sábado, 14 de marzo de 2015

Domingo de Pasión por Triana en 1930




Tomemos el tranvía para desplazarnos a San Jacinto. Como estamos al sitio de la puerta Carmona lo mismo nos da subir a la línea 1 que a la 2, pues ambas recorren la circunvalación en sentido contrario una de la otra. Y ambas nos dejan en la Plaza Nueva, desde entonces, tras llegar a la Puerta de Triana por la calle Zaragoza, enfilando la de Reyes Católicos, atravesaremos el puente. Pero he aquí que al llegar al Altozano nos sorprenden diversos balcones engalanados y colgados de colchas y mantones bordados. También los de las calles San Jorge y Pureza, pero no los de la calle San Jacinto. 

Una riada de trianeros fluía desde Callao hasta Pureza. Iban como ilusionados y presurosos  sin disimular su alegría. Nos dirigimos hacia la vieja calle Larga y al doblar el ángulo que forma entre Fabié y Rocío, descubrimos a lo lejos cruz de guía, faroles y ciriales entre una abigarrada muchedumbre. La Hermandad del Patrocinio trasladaba procesionalmente sus amantísimas imágenes titulares desde la parroquia de Santa Ana, donde habían recibido los cultos que prescriben sus Reglas, hasta su capilla propia del Patrocinio, sita allá en un descampado próximo al final de la calle Castilla. 

Era el sábado 8 de marzo, alrededor de las diez de la noche. Acompañamos a la impresionante imagen del Cristo del Cachorro, que expiraba acostado sobre la cruz que portaban los hermanos sobre sus hombros, como todo un Dios sobre su lecho de muerte de Hombre. Y a esa niña inocente, purísima, virginal, más celestial que terrenal, que era la antigua Señora del Patrocinio. La acompañamos hasta el Callejón de la Inquisición. De allí nos volvimos, porque toda Castilla era un denso mar humano. Y cerrada ya, por lo avanzado de la noche, la iglesia de San Jacinto, renunciamos ver a la Esperanza y, tras cruzar el puente, de regreso, seguimos por la orilla del río. 

Pese a que, marzo todavía, hacía fresco y caía húmedo relente, no deambulábamos solos. Que siempre el sevillano ha gustado de pasear a la orilla de su río –cuando no se desmadraba e irrumpía de súbito en las casas bajas– , desde que Lope de Vega citara el Arenal como una maravilla, hasta la Sevilla romántica, peripatética entre el palacio de los Montpensier, la torre del Oro, los jardines de la Caridad, la Plaza de los Toros de Carmen la cigarrera y campo de Marte hasta la Barqueta. En los nuevos Jardines de Cristina, junto al fastuoso Hotel Alfonso XIII, hace no más que unos meses inaugurado, nos detuvimos a escuchar la recién fundada Banda Municipal de Sevilla, cuyo primer director era el maestro Font Fernández de la Herrán, y su hijo, Manuel Font de Anta, andaba afanado en componer un poema sinfónico que quería titular “Amarguras”.

Todavía no se había descubierto el pregonar la Semana Santa desde el Teatro San Fernando, pero no por ello el Domingo de Pasión, previo al de Ramos, dejaba de ser señaladísima fecha sevillana.

Julio Martínez Velasco

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