La actuación de Espartero como Regente
fue desacertada, y su modo personalista de gobernar pronto acabó poniendo a
todo el mundo en su contra, manifestándose en todo el país una gran hostilidad
hacia esa dictadura personal. La destitución de Joaquín Mª López como Presidente del
Consejo de Ministros provocó la disolución de las Cortes en mayo de 1843,
uniendo a progresistas disidentes y moderados.
En Sevilla, la noche del 11 de junio, un
grupo de ciudadanos desarmados vitoreando a la Constitución, a Isabel II y a
las libertades fueron masacrados por la caballería del Regimiento de la
Constitución. Estos acontecimientos irritaron aún más los ánimos del pueblo y
sus representantes que, indignados contra sus opresores, aclamaban secundar en
la ciudad el movimiento que en Málaga y en algún otro punto de la nación se
había realizado en contra del Regente.
El Ayuntamiento trató de tomar medidas
para restituir la calma en la población, evitando un choque con la tropa de
guarnición. Sin embargo viendo la tenacidad de la autoridad militar, el 18 de junio se
reunió el Ayuntamiento en cabildo extraordinario jurando morir en su puesto
“ó arrojar a los satélites de un gobierno, el mas injusto y opresor”. Se nombró una
Comisión Mixta de personas de todas las autoridades políticas, judiciales y
eclesiásticas para comunicar al Capitán General que era el momento en el que
Sevilla se sacudía del yugo del opresor, creando una Junta Interina o Provisional
de Gobierno.
Ante la salida de la guarnición de la
ciudad, se ocupó el Ayuntamiento de preparar la defensa de la misma en el caso
de ser atacada. Se comenzó a hacer obras
de fortificación, acopio de armamento y
municiones, la creación de dos batallones francos y el aumento de la Milicia
Nacional, así como un hospital de campaña en San Telmo, en definitiva, todo lo que podía contribuir a la defensa de
la ciudad.
El día 5 de julio, Van Halen llegó a
Alcalá de Guadaíra con sus divisiones de caballería. El 18 de julio atacó
Sevilla, cuyo fuego fue sostenido por el brigadier Francisco de Moriones en la
Cruz del Campo con 200 hombres de infantería y 100 carabineros montados.
Asimismo, la compañía de tiradores, al mando de José Mª González, se ocupó de
la defensa de los puntos fortificados de la fábrica de artillería y almacenes
colindantes. Durante los días siguientes continuó el fuego,
lanzando contra la ciudad bombas y balas
rasas, al que contestaba la artillería sevillana. Al tiempo, el batallón 4º de
la Milicia Nacional presentó frente al enemigo por el exterior.
El día 23 llegó Espartero frente a
Sevilla con su división, compuesta de 17
batallones, 9 escuadrones, 6 cañones de á 24 y 16 morteros. Tras un fallido
intento de persuadir a la población a la rendición, el día 24 rompió fuego
desde las cinco de la mañana hasta bien entrada la noche, atacando por varios
puntos con artillería de grueso calibre.
Tras otros ataques los días consecutivos,
el Ministerio de la Guerra envió el día 27 un comunicado al duque de la Victoria previniéndole que en el caso de
seguir las hostilidades contra Sevilla quedaría declarado traidor de la patria
y privado de todos sus honores, siendo “entregado a la execración pública de
los españoles”.
Paralelamente es enviada una división
como refuerzo hacia Andalucía. Al día siguiente, el duque de la Victoria
abandonaba precipitadamente el cerco de Sevilla, huyendo a El Puerto de Santa
María perseguido a corta distancia por el general de la Concha, embarcando
posteriormente en un buque ingles en el que se llevó consigo la caja del tesoro
público y a algunos de sus ministros.
Ese mismo día 28, el Gobierno Provisional
de Sevilla daba cuenta al Ministro de la Gobernación de las grandes pérdidas
ocasionadas en la ciudad, en la que las calles “
están sembradas de escombros”, y muchas
casas y no pocos edificios destruidos. No en vano, durante el asedio cayeron en
Sevilla más de 606 bombas y 900 balas rasas por toda la zona este de la Puerta
de la Carne, Osario y la Calzada, siendo el barrio más dañado el de San Bernardo,
causando grandes destrozos así como multitud de muertos y heridos. Testimonio
de estos hechos es la granada incrustada en el muro de la casa situada en la
esquina de la calle Mosqueta con San Esteban, en la Puerta de la Carne, que aún
se puede ver. Asimismo, en la azotea de la Universidad, antigua Fábrica de
Tabacos, existe una pequeña lápida ubicada en el lugar en el que “cayó y
reventó una bomba a las doce del día 22 de julio”.
El 2 de agosto, el Gobierno de la Nación,
en recompensa de la heroica defensa de Sevilla, concedió a la ciudad en nombre
de Isabel II el título de INVICTA, colocándose sobre sus armas una corona de
laurel, “emblema de la que se han adquirido sus bravos defensores”.
Como en tantos episodios bélicos, Sevilla
también tuvo sus héroes, y en este caso fue una mujer la que más destacó. Se
llamaba Josefa Rodríguez y que fue apodada Pepa
“la Bizarra”, una mujer muy valiente, injustamente olvidada, que ni
siquiera tiene su nombre en una calle de Sevilla para que sea recordada.
Esta buena mujer, bajo un sol sofocante
propio del mes de julio en Sevilla, con absoluto desprecio de su vida, tuvo el
valor de pasar por medio del fuego cruzado entre las tropas asaltantes y los
sitiados, para llevar cántaros de agua a los defensores de Sevilla.
Este hecho heroico quedó bien reflejado
en el informe que el Capitán General don Francisco de Paula Figueras envió el
21 de julio a la Junta de Resistencia, donde describía los pormenores del acto
heroico, publicado en la revista Archivo Hispalense, y que textualmente dice:
“…para momentos menos ocupados será la
relación de los hechos bizarros de este día, pero hay uno cuya singularidad
merece desde luego lo ponga en noticia de V. E. , Josefa Rodríguez, de esta
vecindad, voluntariamente, sin la menor excitación ni esperanzas de recompensas
ha empleado el día, en medio del fuego más horroroso, en llevar y dar de beber
agua continuamente a los artilleros de La Luneta de la Puerta Osario, con el
calor extremado del día y la excesiva fatiga no hubieran podido sin aquel
auxilio desempeñar su deber…”
Pero lo más inaudito e incomprensible es
que una de las plazas más importantes y céntricas de Sevilla lleva el nombre de
quien mandó bombardear Sevilla aquellos días
trágicos y que causó la muerte a tantos inocentes: Plaza del Duque de la
Victoria, que como ya sabemos era el General Baldomero Espartero.
Afortunadamente todos los sevillanos la
conocemos simplemente por plaza del Duque, pero el rótulo completo está allí
bien plantado. Ironías de la Historia o, tal vez, profundo y absoluto
desconocimiento de la Historia.
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