domingo, 20 de diciembre de 2015

El caso Escámez


  
Lo que nunca pudo hacer la Justicia de los Tribunales fue quitar a las víctimas en sabor amargo de la desesperación y la frustración que les había dejado el engaño de aquél a quien Sevilla había tenido hasta entonces por su «rey mago».

La mañana del 22 de Diciembre de 1.951, Sevilla había amanecido con unas nubes que amenazaban lluvia. Era un día de trajín por toda la ciudad, pagas extraordinarias de Navidad, deambular de pavos y cestas de vino, que anunciaban que aquella Sevilla de inicios de los cincuenta iba superando poco a poco las consecuencias de la fratricida contienda civil.

Cuando aún se vendían décimos de lotería en alguna esquina del centro de Sevilla, a las 9 y 20 minutos, los “Niños de San Ildefonso” cantaron el número extraido del bombo, el “2704” y la radio conectada en la mayoría de los domicilios y establecimientos de la ciudad llevó la suerte a miles de personas de Sevilla, Jerez, Huelva, Madrid, y de otros pueblos.

La noticia corrió como la pólvora por aquella Sevilla humilde de la década de los cincuenta. Rápidamente, el centro de Sevilla fue ocupado por cientos de periodistas ávidos de noticias. Se supo que el gordo había sido dado por la Administración “La Europa” regentada por Miguel Escámez Arquero. Al que ya los sevillanos consideraban el Rey Mago de Sevilla. Este señor comentó a los periodistas que el premio estaba muy repartido pues había sido vendido casi en su totalidad a gente humilde en participaciones de una peseta. Para colmo de bienes, anunció que igualmente, había dado la aproximación, es decir, había vendido el 2.703.


Lo que nadie se imaginaba es que pudiera pasar lo que sucedió. Miguel Escámez Arquero, lotero de las Administraciones de Lotería “La Europa” y “Doña Francisquita” y sus colaboradores imprimieron y vendieron un número de participaciones de lotería de los números 2704 y 2703, muy superior a las que respaldaban los décimos que realmente tenían en sus administraciones.

Escámez era un personaje de 73 años que vivió a todo lujo en la calle Carlos Cañal. Su enorme figura era muy conocida y popular en Sevilla. Por sus gruesas manos habían pasado muchos negocios y era un perfecto conocedor de la maquinaria de la lotería.

Lo que en los primeros días de desconcierto era un clamor con sordina estalló en Sevilla al filo del cambio de año y Miguel Escámez, junto a dos de sus empleados, Antonio García Martínez y Manuel Barba Moreno, fue detenido y llevado a prisión mientras ante la Comisaría de Policía de la calle Peral se formaban interminables colas de afectados para denunciar la estafa

Las pesquisas de la Brigada de Investigación Criminal, dirigida por el comisario González Serrano —a quien Escámez había negado rotundamente los hechos antes de ser detenido—, pusieron pronto de manifiesto que el lotero encargaba a una imprenta de Triana participaciones de lotería que carecían de todo tipo de control. Hasta aquel sorteo de Navidad, Escámez había ido tapando los premios que pudieran haber concurrido en las participaciones falsas con los beneficios obtenidos con su venta sistemática.

Cuando la noticia se extendió por la ciudad se produjo un desconcierto general que trataron de ir tapando los timadores pagando los premios con los beneficios obtenidos por la venta ilegal. En los siguientes días se iniciaron las investigaciones policiales, las primeras detenciones y se abrió un proceso judicial desde el Juzgado de Primera Instancia e Instrucción nº 6 (Sumario nº 331/1951) que concluyó cinco años después con la Sentencia de la Sala Segunda de la Audiencia Provincial de Sevilla. La Justicia condenó a Miguel Escámez a 22 años de prisión, y sobre el resto de procesados recayeron condenas menores que fueron de ocho años la más alta a cuatro meses la menor.

Paralelo a este proceso se inició un procedimiento administrativo de apremio y embargo de bienes contra los procesados por parte de la Tesorería de la Delegación de Hacienda de Sevilla.

Cinco años después, en julio de 1956, la Sección Segunda de la Audiencia Provincial de Sevilla condenaba Miguel Escámez a la pena de doce años de reclusión mayor por un delito continuado de falsedad como medio para cometer estafa, y a otros diez años de reclusión mayor por un delito de apropiación indebida.

Sus empleados Antonio García Martínez —a quien Escámez culpó de todo al ser descubierto y que resultó ser su socio— y Manuel Barba Moreno fueron asimismo condenados, por los mismos delitos, a la pena de ocho años y un día cada uno.

En la causa fueron condenadas otras tres personas, apellidadas Espínola, Gonzalo y Ruiz, como encubridoras de los hechos. El primero fue condenado a diez meses de prisión menor; los otros dos, a cuatro meses de prisión menor.

La sentencia sentaba un antes un después sobre el modo de vender participaciones de lotería y castigaba a los autores de la mayor estafa perpetrada hasta la fecha en Sevilla.

Lo que nunca pudo hacer la Justicia de los Tribunales fue quitar a las víctimas en sabor amargo de la desesperación y la frustración que les había dejado el engaño de aquél a quien Sevilla había tenido hasta entonces por su «rey mago».

jueves, 3 de diciembre de 2015

Autonomía para Andalucía


 

A las doce en punto de la mañana del domingo 4 de Diciembre de 1977 se ponía en marcha la manifestación por la Autonomía de Andalucía celebrada en Sevilla. Precedida por los motorista y el coche de la Cadena SER, que junto a las fuerzas del servicio de orden, avanzaban por la calle San Fernando dirección a la Puerta de Jerez. Recogemos aquí la crónica de Gloria Gamito para ABC como testimonio de aquel histórico acontecimiento.

“En los balcones de la casa de la familia Guardiola, una gran bandera española, que tenía en el centro la verde, blanca y verde, iluminaba la fachada. En el balcón del palacio de Yanduri había tres banderas: la española y dos regionales. Al llegar la cabeza de la manifestación, una gran mayoría de asistentes empezó a abuchear a las monjas y personas que estaban asomadas para que quitaran la enseña nacional. Las religiosas aguantaron los insultos y silbidos y se metieron dentro. Al rato volvieron a salir, cuando parecía que los ánimos de los manifestantes se habían apaciguado, pero los gritos volvieron a resonar aún más fuertes. Entonces una de las monjas cogió una de las banderas verde, blanca y verde y la paseó por encima de la española, en un gesto que quería significar que las dos eran una misma cosa. Los manifestantes volvieron a insistir, y por fin las religiosas colocaron la bandera andaluza sobre la nacional; ocultándola. Sobre las doce y diez, la gran bandera andaluza con el lema «Autonomía», junto a la que marchaban los parlamentarios y los representantes de los partidos políticos, llegaba al colegio de Yanduri, entre los gritos de «Andalucía, autonomía» del público. En esos momentos, los cordones del servicio de orden intentaban despejar los comienzos de la avenida de José Antonio, ya que se veían casi impotentes para contener a la gran cantidad de gente que intentaba sumarse en esas alturas a la manifestación. Mientras tanto, en el Prado de San Sebastián numerosos grupos de manifestantes esperaban el momento de desfilar, que para algunos no llegó a producirse y hubieron de marcharse a sus respectivos barrios, ante la imposibilidad de llegar a la Plaza Nueva.

BANDERAS Y BALCONES.- Las inmediaciones del Archivo de Indias estaban abarrotadas de gente, cubriendo todas las gradas y escalones, y los aplausos y vítores se sucedían sin interrupción. El edificio de Correos estaba magníficamente adornado. Una gran bandera verde, blanca y verde cubría la totalidad de los balcones, mientras en el mástil ondeaba la bandera nacional. En uno de los últimos balcones del Instituto. Nacional de Previsión una señora de edad protagonizó unos incidentes desagradables con una bandera que por una cara era la andaluza y por otra la nacional. Esta señora se pasó la mañana haciendo determinados gestos al público que le pedía que colgase los colores de la región. Como contrapunto, en la casa número 20 de la Avenida, una bandera andaluza de 25 metros de largo colgaba por toda la fachada, cubriendo por entero los seis pisos. Uno de los mayores aplausos que corearon los asistentes que llenaban las gradas de la Catedral se produjo al paso de un matrimonio con una niña de tres meses en un carrito cubierto con los colores andaluces. El comportamiento de la gente fue en todo momento de los más correcto, coreando las consignas aprobadas. Las que provocaron mayor calor fueron «Autonomía para Andalucía» y «Emigrantes, aquí». A la una menos cinco, la bandera  de Blas Infante llegaba a la Punta del Diamante. La manifestación había desfilado lentamente, y la Avenida continuó llena de público hasta cerca de las dos de la tarde, ya que aunque el acto había concluido en la Plaza Nueva, la cola de la manifestación se encontraba aún en la Puerta Jerez. La asistencia masiva de los sevillanos a estos actos desbordó todo lo previsto.”

lunes, 16 de noviembre de 2015

El Terremoto de Lisboa en Sevilla



Efectivamente, en Sevilla se hundieron unas 300 casas y causó daños en otras 5.000. A pesar de todo, parece ser que sólo causó nueve muertes en la Ciudad.

En el día de los Santos, dadas las diez, se empezaron a notar extraños movimientos en la tierra, y a los dos minutos fueron tan considerables, que juzgaron todos ser el último instante en que sería acabada esta gran ciudad, que experimentó por cerca de un cuarto de hora este trabajo. Los clamores, lamentos y movimientos a penitencia no se pueden explicar. Las ruinas acabaron a tres personas en distintos sitios; una de edad adulta, y dos en la infancia. Dicen hay más de este número, pero no se puede asegurar y ha de resultar de las diligencias que se están practicando.

Así figura la introducción de la crónica que figura en el Archivo Histórico Nacional de los acontecimiento acecidos en Sevilla con motivo del violento terremoto de 1755, denominado como “Terremoto de Lisboa” pues arrasó la capital portuguesa. El seísmo ocurrió hacia las diez de la mañana del primer día de Noviembre de 1755 la Tierra tembló en un punto del océano Atlántico frente al cabo de San Vicente.

Cuentan los cronistas de aquel tiempo que amaneció el día despejado y sereno, pero ya entrada la mañana la Ciudad se vio envuelta en una espesa niebla que no permitía ver los objetos ni a muy corta distancia. Disipó la niebla los rayos del sol, que apareció con un color tan encendido como las llamas de un volcán.

A las diez y algunos minutos se dejaron sentir las primeras oscilaciones acompañadas de grandes ruidos subterráneos con rumbo de la parte de Poniente, y como se repitieran los movimientos del suelo y los edificios comenzaran a resentirse interior y exteriormente, la gente se lanzó despavorida a las calles y plazas, dando constantes gritos de terror.

Los fieles cristianos, que en aquellos momentos se encontraban en la Catedral, asombrados al escuchar el estrépito que hacía sobre las bóvedas la caída del barandaje de piedra y el desplome de algunos sillares de la tribuna, salieron tan atropelladamente del templo, que algunas personas quedaron lesionadas, y un niño murió asfixiado en la misma puerta de San Miguel. La fantasía popular dijo ver a las Santas Patronas de la ciudad, Justa y Rufina, sosteniendo a la torre en el aire para que no sufriera. Desde entonces se las representa en la iconografía sevillana de esta manera.

Duraron, con cortos intervalos, las violentas sacudidas de este espantoso terremoto unos seis minutos, y según otros historiadores doce. Los desastres fueron extraordinarios y sin precedentes en la historia de este tipo de catástrofes.

Pasados los primeros momentos de terror y recobrados los ánimos, una vez terminados los espantosos efectos del fenómeno, el Cabildo eclesiástico, que se había congregado en la plaza de la Lonja, dispuso que allí mismo se dijese una misa rezada, a cuyo efecto se improvisó un altar junto a las cadenas que rodean al Archivo de Indias, mirando hacia el Este. Terminada la misa se entonó un Te Deum que se siguió cantando procesionalmente alrededor de aquel edificio.

En el mismo lugar donde se dijo la misa se erigió en memoria de aquel pavoroso suceso un monumento (existe aún) al que se le dio por nombre el “Triunfo” y cuyo coste ascendió a 61.881 reales de vellón.

En la mañana del día siguiente el Cabildo, canónigos y sacerdotes sacaron de la Catedral los vasos sagrados y los condujeron al Colegio de San Miguel, donde se establecieron todos los oficios con tanta estrechez como es de suponer. Quedó, pues, cerrada la Catedral y la Giralda sin uso, en tanto que se procedía a un minucioso reconocimiento de todo el edificio y al consiguiente reparo de todos los deterioros sufridos.

De la misma manera se llevó a cabo, con la mayor celeridad, el reconocimiento y reparación de los muchos edificios públicos y casas particulares que cayeron en ruina o sufrieron daños de gran consideración.

Entre los primeros estaba el templo del Salvador, que resultó cuarteado a pesar de su sólida construcción, y el de Santa Ana en Triana, que fue necesario cerrar porque amenazaba ruina. Las iglesias parroquiales de San Julián y de San Martín también fueron cerradas al culto.

La torre del convento de Santa Ana se desplomó sobre la iglesia, cuya armadura hundió, y mató a una mujer que se hallaba rezando. Se desplomó también la torre de la iglesia de la Trinidad.  Se hundieron las dos torres de San Juan de Dios, en la plaza del Salvador, y en la casa profesa de los Jesuitas se vino abajo la linterna que coronaba la cúpula de su templo. Finalmente, la iglesia parroquial de San Vicente fue la que más sufrió de todas las de Sevilla.

Sufrió daños la Alhondiga. Se arruinó completamente el cuerpo superior de la puerta de Triana. También la Torre del Oro sufrió tales desperfectos que se llegó a proponer que fuera derribada. La Cárcel Real quedó tan maltratada que se hizo necesario proceder con urgencia a su reparación, en vista de que se carecía de otro edificio adecuado donde alojar a los numerosos presos. En memoria del triste suceso se mandó colocar en su fachada la siguiente inscripción:

“Reinando en España nuestro católico monarca el Señor D. Fernando VI, y siendo asistente el Sr. D. Fernando Valdés de Quirós, y Procurador Mayor el señor Conde de Mejorada, Sevilla mandó reparar esta portada, por haberse quebrantado en el gran terremoto del día 1º de noviembre de 1.755, siendo diputado de esta obra el Sr. D. Martín Pérez Navarro y Vivién, veinticuatro de esta Ciudad”.

Afortunadamente, las desgracias personales que causó este espantoso terremoto no estuvieron en relación con los inmensos daños que ocasionó en los edificios públicos y casas particulares, muchas de las cuales quedaron convertidas en un montón de ruinas y escombros.

 Efectivamente, en Sevilla se hundieron unas 300 casas y causó daños en otras 5.000. A pesar de todo, parece ser que sólo causó nueve muertes en la Ciudad. La Giralda sufrió pocos daños, solamente la caída de algunos remates y adornos, pero las campanas tocaron solas con la fuerza del movimiento de tierra.

Este terremoto, que tuvo su epicentro a menos de 300 Km. de Lisboa, se produjo a las 9 horas y 40 minutos y se caracterizó por su gran duración, dividida en varias fases, y por su virulencia, causando la muerte entre 60.000 y 100.000 personas en la capital portuguesa. Varias fuentes coinciden en que fueron 90.000 los fallecidos.

El seísmo fue seguido por un inmenso maremoto y un incendio que causaron la casi destrucción total de Lisboa. Los geólogos estiman hoy que la intensidad sería de 9 en la escala de Richter.

martes, 3 de noviembre de 2015

Halloween para don Juan



José Luis Garrido Bustamente, nos recuerda la deliciosa aventura de los "chicos de la radio" llevando Don Juan Tenorio a los escenarios.

No había Halloween entonces, pero Juan Tenorio, sí. Las tiendas de carnaval no anticipaban las máscaras de febrero con disfraces luctuosos y los teatros adornaban sus carteleras con lánguidas figuras de doña Inés en el sofá ante el conquistador caballero que le recitaba madrigales arrodillado a sus pies.
No hace mucho de eso. Pero el tiempo transcurre con prisas y parece que hablamos de un lejano ayer. Hemos importado el festival de los fantasmas olvidándonos del poeta vallisoletano que imaginó al don Juan conquistador y pendenciero desde la mesa de un figón ochocentista de la calle Sierpes.
Tanto han crecido en número los establecimientos dedicados a las máscaras como han ido desapareciendo progresivamente los escenarios teatrales.
Desahuciado  de las tablas de Talía el Burlador, menos mal que,  por lo menos, le queda en Sevilla el patio del Colegio Santa Ana.
A chufla lo tomó la gente como al Piyayo de los versos tristes con el humor de Manuel Barrios y Agustín Embuena. Debería reponerse aquel libreto cómico que se  extendió en renovadas versiones posteriores escritas por  Agustín en solitario. La crisis y la desvergüenza de algunos políticos necesitarían su crítica mordaz.
Los malditos que gritaban a las puertas de la Hostería del Laurel, lo hacen hoy, para desesperación de los vecinos, en plazas céntricas  y calles adyacentes.
Don Juan sigue escribiendo y leyendo en voz alta…”pero mal rayo me parta, si, en acabando esta carta, no pagan caros sus gritos”
Su criado la recoge vestido de negro fantasma para su fiesta de Halloween.

De drama romántico a disparate cómico.

Los años cincuenta estaban llegando a su fin. A Sevilla le habían venido muy bien. Las angustias y apreturas de la postguerra habían quedado atrás. Y, por el contrario, la ciudad progresaba inmersa en avances industriales que proporcionaban trabajo a sus habitantes y alta proyección a su futuro.
Las zozobras, los miedos y las inquietudes que habían ido progresivamente atenuándose hasta disolverse en la década anterior habían dejado paso al restablecimiento de la serenidad y la confianza en un horizonte alejado de lutos. Se hacía necesaria como complemento la recuperación de la risa y entonces se produjo un hecho que podía haberse presentido, pero que resultó absolutamente inesperado. Un grupo de profesionales de la radio convirtió al Tenorio de Zorrilla de drama romántico en el suceso de mayor comicidad que se había producido en los últimos tiempos en los escenarios de los teatros sevillanos.
Digo que la cosa podía haberse presentido porque el encargo de la sustancial transformación lo recibieron Manuel Barrios y Agustín Embuena, fecundos guionistas de programas radiados que entonces trabajaban juntos en la Emisora en Sevilla de Radio Nacional de España y disponían de prestigio suficiente entre los escritores de humor como para confiar ciegamente en ellos.
Barrios, admirador y conocedor profundo de la obra de Enrique Jardiel Poncela de quien  no desdeñaba ser considerado en parte su continuador literario, ya tenía en su haber la creación, junto a Alfonso Contreras, del programa humorístico “Piruetas”, un hito en la creatividad de emisiones para hacer reír que la emisora nacional ponía en antena todos los días al final de la programación de sobremesa. Embuena estaba sobradamente acreditado como fabulador inimitable dotado además de una increíble capacidad de trabajo. Dominador de la prosa y el verso, redactor infatigable tanto de adaptaciones como de guiones propios bien para concursos, bien para emisiones de radioteatro y experimentado profesional de la palabra, Agustín brillaba como autor y como intérprete en la radio y sobre el escenario.
No podía encontrarse mejor pareja para abordar la versión humorística del drama del burlador al que Zorrilla no había escatimado ninguno de los ingredientes del enredo luctuoso con tenebrosas incursiones en la escatología.
A ello se unía la aportación como improvisados actores del personal de la emisora. Nombres conocidos de los oyentes de presentadores de programas, animadores de concursos, locutores de servicios informativos y actores del cuadro escénico de la emisora encabezaban la larga lista de técnicos, operadores de sonido y hasta de administrativos que deseaban participar en la diablura.
El proyecto de escribir una versión jocosa de la inmortal obra de José Zorrilla había nacido en “Casa Ricardo”, un establecimiento dedicado a la venta al detal de comestibles que, como complemento, servía bebidas en el que solían darse cita para tomar el aperitivo al término de la jornada laboral mañanera cuantos habían estado de servicio en los cercanos estudios de la Radio Nacional.
En “Casa Ricardo” se leyeron los primeros versos, se limaron los inevitables ripios y se fue configurando el reparto.
Don Juan Yébenes, el gerente de la empresa Lusarreta que llevaba el Teatro San Fernando les había reservado un día, el martes 24  de noviembre en funciones de tarde, a las siete y media y noche a las once y cuarto. Supuso que, con eso bastaría. Pero se equivocó. Y, como apenas se abrieron las taquillas en las fechas anteriores al estreno, se vendió todo el papel, remodeló los contratos con las compañías que habrían de actuar en esos días y consiguió que la obra estuviese en escena en tres ocasiones seguidas.
Este fue el cartel del insólito acontecimiento :
Teatro San Fernando
Martes, 24, Miércoles, 25 y Jueves, 26 de noviembre de 1959:
Tarde a las 7.30.- Noche a las 11,15
Radio Nacional de España en Sevilla,
Presenta
Don Juan Tenorio
Version libre de la famosa obra de don Jose Zorrilla
Con ripios y otras cosas originales de
Manuel Barrios y Agustin Embuena
REPARTO  (Anoto al margen de cada nombre su cometido en la emisora)
Don Juan, Agustín Embuena (Locutor)
Don Luis, Emilio Segura, (Locutor)
Doña Ines, Mariló Naval, (Locutora y primera actriz)
Ciutti, Manuel Barrios (Redactor jefe)
Comendador, Aurelio de la Viesca (Locutor)
Butarelli, Juan Manuel Aparicio (Realizador)
Don Diego, Angel Cervantes (Montador musical)
Centellas, José Luis López Murcia (Locutor)
Avellaneda,Angel González Martin (Realizador)
Escultor, Alfonso Contreras, (Locutor)
Abadesa, Araceli Moreno, (Actriz)
Tornera, Maria Victoria Mendoza (Actriz)
Lucía, Elena Sánchez,(Actriz)
Gastón, Remigio Ruiz,(Redactor)
Y, por primera vez en DON JUAN
Brígida, Fernando Caparró, (Técnico de sonido)
Aurelio Carbajo había dotado al guion de un montaje de música y efectos de sonido que podía situarse a la altura de las mejores realizaciones acústicas de los rodajes de la época.
Y, como no se quería que nada avanzado faltase en la superproducción escénica, Alfonso Contreras, que compaginaba su dedicación al micrófono con la atención a las noticias locales filmándolas para la televisión que hacía poco había echado a andar en Madrid, con una cámara de su propiedad, utilizó estos recursos para filmar el duelo entre don Juan y el Capitán Centellas al que, como es de suponer dotaron los contendientes de las más absurdas bromas.
¿Imaginaba alguien que ocurriera lo que en verdad sucedió?... Probablemente, ni los más optimistas del lugar. El aforo completo del teatro se vendió con anticipación para las dos funciones de estreno. Se repitió la misma afluencia de público  en las cuatro restantes. Y, al caer el telón tras de la última del jueves 26, el comentario general era que si se prorrogaban las representaciones, la tónica de ventas no se modificaría.
La empresa estaba encantada. Ni en los estrenos de los espectáculos de Lola Flores se había disfrutado de un éxito semejante. Había quien repetía su asistencia personal una vez y otra y se hacía acompañar por familiares y amigos. La reventa volvió a sus mejores días. Llovían las peticiones de que “los chicos de la radio” llevasen la obra por otros escenarios…
La aventura resultó, pues,  tan exitosa que, al año siguiente, la tuvieron que repetir

miércoles, 14 de octubre de 2015

El Cantón Andaluz de Sevilla


«Cantón de Sevilla reprimido por el General Pavía»
En la misma Puerta de la Carne y aledaños cayeron 300 militares gubernamentales bajo el fuego de la artillería cantonal, lo cual no impidió la ocupación de la ciudad.  El 2 de agosto de 1873 se acaba todo.

En estos tiempos revueltos en los que solo se habla de independencia y de autodeterminación, en estas crónicas, vamos a recordar lo que fue el movimiento cantonalista surgido a raíz de la I República, en nuestra ciudad.

El cantón de Sevilla, o Cantón Andaluz de Sevilla, se desarrolla en una primera fase más radical a finales de junio de 1873 y ¡dura dos días! Este primer alzamiento cantonal es protagonizado por los correligionarios del Partido Republicano de Pi y Margall y las clases trabajadoras, que inspiradas por las nuevas corrientes anarquistas bakuninistas y sobre todos de Proudhon, propugnaban el anarquismo en un contexto de República, en el sentido de res publica, o sea, de cosa pública. Todo esto casa bien con las ideas cantonales. Y es que la existencia de anarquistas en Sevilla es notable y a los andaluces nunca nos molestaron los ‘reinos’ de Taifas. Pues eso, dos días dura el cantón hasta que es disuelto por La Rosar, un gobernador civil con mala leche y con 50 soldados. Nadie le hace sombra en su paseo por Sevilla hasta que finalmente arresta a los cabecillas federalistas.

El segundo cantón, de todas maneras, llega bien pronto. La independencia de Sevilla se proclama con el Alcalde, los jefes y subalternos de los voluntarios republicanistas principalmente, nada más y nada menos que el 18 de julio en el Convento de los Terceros Franciscanos. Y es que el conocido edificio, tras la desamortización de Mendizábal, había sido transformado en cuartel. Es allí dónde se crea el Cantón Federal de Andalucía la Baja.

El Cantón andaluz de Sevilla, aceleradamente y entre otras muchas medidas, determina a través de su recién creado Comité de Salud Pública, avances sociales inusitados para la época: Para su funcionamiento se crearon las secciones de Gobierno, Guerra y Hacienda. Se acordó la secularización de los cementerios y el desestanco del tabaco para venderlo a precios populares, se decretó la jornada laboral de ocho horas, o el derecho al trabajo como derecho vital. Asimismo, se determinó la separación de sexos en el trabajo y que los conflictos laborales se resolviesen mediante el advenimiento entre ambas partes. También se creó un batallón de 800 hombres con gorras rojas y alpargatas de esparto que fueron llamados "guías de Sevilla".

El mito de la guerra que perdió Sevilla contra Utrera

Tan sólo tres días después de la segunda proclamación del cantón sevillano, un grupo de Voluntarios de Sevilla, comandados por un tal Carreró, se dirige a socorrer a los cantonalistas de Jerez contra la represión militar unionista. Se detienen en Utrera, localidad sevillana que andaba a punto de erigirse en cantón independiente en mitad de la fiebre revolucionaria que invade la baja Andalucía. Los utreranos andan al quite con los resabiados de la capital, que esperan se sumen en buen número a la lucha por la causa federalista hispalense. Utrera arma a 800 hombres para demostrar que no anda por la labor y cuando se reúnen en muy buena onda los representantes cantonales de Sevilla y Utrera, los voluntarios de la República arman la zapatiesta... Un lugareño, al invitarles a marcharse ante su reiterada "intransigencia", provoca que los impetuosos voluntarios griten vivas a la república federal y social, con el consiguiente tiroteo y la muerte de muchos de los allí presentes. Gran parte de los cantonalistas sevillanos acaban en prisión, de dónde son finalmente liberados por las gestiones de los líderes Mingorance y Ponce, que se ven obligados a acudir desde Sevilla con refuerzos y con el diputado por Utrera, Diego Sedas, como mediador. Cada uno de esos prisioneros resultaba indispensable para defender Sevilla de un ataque inminente del gobierno central y antirrevolucionario.

El fin del Cantón Andaluz

El general Pavía, al frente del ejército, rehúsa de mediaciones para atacar Sevilla. Inicia su asalto a la ciudad por la zona más fortificada, intentando provocar lo que él denomina como “calaverada militar”, o una escabechina entre sus propias tropas, que produzca el afianzamiento de la fidelidad de sus hombres y de los que no se fiaba un pelo. Así se las gastaba Pavía. En la misma Puerta de la Carne y aledaños cayeron 300 militares gubernamentales bajo el fuego de la artillería cantonal, lo cual no impidió la ocupación de la ciudad. Cantonalistas mueren muchos cientos más, que por supuesto, no se molestan en contabilizar. El 2 de agosto de 1873 se acaba todo. Pavía, como buen patriota del antiguo régimen, nombró como regidor de las instituciones a republicanos conservadores y a un buen número de monárquicos, desarmó a toda la milicia y reprimió a los cantonales sin miramientos. Se trataba de extirpar el apoyo a la República, y las bases del federalismo con los movimientos de las clases trabajadoras que  los fundamentaban.

viernes, 2 de octubre de 2015

Salvochea-Casaux

Aquel montaje supuso un fuerte aldabonazo que provocó fuertes polémicas en toda Sevilla en aquellos inciertos años de comienzos de la Transición.

Tuve la suerte de ser invitado a Cádiz, el 24 de septiembre de 2015, para participar en el acto homenaje al autor teatral gaditano Manuel Pérez Casaux, recientemente fallecido, y autor de una obra teatral sobre la vida y actividad política del anarquista gaditano Fermín Salvochea, obra estrenada en Sevilla en noviembre de 1976 y dirigida por mí. El acto coincidía, además, con el ciento ocho aniversario del fallecimiento de Salvochea. Curiosamente ese mismo día fue inaugurado el puente nuevo de Cádiz, al que asistió el Presidente del Gobierno y toda la corte celestial... Cádiz se echó a la calle para recorrer en coches y motos el puente para arriba y para abajo… (Este país novelero que es Andalucía… Esperemos las letras de los carnavales de 2016.)


El acto, como todos los organizados en años anteriores, surgía del empeño de un grupo de amigos y seguidores de la memoria de Fermín. Este año se abría el abanico y participaba el CAL (Centro Andaluz de las Letras), con algún apoyo y con la presencia de la delegada territorial de Cultura, Turismo y Deporte de la Junta de Andalucía, Remedios Palma, y la del director de contenidos y programación del CAL, el compañero, escritor y periodista, Juan José Téllez. En un extremo de la mesa se situaba un servidor de ustedes, y en el otro José Luis Gutiérrez Molina, historiador, que moderó la sesión.


Las intervenciones en el acto giraron en torno a la personalidad de Pérez Casaux y el hueco que debió haber ocupado y no ocupó, en la historia de la dramaturgia española, problema habitual en nuestro país. Se desgranaron anécdotas del estreno de la obra justo un año después de la muerte de Franco, cuando todo el mundo, pueblo y autoridades, se bamboleaban y no sabían por dónde tirar o no estaban maduros para la toma de posturas…


Fue una tarde de recuerdos y gozos, rodeado de amigos de verdad, con la satisfacción de haber compartido tiempo y palabras con quienes deberían haber sido mis paisanos de partida de nacimiento…


Salvochea, Casaux y mi amigo –ya para siempre- Juan Alarcón, artífice en la sombra de todo el armazón en el que se sustentó el acto, fueron los bastiones que me permitieron dormir tranquilo en un agradable hotel de cara al Atlántico de la Playa de la Victoria, mientras me mecían las olas del  Cádiz de mis padres, de mis compañeros y mío. Para completar el cuadro, la luna estaba en todo lo alto convirtiendo el mar en una superficie de plata. El encadenado con mi sueño no se hizo esperar y recorrí en la memoria aquel trabajo que realizamos en Sevilla hace cuarenta años. 


Yo había conocido a Manolo Pérez Casaux en algunos festivales de Teatro (Valladolid, Sitges…) Y de aquella amistad nació la idea de montar una obra sobre Salvochea. El vivía en los 70 en Barcelona y allí empezó a escribir y a mandarme los fragmentos que iba esbozando. Yo los leía y se los devolvía. Así casi un año. Cuando ya consideramos que el texto estaba terminado, empezamos con los ensayos. Nueve meses de trabajo con algunas visitas de Manolo. Llegamos cansados pero contentos al estreno. Manolo asistió a los últimos ensayos y estuvimos de acuerdo en todo. Cuatro días en cartel y seis representaciones. A teatro lleno, la Sevilla más joven e inquieta se movilizó. 

Lanzamiento de octavillas de la CNT aprovechando los oscuros de la obra. Pintadas en la fachada del teatro. Presencia de las fuerzas anti disturbios en los alrededores del Lope de Vega. Precisamente la Sevilla ácrata fue la más crítica con la obra, ya que para ellos Salvochea fue un luchador, que lo fue, pero que no había dejado de ser hijo de un acomodado comerciante gaditano y de una madre a la que acompañaba diariamente a misa. Y además era anarquista… Pero el desconocimiento de algunos de estos detalles por aquel entonces, sumía en la contradicción a toda aquella generación ansiosa de saltar a la palestra y manifestarse. 

Tensión y nervios en los actores y parte del público. Incertidumbre en las autoridades (Gobierno Civil, Delegado de Información y Turismo). Control de censura sobre si la acción transcurría en la primera o en la segunda República. (Cuestión de incultura histórica). Hay que tener en cuenta que hacía un año justo que había muerto Franco y nadie quería significarse por sacar los pies del plato, intentando así mantenerse en sus sillones el mayor tiempo posible.



La crítica fue positiva en general. El autor se llevó algunas “apreciaciones”. Los más conservadores se preocuparon de atacar la obra recalcando que tenía que ser mala, porque hasta los partidarios de Salvochea la pateaban, sin darse cuenta de que el pateo se originaba porque Fermín no era el protagonista de un western, como querían algunos, sino un pensador que había pasado a la acción y que no cesó hasta pasar largos años en prisión, para terminar siendo alcalde de Cádiz.

En cualquier caso aquel montaje supuso un fuerte aldabonazo que provocó fuertes polémicas en toda Sevilla en aquellos inciertos años de comienzos de la Transición.

miércoles, 9 de septiembre de 2015

Los vikingos atacan y saquean Sevilla.


En el otoño del año 844 los vikingos arribaron hasta Sevilla. La matanza y el saqueo duraron siete días.

Juan L. Contreras
Los vikingos era un pueblo guerrero originario de Escandinavia. La palabra Vik significa “hombres del mar” u “hombres del norte”. Los varones eran de una estatura media de 1,70 metros (muy altos para aquella época), piel blanca y ojos claros, predominando los de pelo castaño o rubio. Ellas medían en torno a 1,60, eran fuertes, de robusta complexión, teniendo un poder y ascendiente sobre los hombres difícil de comprender en otras culturas.

Además de estar bien preparados para la lucha, eran artesanos, campesinos, expertos ganaderos y apicultores. Los fabricantes de barcos eran muy respetados por motivos evidentes, lo mismo que los herreros, oficio tan digno entre ellos que podía ejercerlo un caudillo distinguido sin menoscabo alguno.

La primera noticia sobre los vikingos aparece en Europa tras el saqueo que realizaron en el monasterio de Lindisfarne, en Inglaterra, en junio del año 793, ya que anteriormente prácticamente no se tenía conocimiento de ellos. Los moradores del monasterio fueron casi todos muertos y algunos tomados como esclavos.

A partir de ese momento las apariciones de los hombres del norte se fueron haciendo más frecuentes, comenzando a recorrer, atacar y saquear amplias regiones de la Europa atlántica, ocupando amplias zonas de Inglaterra, Irlanda y Francia, donde el rey galo Carlos III, apodado el Simple (879 – 929), entregó el feudo de Normandía al caudillo vikingo Rollon a fin de que mantuviese alejados de sus costas a otros grupos de la misma etnia.

Sus primeras incursiones en la península Ibérica debieron producirse a principios del año 844, asaltando varios lugares de las costas de Cantabria, Asturias y Galicia, para ellos Jakobsland (Tierra de Santiago). Después de algunos incendios y saqueos, acabaron siendo repelidos por el rey Ramiro I (c. 790 – 850).

Desde aquí se lanzaron en sus embarcaciones hacia Lisboa, a donde llegaron el día 20 de agosto del año 844, con 54 naves de grandes dimensiones y 26 más ligeras. El gobernador Ibn Hazm luchó contra ellos, logrando rechazarlos después de varios días de encarnizados combates. Apenas solventado el peligro, Ibn Hazm envió un emisario al Emir independiente de Córdoba, Abderramán II, informándole de lo sucedido y advirtiendo de la próxima aparición de “las bestias del norte”.

Pasados 14 días, a finales de septiembre, los vikingos ya se habían apoderado de la Isla Menor en Cádiz, asolaron las costas de la Cora de Sidonia y remontaban el Guadalquivir dispuestos a saquear y destruir Sevilla. Cuatro de las naves se separaron de la flota principal, para inspeccionar el territorio hasta la población de Coria del Río, donde desembarcaron, saquearon, tomaron el castillo y dieron muerte a todos sus habitantes para evitar que dieran la voz de alarma. El camino hacia su objetivo se hallaba despejado.

Apenas transcurridos tres días desde su desembarco en Coria del Río, los vikingos decidieron remontar el Guadalquivir hacia Sevilla, conocedores de las riquezas que albergaba la ciudad.

Para entonces los habitantes de Sevilla se disponían para su defensa, pero no había un caudillo militar definido que guiase a los pocos efectivos de la guarnición militar, pues el wal (gobernador) de la ciudad les había abandonado a su suerte, huyendo a Carmona, lo que después el Emir se lo tendría en cuenta ordenando su ajusticiamiento. Los musulmanes sevillanos se hallaban a merced de un peligroso enemigo.

Conocedores de esta deserción y de la escasa preparación militar de quienes se habían quedado a resistir el ataque, pues otros habían huido ocultándose en los montes, los vikingos marcharon con sus naves hasta llegar a los arrabales de la ciudad.

Aprovechando su ventaja estratégica, los hombres del norte dispararon sucesivas tandas de flechas desde sus naves contra los sevillanos, hasta romper su cohesión y provocando el mayor desconcierto y el pánico. Conseguido su propósito, desembarcaron para luchar cuerpo a cuerpo con ellos, convencidos de la victoria.
 
La matanza y el saqueo duraron siete días. Una trágica semana en la que los más fuerte huyeron, escapando cada uno por su lado, y los más débiles cayeron en las afiladas garras de los vikingos. Mujeres, niños y ancianos fueron pasados a cuchillo y violados. A algunos se les perdonó la vida a cambio de la esclavitud.

Cargados con el suculento botín y los prisioneros, regresaron a sus naves para volver al seguro campamento de la Isla Menor de Cádiz.

No satisfechos, volvieron a aparecer por Sevilla, encontrando a unos cuantos viejos desvalidos refugiados en una mezquita para rezar por los suyos. De nada sirvieron sus oraciones y súplicas, y todos fueron masacrados. Desde entonces se la conoció como la “Mezquita de los Mártires”.

Durante dos meses camparon a su antojo los vikingos, desolando y sembrando el pánico, hasta que en el mes de noviembre Abderramán II consiguió movilizar en Córdoba un ejército suficientemente fuerte, como para hacerles frente. Parte de esta tropa, al mando de Ibn Rustum y otros generales, pronto alcanzó la comarca del Aljarafe sevillano, donde en hostigamiento conjunto de la infantería y la caballería, consiguieron desconcertar plenamente al enemigo.

Mientras algunos de los soldados provocaban con sus escaramuzas a los vikingos en los alrededores de la ciudad, el grueso del ejército del Emir esperaba emboscado a que aquellos atrajeran a los invasores a un lugar llamado Tablada, al sur de Sevilla. Confiados en superioridad numérica y como bravos guerreros, los vikingos mordieron el anzuelo y descendieron por el río en persecución de aquel puñado de hombres que habían osado provocarles.

Al llegar a la aldea de Tejada desembarcaron. Atrapados entre dos fuegos, los vikingos solamente pudieron luchar por sus vidas contra hombres que buscaban venganza por la sangre de los suyos. Aquella derrota fue la más humillante de las que habían recibido los vikingos en toda Europa. Sobre el campo de batalla quedaron más de mil cadáveres de vikingos y cerca de 400 fueron capturados. Mientras que algunos consiguieron huir hacia sus naves, abandonando más de treinta en su huida, los capturados fueron decapitados por orden de Ibn Ristum.

Poco después de este episodio las murallas de Sevilla fueron reforzadas y fortificadas, y se repararon los daños causados por los vikingos en las mezquitas, baños y casas.

Los hombres del norte que consiguieron salvar sus vidas huyendo por tierra hacia Carmona y Morón, fueron arrinconados por Ibn Rustum, quien les forzó a rendirse y consiguió su conversión al Islam a cambio de respetar sus vidas.

Se asentaron en el valle del Guadalquivir, donde se especializaron en la cría de ganado y en la producción de leche y sus derivados. También se dedicaron a la fabricación de quesos adquiriendo mucha fama en aquellos tiempos, y durante muchos años suministraron a Sevilla y Córdoba.

En el año 859 una nueva incursión vikinga llegó hasta Sevilla, que terminó con el incendio de la mezquita de Ibn ‘Addabâs, actual iglesia del Salvador. La respuesta no se hizo esperar por parte del Emir de Córdoba que los rechazó con dureza.
 
Las costas de Al Andalus se poblaron de atalayas y fortalezas para vigilar el mar, y se construyó una flota de guerra capaz de frenar aquella amenaza.

domingo, 9 de agosto de 2015

Salida de Nicolás Soult de Sevilla




Sevilla, verano de 1812 · El mariscal Soult se retira con su ejército, tras dos años de ocupación en los que ha expoliado multitud de obras de arte.

Este militar francés nacido en Saint-Amans (Tarn) el 29 de marzo de 1769 y muerto en la misma ciudad el 26 de noviembre de 1851, era hijo de un notario que quiso dotar a su hijo de una buena instrucción, él prefirió el ejército, en el que ingresó en 1785. Cabo en 1789, subteniente en julio de 1792, capitán, en agosto de 1793, era el perfecto militar sansculotte.

General de brigada, en octubre de 1794, en el ejército de Sambre et Meuse. Estuvo después en el sitio de Luxemburgo, del 13 de abril al 7 de junio de 1795, y en las batallas de Altenkirchen y Wetzlar, en 1796, año en que se casó con una burguesa alemana, Luisa Berg, a la que Napoleón atribuirá más tarde el afán desmedido de enriquecerse que se apoderó de Soult. Continuó la campaña de Alemania en 1797. General de división, en 1799. Napoleón le nombró comandante militar del Piamonte, y después mariscal del Imperio Napoleónico y duque de Dalmacia.

En 1808 fue enviado a España: conquistó Burgos, hizo la campaña de 1809 en Galicia y Portugal y conquistó Andalucía en 1810. Hasta 1812 fue el gobernador de hecho de Andalucía hasta la Proclama a sus soldados preparándolos a abandonar la capital y demás puntos de Andalucía, que se publicó en Sevilla, el 15 de agosto de 1812. Inmediatamente después fue puesto al frente de todo el ejército francés en España hasta la retirada de las tropas en 1814. Posteriormente llegó a participar en la batalla de Waterloo como mayor general del ejército francés, sirviendo también a Luis XVIII como ministro de la guerra.

El que hoy es uno de los mayores orgullos militares de Francia, donde se glorifica su memoria, ha de ser denostado en España a causa especialmente del saqueo artístico que realizó en Sevilla en nombre del rey José I con el pretexto de fundar un museo nacional en Madrid. Esta lamentable actuación se realizó en una ciudad como Sevilla, que no fue tomada a la fuerza, ya que capituló y, por tanto, habría de ser respetada íntegramente.

La Sevilla ocupada por Soult, una ciudad llena de tesoros pictóricos por el pasado esplendor de la escuela sevillana, eso se tradujo en un elaborado plan de expolio. El director de Bellas Artes nombrado por el rey José era un marchante francés poco escrupuloso llamado Quilliet, que debía enviar al proyectado museo las obras “de los conventos suprimidos o de que pueda disponer el gobierno”.

Soult actuó como un depredador de las mejores pinturas que había en la ciudad, y llegó a almacenar en el Alcázar mil obras procedentes de los edificios religiosos. Pero lo más grave es que se apropió para sí mismo, indebidamente, de las más selectas pinturas que fueron de su gusto y las trasladó posteriormente a París, donde las exhibió ostentosamente en su domicilio. Hombre codicioso que hizo una gran fortuna, utilizó, sin duda, las obras de arte como respaldo estético de la gran categoría social que había alcanzado.

Soult no se conformó con las pinturas oficialmente requisadas de iglesias y conventos que tenía a su alcance en el Real Alcázar. En las mansiones sevillanas había pinturas que fueron a parar a la colección Soult por el sistema mafioso. El omnipotente jefe de la ocupación militar, cuando veía un cuadro que envidiaba, hacía una oferta de compra. Pagaba un precio irrisorio, pero ¿quién se atrevería a decirle que no? Sus robos quedaban así inmediatamente blanqueados por un contrato legal de compraventa.

Años después, instalado en su fortuna, cuando enseñaba su colección a las visitas, les explicaba que eran regalos de los vencidos en agradecimiento a su clemencia, un cinismo propio de aquel oportunista capaz de ocupar altos cargos en tres regímenes antagónicos como fueron el Imperio napoleónico, la Restauración borbónica y la monarquía burguesa de Luis Felipe. La desfachatez llegaba al límite cuando explicaba ante un murillo que el cuadro tenía el valor añadido de haber salvado una vida. Quería decir que amenazó con fusilar a su dueño si no se lo vendía, y el dueño cedió.

La pesadilla acabó el día 28 de agosto de 1812. El Mariscal tuvo que salir corriendo dejándose atrás parte de sus robos. Todavía le sangran las heridas a Sevilla. Las suyas, las de sus cómplices y las de los silencios rastreros sevillanos de los que nunca se escribe. La ciudad de los silencios...

Sevilla no olvidará la fecha de su marcha. Puente de la plata que no pudo robar.

jueves, 16 de julio de 2015

La Velá de Triana de 1935


El puente engalanado de banderas republicanas en la Velá de 1935
Les ofrecemos la crónica de las fiesta de Triana de 1935, es decir hace ochenta años, nacida de la pluma de Ángel Vela e incluida en su libro Trina y su Velá.

Este año sí hay Velá, claro. Y la imprenta Haro, en San Jorge, 10, imprime el programa que se encabeza con la leyenda “Triana en fiesta. Velá de Santa Ana. Julio de 1935”.

En esta Velá de cuatro días, los pobres patos lo mismo se cazan que se pescan, era lo de menos, porque la realidad es que… se guisan. Niños (y alguna niña, no había distinción explícita de sexo) protagonistas sobre patinetes, y niñas también protagonistas de la Velá jugando a ser señoritas. La imagen de Santa Ana no salía en procesión desde 1925. San Jacinto, 50, es el domicilio y exposición permanente del fabricante de cerámica don José Mensaque Arana. El mencionado Bar Faro, es –ya lo apuntamos- lo que fue estación de la línea de vapores y, por último, el establecimiento de don José Alonso es una confitería situada en la misma esquina de la plaza del Altozano con San Jacinto, donde hoy se encuentran las oficinas del Banco de Santander.

Destaca la prensa la prueba del alumbrado, los arcos de entrada y el kiosco levantado en el Altozano para la música. Por primera vez se alumbra el puente de San Telmo y llega la iluminación de Betis hasta la plaza de Cuba. Se señalan las principales casetas que son las del Ayuntamiento (Comisión), la del Club Garrafa, Peña Trianera, Club Taurino de Triana y Agrupación Filarmónica, Cooperativa 1934 y las de las hermandades de la O y la Esperanza.

El Liberal del día 25 proclama la gran animación de la noche anterior, “como si se tratase del primer día de las fiestas”, y que en el tercer día de velada, dará un concierto en el Altozano la agrupación de campanillero de la O, que dirige el maestro don Manuel del Valle Saavedra (ya sabemos algo más de este grupo musical). También informaba de que el día 26, a las diez de la noche en la caseta de la Comisión, se elegirá a Miss Triana 1935, “las aspirantes pasan de cuarenta...”. No fue en la caseta de la Comisión, sino en el patio del Colegio San Jacinto; más propio dada la edad de las misses. Y el reportero Gelán retrata el racimo de aspirantes. Caras bonitas y responsables, manos al cuadril mirando a la cámara; flequillos, caracolillos y volantes orgullosos. Cantera de guapura. 

El diario ABC del día 28 en su “Sevilla al día” nos informa de la Velá de este año: “Las fiestas trianeras, con motivo de la Velá de Santa Ana, han tenido ayer tarde extraordinarios alicientes que comenzaron con la elección de Miss Triana, para lo cual se reunieron en las escuelas de Pagés del Corro un grupo de criaturas concursantes para tal honor. Las concursantes fueron cincuenta, y después de una escrupulosa selección del jurado, quedaron limitadas a ocho las preferidas para la elección de Miss Triana. Nueva selección entre éstas para salir triunfante la preciosísima niña Amelia García Belmonte, sobrina del famoso torero. Otras que ganaron premios fueron Soledad Sevilla, María Avilés, Esperanza Arenas, Dolores Mediano, María del Rocío Astolfi y Ana Luna. Después hubo otros obsequios en número de veintiséis. Formaron el jurado, bajo la presidencia del señor Mensaque Arana, los concejales señores Fernández Palomino, Romero Llorente, Blanco y López Grosso. 

“A las seis de la tarde tuvo lugar la carrera de patinetes por la calle Betis hasta dar la vuelta al Altozano. Tomaron parte muchísimas criaturas y resultaron vencedores José Miró, Marina Bonilla y Francisco Castro. La travesía a nado de puente a puente resultó muy animada, ganando el premio de los libres el nadador conocido por Polo (el héroe de la chiquillería). Hubo luego, a las seis y media de la tarde, la pesca del pato, festejo que dio motivo a regocijantes escenas, como igualmente las cucañas, que divirtieron a la inmensa concurrencia”. Refiere ABC los fuegos artificiales, el partido de water-polo y la gran animación por el anuncio de la procesión de Santa Ana, señalando el itinerario: “Vázquez de Leca, Rodrigo de Triana, Luca de Tena, Pagés del Corro, Gonzalo Segovia, Betis, Altozano, Pureza a la iglesia de Santa Ana. El orden de la procesión es la siguiente: banda de cornetas y tambores, autorizados por el general Villa-Abrille, jefe de la Segunda División; representaciones con estandarte y varas de las hermandades de la Virgen del Carmen, del Puente; Divina Pastora, de la Virgen del Rocío, Cristo de las Aguas, Virgen de la Estrella, de la O, de la Esperanza y del Cristo de la Expiración y numerosos hermanos con cirios. Además acompañarán a la Señora Santa Ana, los campanilleros de la O. La Banda Municipal cerrará la procesión tocando escogidas composiciones”. 

Simplicísimo, con su estilo proverbial destaca la felicitación de todo el Ayuntamiento al señor Mensaque Arana “por la admirable organización de la velada de su barrio que, desde el punto de vista afectivo, es el de todos nosotros”. Y remata: “Y en el cual, por cierto, las fiestas continuaron su plácido y movido transcurso, sin que el vertiginoso pugilato de los patinetes acarrease víctima alguna del tránsito raudo y rodante”.  
 
Y tenemos la suerte de saber la historia del “vertiginoso pugilato” de la carrera de patinetes. Nada menos que el testimonio de la subcampeona; sí, fue una niña, Marina Bonilla, la única que se atrevió a enfrentarse a un nutrido grupo de aguerridos carreristas con sus supersónicas plataformas rodantes. La entrevistamos en julio de 2001 para Triana Universal... “Fui la segunda en la del año 1935; yo era muy chiquitúa pero tenía mucha fuerza, y cuando los chiquillos del barrio se enteraron de que yo participaba fue un entusiasmo general. Partía la carrera del Puesto de las Flores en dirección a la calle Betis y se regresaba por Pureza al mismo sitio que era la meta. El primero, el ganador de aquella ocasión, fue un chiquito mayor que yo, Pepito Miró, con un patinete de lujo que le había compuesto Ceballos, el carpintero de la calle Pureza; el mío estaba hecho por mí, y no te puedes hacer una idea lo que me costó terminarlo. Tenía que ver aquella carrera con los chiquillos de media Triana jugándose el honor de su calle con un trasto hecho con sus manos en los mismo patios de los corrales (la mayoría se quedaban en el camino deshechos, sin ruedas de cojinetes o sin manillar). Cuando acabó la carrera llevé detrás hasta mi casa un séquito de amiguillos y admiradores que no dejaban de vitorearme. Mi madre me hizo salir al balcón a saludar a todos aquellos entusiastas, como si fuera Belmonte. Eran unos tiempos increíbles...”.

Marina Bonilla fue una niña excepcional en esta Triana de pueblo, una heroína entre la camarilla de su edad, y, después, la ciclista más destacada de Sevilla.  En aquella ocasión la admirada e inolvidable Marina, artesana de abanicos primorosos, mantenedora de la tienda familiar de la calle San Jacinto, poeta y letrista sentida y profunda, rememoró otros detalles de sus Velás de niña... “Mi madre nunca me dejó que me acercara al río; de hecho no sé nadar, pero me iba a la calle Betis a ver cómo levantaban los palos para el alumbrado y las banderas, y eso era una alegría tremenda para los niños, todos locos de contento. La Velá de Santa Ana era para los trianeros antiguos una cosa magnífica”.