lunes, 30 de marzo de 2015

La Semana Santa de 1867



Traemos hoy a la crónica de Sevilla como fue la Semana Santa de 1867. Todo el sabor del siglo XIX.

El 29 de marzo continuaban con gran actividad los preparativos para dar toda la pompa y esplendor a las hermandades que habrían de verificar su salida en la inminente Semana Santa.
En este año se había acordado efectuar la salida del Santo Entierro gracias a la subvención que ofrecía la Comisión de Casos Especiales del Ayuntamiento. Se sabía que ya se habían distribuido los trajes, para llevar a cabo con el mayor lucimiento la salida de dicha cofradía, entre los regidores del Ayuntamiento, y que Basilio Camino (dueño de los almacenes Camino) había costeado un precioso manto a la Virgen de Villaviciosa.
Esta Hermandad, que verificaría su salida desde la parroquia de San Juan de la Palma, iba a ser acompañada por todas las autoridades civiles y militares de Sevilla con trajes de duelo.

El Domingo de Ramos, día 14 de abril, se iniciaba un año más la Semana Santa en Sevilla. Las cofradías que habían anunciado que harían estación de penitencia en la Sagrada Iglesia Catedral serían las que se describen a continuación, aunque todavía era posible que esta nómina fuese aumentada, porque las hermandades no comprendidas en esta relación podían decidir su salida antes del Martes Santo:

DOMINGO DE RAMOS

Santo Cristo de la Fundación y María Stma. de los Angeles, de su capilla en el barrio de San Roque.   
A fuerza de muchos sacrificios y a costa de penosos afanes, se presentaba de nuevo esta hermandad a la veneración pública, pues ya llevaba algunos años sin poder efectuar su salida.

En un monte figurando el Gólgota aparecía crucificado Jesucristo, la Virgen María, el Apóstol San Juan y María Magdalena. En el año 1.849 por no poder comprar la hermandad un manto para la Virgen, se decidió que solamente saliese un paso con las imágenes indicadas anteriormente.
Santo Cristo del Silencio, desprecio de Herodes y Ntra. Sra. de la Amargura, de la parroquia de San Juan Bautista (vulgo, de la Palma). Las túnicas de los nazarenos que precedían al primer paso eran de color blanco, y negras las de los que acompañaban al segundo paso.

MIÉRCOLES SANTO

Santo Cristo de la Columna y Azotes, y Madre de Dios de la Victoria, de la iglesia de los Terceros. Los hermanos pertenecientes a esta cofradía pertenecían a una clase honrada de artesanos.
Santo Cristo de las Siete Palabras y María Stma. de los Remedios, de la iglesia de Nuestra Señora del Carmen. Los penitentes estrenaban este año túnicas blancas y encarnadas en memoria de la Preciosa Sangre derramada por el Salvador en su Pasión. La virgen de la Cabeza estrenaba este año nuevo manto de terciopelo.

JUEVES SANTO

Sagrada Oración de Ntro. Señor Jesucristo en el Huerto y María Stma. del Rosario en sus Misterios Dolorosos, de la iglesia de Monte Sión. Los nazarenos de esta hermandad vestían túnicas blancas y mantos negros de lana.
Nuestro Padre Jesús de la Pasión y Nuestra Sra. de la Merced, de la parroquia de San Miguel. Los nazarenos estrenaban este año túnicas blancas con antifaz morado. Se aseguraba que llamaría la atención dos nuevos estrenos, el magnífico y costoso palio de tisú y oro para el paso de la Virgen, así como los candelabros de cola en los cuales figuraban dos frondosos árboles, obra que había sido ejecuta y donada por su cofrade Joaquín Díaz. 

VIERNES SANTO DE MADRUGADA

Jesús Nazareno, Santa Cruz en Jerusalén y María Santísima de la Concepción, de la iglesia de San Antonio Abad. Esta cofradía, que fue la primera que juró defender la pureza de Nuestra Señora, se distinguía por la rígida observancia de sus reglas y por el piadoso recogimiento de sus nazarenos.
Nuestro Padre Jesús del Gran Poder y María Santísima del Mayor Dolor y Traspaso, de la parroquia de San Lorenzo. Se distinguía también esta cofradía por el orden y devoción de sus hermanos.
Sentencia de Cristo y María Santísima de la Esperanza, de la parroquia de San Gil. Acompañaría a esta lujosa cofradía una numerosa escolta de milicia romana, ricamente vestida, con su correspondiente banda de música con uniforme análogo.
Nuestro Padre Jesús Nazareno y Nuestra Señora de la O, del barrio de Triana. Los nazarenos que acompañaban al Santo Cristo vestirían este año nuevas túnicas blancas y moradas, y negras los que iban con la Virgen.

VIERNES SANTO POR LA TARDE

Sagrada Expiración de Cristo y Nuestra Señora del Patrocinio, del barrio de Triana. Unos nazarenos llevaban túnicas blancas y moradas, y otros de color negro.
Santísimo Cristo de la Salud y Nuestra Señora en el Sagrado Misterio de sus Tres Necesidades, de la capilla de la Carretería. Los nazarenos usaban túnicas blancas y capas negras.
Santo Cristo de la Conversión del Buen Ladrón y María Santísima de Monserrate (sic), de la parroquia de Santa María Magdalena. Una numerosa banda de música ataviada a la romana precedía a la centuria, que con nuevos y lujosos vestidos custodiaba el segundo paso, representándose la Fe y la mujer Verónica por jóvenes con preciosos trajes.
Sagrada Mortaja de Nuestro Señor Jesucristo y María Santísima de la Piedad, de la parroquia de Santa Marina. El doloroso aspecto de las imágenes y lo fúnebre del cortejo, producía en el ánimo una profunda melancolía. Todos los nazarenos estrenarían túnicas nuevas.
Santo Entierro de Nuestro Señor Jesucristo y María Santísima de Villaviciosa, de la parroquia de Santa María Magdalena.
Al compás de ecos tristes y tambores enlutados abría el paso de esta hermandad un piquete de la Guardia Civil, seguido de una escolta de romanos a caballo, armados de peto, espaldar, casco, manopla, espada y lanza. En el paso de la Virgen todas las imágenes estrenaban preciosos trajes de terciopelo y resplandecientes diademas.
El señor arzobispo de la capital de Méjico que había llegado recientemente a Sevilla, después del triunfo de las tropas revolucionarias y el fusilamiento del emperador Maximiliano I, era quien cerraba el lucido duelo de esta antigua hermandad. 
Nuestra Señora de la Soledad, de la parroquia de San Miguel. Esta cofradía, cuyos cultos tuvieron una ostentación extraordinaria, había redoblado sus esfuerzos para mantener su antiguo lustre.
Hacía tiempo que Sevilla no veía esta festividad, de gran arraigo y tradición, con tanta brillantez y lucimiento, comentándose por todas partes que esta celebración religiosa era única en todo el universo. Resultaba sorprendente ver como se hallaban los balcones de la carrera oficial, ocupados por elegantes damas, entre las que se podían ver a muchas extranjeras.
No menos suntuosas habían sido las ceremonias religiosas celebradas en la Catedral, bajo cuyas góticas bóvedas se habían escuchado con enorme placer los acordes del “Miserere”, obra sublime del maestro Hilarión Eslava (Burlada (Navarra) -, 1.807 – Madrid, 1.878), cuyos cantos se habían hecho tan populares.

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