lunes, 16 de noviembre de 2015

El Terremoto de Lisboa en Sevilla



Efectivamente, en Sevilla se hundieron unas 300 casas y causó daños en otras 5.000. A pesar de todo, parece ser que sólo causó nueve muertes en la Ciudad.

En el día de los Santos, dadas las diez, se empezaron a notar extraños movimientos en la tierra, y a los dos minutos fueron tan considerables, que juzgaron todos ser el último instante en que sería acabada esta gran ciudad, que experimentó por cerca de un cuarto de hora este trabajo. Los clamores, lamentos y movimientos a penitencia no se pueden explicar. Las ruinas acabaron a tres personas en distintos sitios; una de edad adulta, y dos en la infancia. Dicen hay más de este número, pero no se puede asegurar y ha de resultar de las diligencias que se están practicando.

Así figura la introducción de la crónica que figura en el Archivo Histórico Nacional de los acontecimiento acecidos en Sevilla con motivo del violento terremoto de 1755, denominado como “Terremoto de Lisboa” pues arrasó la capital portuguesa. El seísmo ocurrió hacia las diez de la mañana del primer día de Noviembre de 1755 la Tierra tembló en un punto del océano Atlántico frente al cabo de San Vicente.

Cuentan los cronistas de aquel tiempo que amaneció el día despejado y sereno, pero ya entrada la mañana la Ciudad se vio envuelta en una espesa niebla que no permitía ver los objetos ni a muy corta distancia. Disipó la niebla los rayos del sol, que apareció con un color tan encendido como las llamas de un volcán.

A las diez y algunos minutos se dejaron sentir las primeras oscilaciones acompañadas de grandes ruidos subterráneos con rumbo de la parte de Poniente, y como se repitieran los movimientos del suelo y los edificios comenzaran a resentirse interior y exteriormente, la gente se lanzó despavorida a las calles y plazas, dando constantes gritos de terror.

Los fieles cristianos, que en aquellos momentos se encontraban en la Catedral, asombrados al escuchar el estrépito que hacía sobre las bóvedas la caída del barandaje de piedra y el desplome de algunos sillares de la tribuna, salieron tan atropelladamente del templo, que algunas personas quedaron lesionadas, y un niño murió asfixiado en la misma puerta de San Miguel. La fantasía popular dijo ver a las Santas Patronas de la ciudad, Justa y Rufina, sosteniendo a la torre en el aire para que no sufriera. Desde entonces se las representa en la iconografía sevillana de esta manera.

Duraron, con cortos intervalos, las violentas sacudidas de este espantoso terremoto unos seis minutos, y según otros historiadores doce. Los desastres fueron extraordinarios y sin precedentes en la historia de este tipo de catástrofes.

Pasados los primeros momentos de terror y recobrados los ánimos, una vez terminados los espantosos efectos del fenómeno, el Cabildo eclesiástico, que se había congregado en la plaza de la Lonja, dispuso que allí mismo se dijese una misa rezada, a cuyo efecto se improvisó un altar junto a las cadenas que rodean al Archivo de Indias, mirando hacia el Este. Terminada la misa se entonó un Te Deum que se siguió cantando procesionalmente alrededor de aquel edificio.

En el mismo lugar donde se dijo la misa se erigió en memoria de aquel pavoroso suceso un monumento (existe aún) al que se le dio por nombre el “Triunfo” y cuyo coste ascendió a 61.881 reales de vellón.

En la mañana del día siguiente el Cabildo, canónigos y sacerdotes sacaron de la Catedral los vasos sagrados y los condujeron al Colegio de San Miguel, donde se establecieron todos los oficios con tanta estrechez como es de suponer. Quedó, pues, cerrada la Catedral y la Giralda sin uso, en tanto que se procedía a un minucioso reconocimiento de todo el edificio y al consiguiente reparo de todos los deterioros sufridos.

De la misma manera se llevó a cabo, con la mayor celeridad, el reconocimiento y reparación de los muchos edificios públicos y casas particulares que cayeron en ruina o sufrieron daños de gran consideración.

Entre los primeros estaba el templo del Salvador, que resultó cuarteado a pesar de su sólida construcción, y el de Santa Ana en Triana, que fue necesario cerrar porque amenazaba ruina. Las iglesias parroquiales de San Julián y de San Martín también fueron cerradas al culto.

La torre del convento de Santa Ana se desplomó sobre la iglesia, cuya armadura hundió, y mató a una mujer que se hallaba rezando. Se desplomó también la torre de la iglesia de la Trinidad.  Se hundieron las dos torres de San Juan de Dios, en la plaza del Salvador, y en la casa profesa de los Jesuitas se vino abajo la linterna que coronaba la cúpula de su templo. Finalmente, la iglesia parroquial de San Vicente fue la que más sufrió de todas las de Sevilla.

Sufrió daños la Alhondiga. Se arruinó completamente el cuerpo superior de la puerta de Triana. También la Torre del Oro sufrió tales desperfectos que se llegó a proponer que fuera derribada. La Cárcel Real quedó tan maltratada que se hizo necesario proceder con urgencia a su reparación, en vista de que se carecía de otro edificio adecuado donde alojar a los numerosos presos. En memoria del triste suceso se mandó colocar en su fachada la siguiente inscripción:

“Reinando en España nuestro católico monarca el Señor D. Fernando VI, y siendo asistente el Sr. D. Fernando Valdés de Quirós, y Procurador Mayor el señor Conde de Mejorada, Sevilla mandó reparar esta portada, por haberse quebrantado en el gran terremoto del día 1º de noviembre de 1.755, siendo diputado de esta obra el Sr. D. Martín Pérez Navarro y Vivién, veinticuatro de esta Ciudad”.

Afortunadamente, las desgracias personales que causó este espantoso terremoto no estuvieron en relación con los inmensos daños que ocasionó en los edificios públicos y casas particulares, muchas de las cuales quedaron convertidas en un montón de ruinas y escombros.

 Efectivamente, en Sevilla se hundieron unas 300 casas y causó daños en otras 5.000. A pesar de todo, parece ser que sólo causó nueve muertes en la Ciudad. La Giralda sufrió pocos daños, solamente la caída de algunos remates y adornos, pero las campanas tocaron solas con la fuerza del movimiento de tierra.

Este terremoto, que tuvo su epicentro a menos de 300 Km. de Lisboa, se produjo a las 9 horas y 40 minutos y se caracterizó por su gran duración, dividida en varias fases, y por su virulencia, causando la muerte entre 60.000 y 100.000 personas en la capital portuguesa. Varias fuentes coinciden en que fueron 90.000 los fallecidos.

El seísmo fue seguido por un inmenso maremoto y un incendio que causaron la casi destrucción total de Lisboa. Los geólogos estiman hoy que la intensidad sería de 9 en la escala de Richter.

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