones verticales: la primera, junto al asta, representaba los colores nacionales en tres bandas iguales, también en sentido vertical; la del centro, algo más estrecha que las otras dos, incluía el color de la bandera portuguesa, y la tercera estaba dedicada al símbolo del Nuevo Mundo, en forma de diez bandas horizontales de colores blanco y verde claro, alternadas. En el centro, el escudo diseñado por el pintor Santiago Martínez: una Giralda asentada sobre el globo terráqueo, en el lugar geográfico de España, teniendo por fondo una carabela.
Los alabarderos tomaron posiciones frente al estrado, mientras el coche real entraba en la Plaza de España entre vítores. Nada más bajarse los Reyes del coche, la banda de música del Regimiento de Infantería de Soria número 9, al mando del músico mayor Manuel López Farfán, comenzó a tocar el himno nacional. Eran casi las doce en punto del mediodía.

Los Reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia ocuparon su sitio en el estrado, teniendo detrás a los jefes de las casas militar y civil, y ayudantes. El rey vestía uniforme de gala de capitán general, con casco dorado y penachos blancos; la reina, largo traje color celeste, adornado en el borde con piel blanca, tocándose con un sombrero de alta copa y reducida ala, del mismo color que el vestido. A su derecha, un escalón más bajo, se sentaron las dos Infantas, Cristina y Beatriz, ambas vestidas iguales, con largos trajes color salmón pálido y tocadas con sendas pamelas de idéntico color. Más a la derecha, sentados, los invitados de la Casa Real y los representantes especiales de las Repúblicas iberoamericanas, Portugal y  Estados Unidos de América y otros países europeos. A la izquierda del estrado, de pie en el segundo escalón, estaba el general Miguel Primo de Rivera, jefe del Gobierno. Más a la izquierda, ocupando todo el lateral de la segunda plataforma, de pie, los miembros del Gobierno español, los presidentes de las altas instituciones del Estado, el cuerpo diplomático, las autoridades sevillanas y el comité de la Exposición Iberoamericana, presidido por el Comisario Regio, José Cruz Conde.

La Plaza de España ofrecía un aspecto impresionante, llena de público ilusionado. En el centro, alrededor de la fuente luminosa, se agrupaban en formación las representaciones militares con
uniformes de gala y la banda de música; en los laterales se alzaban las tribunas con asientos ocupadas por un millar largo de invitados. Detrás de la ría, en la explanada delantera de las galerías, el público se agolpaba sobre las barandas de cerámica y se subía en los bancos, superando los tres millares. Y más arriba, en las barandas de las galerías, se agolpaban otros varios centenares de personas invitadas. En los primeros cuerpos de las dos torres de la Plaza de España, de noventa metros de altura, grandes mástiles inclinados sostenían banderas de la Exposición y de España. Y en la cornisa de la galería, en todo el semicírculo del edificio emblema de la Exposición Iberoamericana, de trecho en trecho, ondeaban las banderas de las naciones participantes.
Por los nidos de altavoces instalados en la Plaza de España podían escucharse los discursos perfectamente, con un lejano eco de fondo. Cercano el final del acto, la Banda Municipal de Música y una agrupación de guitarras y bandurrias, tomó posición a la derecha del estrado presidencial. Junto a ellos se alineó un coro de voces masculinas y femeninas, venido expresamente de las provincias vascas. Una voz anunció por los altavoces la inmediata interpretación del himno oficial de la Exposición Iberoamericana, compuesto por el maestro Alonso y con letra de los hermanos Álvarez Quintero. Se hizo el silencio, y al instante, la banda inició el himno al mismo tiempo que el coro cantaba:
 ¡Acudid, hijos de españoles, / a fundirnos en un crisol! / ¡De mil cielos y mil soles, / hay que hacer un cielo y un sol! / ¡Evoquemos los magnos hechos / de la vieja madre inmortal, / y sintamos en nuestros pechos / el abrazo de Portugal!
Hoy se truecan las carabelas / en monstruos gigantes /  que asustan al sol, / y los ecos de sus estelas / son cantos vibrantes / del mundo español.
(Una voz)
Damas que cruzáis el mar /  para venir a realzar / a esta Sevilla de plata; / el pueblo os ha de entonar /  su más precioso cantar /  y su mejor serenata. / La Giralda ha de encender /  las estrellas una a una, / porque no dejéis de ver / la que alumbró vuestra cuna.
(El coro)
¡Salud, americanos, / del mundo juventud! / ¡Salud, pueblos hermanos! / ¡Salud, salud!

Puede acceder a la Guía Oficial completa de la Exposición pinchando en el siguiente enlace, tendrá una preciosa y amplia panóramíca de lo que represento el evento.

http://www.juntadeandalucia.es/cultura/bivian/media/flashbooks/raros_en_el_escaparate/006_sevilla_exposicion_iberoamericana_1929-30/

Franco preside en Sevilla la Coronación Canónica de la Macarena



El día 27 de Mayo de 1964, a las siete y media de la tarde sale en su paso de palio la Santísima Virgen hacia la Catedral para los cultos preparatorios de la Coronación Canónica.
Tras el Triduo preparatorio que se celebra en la Catedral, el 31 de mayo tiene lugar un solemne Pontifical que estuvo presidido por S.E.R. Dr. D. José María Bueno Monreal, Cardenal Arzobispo de Sevilla. Actuaron los seises y la Escolanía “Virgen de los Reyes” bajo la dirección del Sr. Urcelay. La Orquesta Bética de Cámara con la Agrupación Coral de Sevilla bajo la dirección de D. Luis Izquierdo, interpretaron la Misa de la Coronación de Mozart. Al acto asistieron S.E. el Jefe del Estado y varios miembros del Gobierno.
Con motivo de la Coronación Canónica el paso de la Santísima Virgen estrena su palio en malla de oro, repitiendo el de 1942, pero más enriquecido en el relieve de sus adornos y el manto de la Coronación, según dibujo de D. Fernando Marmolejo Camargo, bordadas todas estas piezas en la Casa de Bordados de Sobrinos de Caro. Son padrinos de esta ceremonia la Comunidad de las Hermanitas de la Cruz y el Alcalde de la Ciudad en representación de la misma D. José Hernández Díaz.
Asisten los Sres. Arzobispo de Catania (Italia); de Zaragoza, Dr. Cantero, Monseñor Añoveros de Cádiz; Monseñor Cirarda Auxiliar de Sevilla; Abad Mitrado del Monasterio de Poblet y el Canónigo de la Basílica de San Pedro de Roma, Monseñor Altabella, que actuó de Protonotario Apostólico. Ocuparon sitios preferentes Sus Altezas las Princesas Dª. Esperanza de Borbón y Orleáns y Dª. Ana de Francia, hija del Conde de París.
Esta ceremonia tenía que haberse celebrado en el recinto de la Plaza de España como estaba programado, donde se montó un aparato extenso y se daría directamente a toda la nación por Televisión Española, teniéndose que desistir por haber caído un fuerte aguacero en el momento del traslado a primeras horas de la mañana. La ceremonia se celebró en el interior del Templo Catedralicio en la puerta de la Concepción. El regreso de la Virgen a su templo se produjo el día 3 de junio.


EL MAL TIEMPO IMPIDIO QUE LA CEREMONIA SE CELEBRARA EN LA PLAZA DE ESPAÑA

Crónica de Antonio Colón publicada en ABC el 2 de junio de 1964

No pudo celebrarse la coronación canónica de la Virgen de la Macarena en la plaza de España, en el grandioso semicírculo de ladrillos dorados, mármoles blancos, forjas y polícromos azulejos trianeros que el genio creador de don Aníbal Gónzalez levantó en el corazón del parque de María Luisa. La inclemencia del tiempo lo impidió. La ceremonia litúrgica tuvo, pues, por marco el mismo que ha encuadrado el triduo preparatorio. El crucero de la catedral hispalense, en la puerta de la Concepción, junto al Patio de los Naranjos, cerca de la capilla real, donde se venera a la Patrona de la archidiócesis, Nuestra Señora de los Reyes, y una dorada urna guarda los restos del Rey San Fernando, Patrón de la ciudad.

A las seis de la mañana del domingo, hora en que la Macarena debía, ser trasladada en su "paso", enrosario de la aurora, a la flasa de España, un inmenso gentío, a pesar de la lluvia y el viento que azotaban  con fuerza, se congregó en los alrededores de la catedral. Cuando se desistió de la procesión y se abrieron las puertas del templo, la multitud invadió las naves para acercarse al "paso" de la Macarena, que aparecía con toda su candelería encendida y un soberbio adorno de claveles blancos y gladiolos en jarras, en cenefas y en macizos. La Virgen, bellísima, lucía preciosa saya, un finísimo encaje del siglo XVII, formando las tocas, y el magnífico manto de terciopelo de Lyon, verde, bordado en oro, que estrena para su coronación. Sobre su pecho, las famosas flores de esmeralda, regalo de Joselito, y las medallas de oro que le han ofrendado Hermandades sevillanas; llevaba también el rosario de oro que le fue donado por Juan XXIII. Ante el "paso" se rezó el Santo Rosario, se cantaron Salves y se dijeron misas. Más tarde se anunció que, ante la persistencia del mal tiempo, la ceremonia de la coronación canónica se celebraría en
la catedral, a las siete y media de la tarde. Durante todo el día no cesaron las visitas y las ofrendas de flores a la Macarena, y a la hora de comenzar los actos, el grandioso templo metropolitano hispalense, uno de los mayores de la cristiandad y, desde luego, el más grandioso de España, se vio abarrotado de fieles. El aspecto de las majestuosas naves, ocupadas por la multitud, era realmente impresionante. Muchas personas utilizaban pequeños espejos, alzándolos sobre el mar de cabezas, para poder seguir los detalles de la ceremonia. El "paso" de la Macarena había sido colocado ante el altar, donde se ha venido celebrando el triduo.
Poco después de las siete de la tarde llegó a la catedral el cardenal-arsobispo, doctor Bueno Monreal, al que acompañaba el Cabildo; los arzobispos de Catania (Italia) ; preconizado de Zaragoza, doctor Cantero Cuadrado; de CádizCeuta, doctor Añoveros; auxiliar de Sevilla, monseñor Cirarda; abad mitrado del monasterio de Poblet y el canónigo de la Basílica Vaticana, monseñor Altabella, que actuó de protonotario apostólico. El cardenal pasó a ocupar su trono, donde se revistió de los ornamentos
pontificales. Los demás prelados se colocaron en sitiales, al lado de la Epístola.

LLEGADA DEL JEFE DEL ESTADO

Momentos después de las siete y media hizo su entrada en el templo, por la puerta de los Palos, Su Excelencia el Jefe del Estado, acompañado de su esposa, doña Carmen Polo de Franco; su hija, la marquesa de Villaverde, y séquito. A su llegada fue cumplimentado por los ministros de Justicia, señor Iturmendi; de Comercio, señor UUastres; de Educación Nacional, señor Lora Tamayo; del Aire, señor Lacalle; de la Vivienda, señor Martínez y SánchezArjona; presidente del Consejo de Economía Nacional, delegado para Sevilla, señor Gual Villalbí; las primeras autoridades sevillanas y el hermano mayor de la Hermandad de la Macarena, don Ricardo de Zubiría. Franco vestía uniforme de capitán general y su esposa se tocaba con mantilla negra. Llevaban pendientes del cuello la medalla de oro de la coronación. Sus Excelencias pasaron a ocupar el trono colocado al lado del Evangelio, mientras la marquesa de Villaverde lo hacía en lugar reservado junto al alcalde, y los ministros se situaban en sitiales fronteros al altar. Detrás de éstos tomaron asiento las autoridades, personalidades y representaciones. Frente al "paso", sobre un cojín de terciopelo rojo, estaba la corona de oro que había de serle impuesta a la Virgen, soberbia pieza construida en 1912, costeada por cofrades y devotos y que ha sido reforzada y enriquecida con brillantes y piedras preciosas. Al lado derecho de la corona tomaron asiento la princesa doña Esperanza de Borbón y Orleans de Bragansa, camarera de honor de la Virgen, y su sobrina la princesa Ana de Francia, hija del conde de París. A la izquierda se situaron los padrinos de la coronación, el alcalde don José Hernández Díaz, en representación de la ciudad de Sevilla, y la señorita Inmaculada Rodríguez, por delegación de la Comunidad de Hermanas de la Cruz.
Seguidamente comenzó la solemne misa de pontifical, oficiada por el cardenal arzobispo, asistidos por capitulares del Cabildo metropolitano. En la ceremonia se utilizaron los ricos paramentos que seestrenaron a principio de siglo para la coronación de la Virgen de los Reyes. La Asociación Coral Sevillana, con orquesta, cantó la misa de la coronación, de Mozart.

LA CORONACION

Terminada la misa, el canónigo del Cabildo de San Pedro de Roma, monseñor Altabella, dio lectura a la bula pontificia, firmada por el cardenal Marella, decretando la coronación canónica de la Macarena. Después de bendecida la corona, el cardenal y el alcalde la pusieron sobre las sienes de la Esperanza, momento que fue acogido con una gran ovación, en tanto los ¡vivas! a la Virgen retumbaban bajo las inmensas bóvedas. Las lágrimas brillaban en muchos ojos. Luego el cardenal Bueno Monreal rezó las
preces litúrgicas y prendió en la saya de la Virgen su cruz pectoral, besando, por último, las manos de la imagen. A continuación el obispo auxiliar, doctor Cirarda, leyó la carta dirigida por el Papa Pablo VI, con motivo de la coronación, al doctor Bueno Monreal.
Después, el cardenal Bueno Monreal pronunció una alocución en la que, tras referirse al acto y a la presencia del Jefe del Estado, que ha querido venir como romero de la Macarena, gesto que ha sabido apreciar Sevilla, exaltó el amor de los sevillanos a la Virgen de la Esperanza, y terminó diciendo: "Queremos que ella sea nuestra Reina¡ pero nosotros le juramos que seremos siempre sus fieles ciudadanos, sus hijos más devotos, sus amantes sevillanos sinceros, que desarrollen el bien de la ciudad, de los hogares, de las fábricas y campos, bajo el amparo de María, de quien esperamos un día labendición eterna del Señor. Todos unidos ahora, demos gracias al Señor, cantando el himno de gracia. Ati, Señor, alabamos y bendecimos."
La solemne ceremonia terminó con un "Te Deum". El Jefe del Estado y su esposa fueron despedidos por las autoridades y jerarquías presentes. El gentío que llenaba la plaza de la Virgen de los Reyes acogió su presencia con vítores y aclamaciones. El trayecto de la Catedral al Alcázar lo hicieron Sus Excelencias entre este cariñoso homenaje de los sevillanos.
En la Catedral numerosos fieles continuaron en torno al paso de la Macarena, que recibió durante largo rato el emocionante homenaje de sus devotos.—Antonio COLON.

Visita a la Feria de 1966 de los Príncipes de Mónaco y Jacquelin Kennedy


Desde que José María de  Ybarra y Narciso Bonaplata pusieron en marcha la idea de la Feria de Sevilla esta ha tenido muchos visitantes ilustres pero quizás nunca resplandeció tanto mediáticamente como en el año 1966 con la visita de dos de los más asiduos de la prensa del corazón: Grace Kelly y el príncipe Rainiero de Mónaco y la viuda del presidente de los EE. UU. Jacqueline Kennedy.
España estaba todavía bostezando del letargo de los años de la oprobiosa, cuando de repente se convierte en foco de atracción mundial, llamando la atención de  Sevilla y su Feria, fijando la atención de todos los medios de comunicación en la belleza de la princesa vestida de flamenca y la prestancia de la viuda del mundo, adornada de mantilla en la plaza de toros de la Maestranza.
He aquí la deliciosa crónica que de esas jornadas se hacía en el diario ABC.


La mañana estuvo ayer algo tristona. El sol faltó a la cita. Se asomo, curioso, a ratos, por encima del airoso tejadillo de la Maestranza, para ver qué bien se las en-tendían tres toreros con el encierro do Cuadri. A lo mejor se asusto del valor de Jaime Ostos y dejó sus fulgores para nueva fecha. La lluvia compostelana del mediodía restó brillantez al paseo, cómo no, el traje almidonado se reservó para una ocasión mejor de lucimiento. Bastantes caballistas. Cantidad de mujéres guapas. La palma se la llevó Princesa de Mónaco, luciendo el traje de volantes — rosa pálido— que le ha regalado el Municipio sevillano. No había mucho público en el Prado. Pero los presentes formaron auténtica
masa ante el casetón municipal para ver de cerca a la princesa. Fue ello la nota más saliente de la fecha inaugural del certamen festero. Grace y su donosura, su espigada distinción, su consolidada belleza.
Había un copeo de sala que ofrecía nuestro Ayuntamiento a los príncipes y a Jacqueline Kennedy. Estaba por demás Justificada la curiosidad de los paseantes. Bajo el cielo plomizo —algún que otro alarde de buena equitación innecesario—, los caballistas dieron vueltas y más vueltas por el recinto feriado.

Recepción en honor de los príncipes de Monaco y Jacqueline Kennedy en la caseta municipal

El Ayuntamiento de Sevilla ofreció una recepción en la caseta municipal de la Feria en honor de los príncipes de
Mónaco, Raíniero y Grace y de Jacqueline Kennedy, acto que comenzó a las dos y media de la tarde.
Desde dos horas antes, un enorme gentío se había congregado ante la caseta del Ayuntamiento, en espera de la llegada de SS. AA. y. de la señora Kennedy, tributándoles una cariñosa acogida,
Los príncipes de Mónaco llegaron en coche de caballos enjaezado a la andaluza, propiedad del Ayuntamiento. La princesa Grace iba bellísima. Lucía traje blanco de flamenca y tiras bordadas, modelo exclusivo y diseñado especialmente para la princesa, luciendo mangas más
amplias que hacen más airoso el vestido.
Llevaba pendientes, así como un mantón de flecos largos, rosa con lunares, que realzaban más la natural belleza de S. A. La acompañaba el príncipe Rainiero y personalidades de su séquito.
AI propio tiempo llegó la señora Kennedy,  vestía traje de chaqueta blanco v falda negra. siendo acompañada por los duques de Alba. Fue recibida con muestras de simpatía y respeto por el numeroso publico allí congregado.
La entrada de los ilustres visitantes en la caseta municipal fue de apoteosis. Entre aplausos y vítores, totalmente rodeados por el gentío que había desbordado a la fuerza publica, entraron los príncipes y la señora Kennedy en la caseta,
A las puertas fueron recibidos por el gobernador civil y jefe provincial del Movimiento y señora de Utrera Molina, alcalde accidenta y señora de Bono Janeiro, presidente de la Diputación y señora de Serra y Pablo-Romero, tenientes de alcalde en unión de sus respectivas esposas, delegado provincial de Información y Turismo, señor Luna Cañizares; ex alcalde don Eduardo Luca de Tena; esposa del embajador de España en Bruselas, señora de Núñez Iglesias: embajadores de los Estados Unidos, señores de Duke: marqueses de Saltillo y otras personalidades de la vida sevillana.
Una nube do fotógrafos de diarios y revistas nacionales y extranjeras, así cómo de la televisión, tiraron centenares de fotos a los príncipes y a Jacqueline Kennedy.
Después de ser recibidos y cumplimentados, pasaron al salón interior de la caseta, donde había sido colocado un
tablado, ocupando la presidencia del mismo los príncipes v Jacqueline Kennedy, acompañados de los señores de Utrera Molina, actuando un escogido, cuadro flamenco.
A continuación bailaron para los príncipes de Mónaco y señora de Kennedy los jóvenes da la sociedad sevillana Reyes Miura, Esperanza G. Green, Tere Soto Miura. Toya Queralt, Boli Bores, Carmen Maestre. Piluca Recasens. María Victoria Loscertales, don Ricardo Pachón, don José María Jiménez, don José Mira y don Máximo González.
Durante la actuación los príncipes de Mónaco y señora Kennedy, acompañantes
e invitados fueron agasajados por
el Ayuntamiento con un vino y una mariscada.
Terminada la fiesta, los príncipes regresaron al hotel y Jacqueline Kennedy al Palacio de las Dueñas, siéndoles tributada una cordial despedida por las autoridades y público congregado en el Real, a las que correspondieron con muestras de simpatía.

En la caseta de !os marqueses del Saltillo

Esta madrugada, en la caseta que en el Real de la Feria tienen los marqueses de Saltillo, éstos ofrecieron una cena fría, seguida de fiesta flamenca, a los príncipes Rainiero y Grace de Monaco, y a la señora Jacqueline Kennedy, quienes llegaron acompañados por la princesa Esperanza de Borbón; del embajador de España en la Santa Sede, don Antonio Garrigues; de los duques de Alba; del embajador de Estados Unidos en Madrid, señor Biddle Duke, y su esposa, y otras personalidades.
Numeroso público se congregó a la puerta de la caseta, haciendo objeto de manifestaciones de simpatía a los ilustres visitantes. Más de cien fotógrafos se dieron cita en el mismo lugar, para captar este nuevo capítulo de la presencia en Sevilla de los príncipes monegascos y de la viuda del inolvidable presidente norteamericano.
Los marqueses de Saltillo recibieron a sus invitados a la puerta de la caseta, donde hacia las tres de la madrugada ha comenzado la actuación de los cuadros flamencos.
Tanto Rainiero y Grace de Mónaco como Jacqueline Kennedy se mostraban complacidísimos ante el colorido y la fuerza del folklore andaluz, la atmósfera que reina en la Feria hispalense y las atenciones que reciben.

Durante la visita y aprovechando la circunstancia también apareció en el diario ABC la siguiente nota:
De fuente perfectamente bien informada y autorizada, podemos manifestar a nuestros lectores que carecen totalmente de fundamento las noticias facilitadas por distintos medios, en relación con un posible compromiso matrimonial entre la señora Kennedy y el embajador de España señor Garrigues.

Hasta aquí la crónica de la visita de estos personajes a la Feria de Sevilla. Solo una idea se nos viene a la cabeza: no se puede ni imaginar lo que hubiera dado de sí sido acontecimiento en los tiempos presentes.

Presencia de los Reyes en la Semana Santa de 1930


A las diez en punto de la mañana del Martes Santo, entró en agujas de la estación de plaza de Armas el tren cuya máquina conducida por el duque de Zaragoza, hizo su entrada lentamente. El gobernador civil, conde de San Luís se había desplazado a La Rinconada para recibir a la familia regia. Al llegar a la estación, el alcalde les dio la bienvenida. Una compañía del Regimiento Granada hizo los honores. Y todas las autoridades, religiosas, militares y civiles, junto a una multitud incontable que llenaba la explanada de la plaza de Armas.

Del tren descendió el Rey en primer lugar, seguido de la Reina Doña Victoria Eugenia, el Infante Don Jaime y las Infantas Doña Beatriz y Doña Cristina. Se interpretó la Marcha Real, presentando armas una compañía del Regimiento Soria 9, y una escuadrilla de aeroplanos evolucionó por encima de la estación.

La comitiva discurrió por las calles Marqués de Paradas, Reyes Católicos y paseo de Colón, rumbo a los Reales Alcázares. Unos caballistas, al estilo andaluz, se sumaron a la escolta. La plaza del Triunfo y alrededores aparecieron llenos de público que esperaba a los Reyes. A los diez minutos de la llegada de los Soberanos al Alcázar, éstos aparecieron en el balcón principal del patio de la Montería, dándose entrada al, pueblo, que desfiló ante el balcón en manifestación tan nutrida que tardó en pasar cerca de una hora. Era el 15 de abril de 1930. Justo un año después el Rey embarcaría hacia el exilio.
El Miércoles Santo el Rey sus hijas, las Infantas Doña Beatriz y Doña Cristina, se dirigió al Ayuntamiento para presenciar el paso de nuestras cofradías. Acompañaban al Rey y Altezas el duque de Miranda y Spoleto, marqués de Bendaña y el inspector de los Reales Alcázares, señor Asúa. En el palco presidencial de la plaza fue acompañado por el alcalde, señor conde de Halcón, quien le recibió en unión de otros capitulares a las puertas de las Casas Consistoriales.

La presencia del Rey e Infantas en el palco fue acogida por una atronadora salva de aplausos. No se comentó abiertamente la ausencia de la Reina en este acto religioso. Don Alfonso y sus hijas presenciaron el desfile de las cofradías del  Baratillo, Panaderos, Cristo de Burgos, Siete Palabras y Sagrada Lanzada y, terminado el desfile de esta y la jornada, se retiraron a los Reales Alcázares.
Su Alteza la Infanta Doña Luisa, con sus hijas las princesas doña Dolores y Doña Mercedes, estuvo por la mañana en la iglesia parroquial de San Gil, contemplando los pasos de la cofradía de la Sentencia y, singularmente, el de la Virgen de la Esperanza, mas hermosa que nunca, engalanada con su maravilloso manto nuevo, que mereció grandes elogios por parte de las reales personas. Las egregias visitantes, a las que acompañaba la señora viuda de Urcola, fueron recibidas a la entrada del templo por el presidente de la junta de gobierno de la Hermandad, don Ernesto Ollero.

El Jueves Santo SS MM Los Reyes asistieron a los oficios de la Catedral. La Misa solemne la celebró el cardenal Ilundain, al tiempo habían llegado a la Catedral las Corporaciones oficiales bajo mazas, presidido el Ayuntamiento por el conde de Halcón y la Diputación Provincial por el señor Sarasúa. El gobernador civil, conde de San Luis, asistió de uniforme. Los Reyes entraron por la puerta de los Príncipes y fueron recibidos por el clero catedralicio. Desde la puerta de entrada hasta el altar mayor se hallaba extendida una magnífica alfombra antigua.

Brillante página en la historia vivió ese día la Hermandad de las Cigarreras, la escribió nada menos que el Rey Don Alfonso XIII, al salir del Casino Militar, en calle Sierpes, para incorporarse a la procesión de la Virgen de la Victoria.

“Aproximadamente a la una y media de la madrugada –era de rigor solemne que la cruz de guía apareciera al dar las campanadas de las dos– Sus Majestades y Altezas Reales salieron del Alcázar dispuestos a presenciar la salida del Señor del Gran Poder. La Real Familia penetró en el edificio de la Jefatura de Obras Públicas por la puerta posterior, donde fue recibida por el ingeniero jefe, señor Ramírez Doreste, y otras distinguidas personas. Don Alfonso, Doña Victoria Eugenia y sus augustas hijas subieron al piso principal y desde el balcón del centro admiraron el peregrino espectáculo. La muchedumbre apiñada en la hermosa plaza, al advertir la presencia de  Sus Majestades y Altezas los aclamó con entusiasmo. En la cofradía del Gran Poder figuraban como hermanos penitentes los famosos aviadores Jiménez e Iglesias. Y entre las numerosas hermanas que acompañaban al Señor iba la Infanta Doña Luisa de Orleans”.

“Después de presenciar el paso de la maravillosa obra de Juan de Mesa, los Soberanos y las Infantas se  encaminaron al centro para presenciar el desfile de la cofradía de San Antonio Abad. Los Reyes se manifestaban admirados del incomparable tesoro de riqueza y arte contenidos en los dos pasos de tan antigua cofradía y, singularmente, del bellísimo palio que cobijaba a la imagen de María Santísima de la Concepción, el estreno del cual puede decirse que ha constituido una de las notas más brillantes de esta inolvidable Semana Mayor”.

Cuentan as crónicas que “con el desfile suntuoso, magnífico ceremonial de la procesión del Santo Entierro terminó de manera apoteósica “A pesar de lo avanzado de la hora (la Sagrada Mortaja acabó de pasar por la Campana a las nueve de la noche y detrás empezaba a desfilar el Santo Entierro) y de la duración del desfile, el público, con gran emoción, sin asomo de cansancio y pronto a saturarse de religiosidad, esperó el desfile tan deseado de la celebérrima procesión”, ausente durante siete años, pues la última vez que salió fue en 1923.

Presidencia del paso: Su Majestad el Rey llevando a su derecha al señor cardenal y a su izquierda al alcalde de Sevilla. Detrás del paso, palio de respeto, llevado por señores concejales, Universidad de Curas Párrocos, señores dignidad de Capa y Vestuario y las corporaciones provincial y municipal bajo mazas, presididas por el gobernador civil de la provincia, piquete de escolta con bandera y música.

”El desfile constituyó una grandiosa manifestación urbana. Al notar la inmensa muchedumbre que abarrotaba la explanada de la Campana la presencia del Rey, prorrumpió en atronadores vivas a España, a Sevilla y al Rey, sucediéndose las ovaciones y demostraciones de júbilo y adhesión”.
“Más de veinte minutos quedó estacionada la procesión y no interrumpiéndose las manifestaciones de cariño y efusiva simpatía al Monarca, que saludaba sonriente a las demostraciones de afecto”.
“La popular cantaora de saetas Encarnación Fernández La Finito, que durante toda la noche escuchó grandes ovaciones, cantó varias de ellas alusivas al Rey desde el balcón del Café París. La Finito escuchó formidables ovaciones, no sólo como adhesión a su arte, sino por haber sabido interpretar tan oportunamente el sentimiento del pueblo. Fueron las más ruidosas manifestaciones de agrado que escuchó, seguidas de vivas al Rey, que no ocultaba su emoción por tan espontánea, sincera y rotunda explosión de cariño”.

“Al entrar en la calle Sierpes se repitieron los vivas y ya, sin solución de continuidad, a todo lo largo de la carrera. En el Ayuntamiento, Su Majestad la Reina Doña Victoria y las Infantas Doña Beatriz y Doña Cristina  presenciaron el paso del Santo Entierro”. La Coral Sevillana, dirigida por el notable compositor y maestro don Emilio Ramírez, cantó el “Christus factus est” de Goicoechea y “Oh, vos  omnus”, de Victoria. El paso por la plaza de San Francisco adquirió su máximo relieve, constituyendo una soberbia demostración artística y religiosa de insuperable magnificencia y brillantez”.    

“En la Catedral entró la procesión con severo orden, repitiéndose, como antes decimos, las manifestaciones de adhesión al Rey. Allí se disgregaron las representaciones de las cofradías y las oficiales, tornando los pasos, a la iglesia de San Gregorio con los nazarenos de la Hermandad.
“S. M. el Rey, en unión de Doña Victoria y sus augustas hijas, se retiró al regio Alcázar. La procesión constituyó un éxito definitivo y sin precedentes”.

No dejan de ser significativos los entusiastas y sinceros vítores al Rey, por una multitud que, poco antes de un año, dirigiría los vítores a la República con parejo entusiasmo y sinceridad.

Del libro Curiosidades de la Semana Santa de Sevilla de Julio Martínez Velasco