Traemos
hoy a la crónica de Sevilla como fue la Semana Santa de 1867. Todo el sabor del
siglo XIX.
El 29 de marzo continuaban con gran
actividad los preparativos para dar toda la pompa y esplendor a las hermandades
que habrían de verificar su salida en la inminente Semana Santa.
En este año se había acordado efectuar la
salida del Santo Entierro gracias a la subvención que ofrecía la Comisión de
Casos Especiales del Ayuntamiento. Se sabía que ya se habían distribuido los
trajes, para llevar a cabo con el mayor lucimiento la salida de dicha cofradía,
entre los regidores del Ayuntamiento, y que Basilio Camino (dueño de los
almacenes Camino) había costeado un precioso manto a la Virgen de Villaviciosa.
Esta Hermandad, que verificaría su salida
desde la parroquia de San Juan de la Palma, iba a ser acompañada por todas las
autoridades civiles y militares de Sevilla con trajes de duelo.
El Domingo de Ramos, día 14 de abril, se
iniciaba un año más la Semana Santa en Sevilla. Las cofradías que habían
anunciado que harían estación de penitencia en la Sagrada Iglesia Catedral
serían las que se describen a continuación, aunque todavía era posible que esta
nómina fuese aumentada, porque las hermandades no comprendidas en esta relación
podían decidir su salida antes del Martes Santo:
DOMINGO DE RAMOS
Santo Cristo de la Fundación y María
Stma. de los Angeles, de su capilla en el barrio de San Roque.
A fuerza de muchos sacrificios y a costa
de penosos afanes, se presentaba de nuevo esta hermandad a la veneración
pública, pues ya llevaba algunos años sin poder efectuar su salida.
En un monte figurando el Gólgota aparecía
crucificado Jesucristo, la Virgen María, el Apóstol San Juan y María Magdalena.
En el año 1.849 por no poder comprar la hermandad un manto para la Virgen, se
decidió que solamente saliese un paso con las imágenes indicadas anteriormente.
Santo Cristo del Silencio, desprecio de
Herodes y Ntra. Sra. de la Amargura, de la parroquia de San Juan Bautista
(vulgo, de la Palma). Las túnicas de los nazarenos que precedían al primer paso
eran de color blanco, y negras las de los que acompañaban al segundo paso.
MIÉRCOLES SANTO
Santo Cristo de la Columna y Azotes, y
Madre de Dios de la Victoria, de la iglesia de los Terceros. Los hermanos
pertenecientes a esta cofradía pertenecían a una clase honrada de artesanos.
Santo Cristo de las Siete Palabras y
María Stma. de los Remedios, de la iglesia de Nuestra Señora del Carmen. Los
penitentes estrenaban este año túnicas blancas y encarnadas en memoria de la
Preciosa Sangre derramada por el Salvador en su Pasión. La virgen de la Cabeza
estrenaba este año nuevo manto de terciopelo.
JUEVES SANTO
Sagrada Oración de Ntro. Señor Jesucristo
en el Huerto y María Stma. del Rosario en sus Misterios Dolorosos, de la
iglesia de Monte Sión. Los nazarenos de esta hermandad vestían túnicas blancas
y mantos negros de lana.
Nuestro Padre Jesús de la Pasión y
Nuestra Sra. de la Merced, de la parroquia de San Miguel. Los nazarenos
estrenaban este año túnicas blancas con antifaz morado. Se aseguraba que
llamaría la atención dos nuevos estrenos, el magnífico y costoso palio de tisú
y oro para el paso de la Virgen, así como los candelabros de cola en los cuales
figuraban dos frondosos árboles, obra que había sido ejecuta y donada por su
cofrade Joaquín Díaz.
VIERNES SANTO DE MADRUGADA
Jesús Nazareno, Santa Cruz en Jerusalén y
María Santísima de la Concepción, de la iglesia de San Antonio Abad. Esta
cofradía, que fue la primera que juró defender la pureza de Nuestra Señora, se
distinguía por la rígida observancia de sus reglas y por el piadoso
recogimiento de sus nazarenos.
Nuestro Padre Jesús del Gran Poder y
María Santísima del Mayor Dolor y Traspaso, de la parroquia de San Lorenzo. Se
distinguía también esta cofradía por el orden y devoción de sus hermanos.
Sentencia de Cristo y María Santísima de
la Esperanza, de la parroquia de San Gil. Acompañaría a esta lujosa cofradía
una numerosa escolta de milicia romana, ricamente vestida, con su
correspondiente banda de música con uniforme análogo.
Nuestro Padre Jesús Nazareno y Nuestra
Señora de la O, del barrio de Triana. Los nazarenos que acompañaban al Santo
Cristo vestirían este año nuevas túnicas blancas y moradas, y negras los que
iban con la Virgen.
VIERNES SANTO POR LA TARDE
Sagrada Expiración de Cristo y Nuestra
Señora del Patrocinio, del barrio de Triana. Unos nazarenos llevaban túnicas
blancas y moradas, y otros de color negro.
Santísimo Cristo de la Salud y Nuestra
Señora en el Sagrado Misterio de sus Tres Necesidades, de la capilla de la
Carretería. Los nazarenos usaban túnicas blancas y capas negras.
Santo Cristo de la Conversión del Buen
Ladrón y María Santísima de Monserrate (sic), de la parroquia de Santa María
Magdalena. Una numerosa banda de música ataviada a la romana precedía a la
centuria, que con nuevos y lujosos vestidos custodiaba el segundo paso,
representándose la Fe y la mujer Verónica por jóvenes con preciosos trajes.
Sagrada Mortaja de Nuestro Señor
Jesucristo y María Santísima de la Piedad, de la parroquia de Santa Marina. El
doloroso aspecto de las imágenes y lo fúnebre del cortejo, producía en el ánimo
una profunda melancolía. Todos los nazarenos estrenarían túnicas nuevas.
Santo Entierro de Nuestro Señor
Jesucristo y María Santísima de Villaviciosa, de la parroquia de Santa María
Magdalena.
Al compás de ecos tristes y tambores
enlutados abría el paso de esta hermandad un piquete de la Guardia Civil,
seguido de una escolta de romanos a caballo, armados de peto, espaldar, casco,
manopla, espada y lanza. En el paso de la Virgen todas las imágenes estrenaban
preciosos trajes de terciopelo y resplandecientes diademas.
El señor arzobispo de la capital de
Méjico que había llegado recientemente a Sevilla, después del triunfo de las
tropas revolucionarias y el fusilamiento del emperador Maximiliano I, era quien
cerraba el lucido duelo de esta antigua hermandad.
Nuestra Señora de la Soledad, de la
parroquia de San Miguel. Esta cofradía, cuyos cultos tuvieron una ostentación
extraordinaria, había redoblado sus esfuerzos para mantener su antiguo lustre.
Hacía tiempo que Sevilla no veía esta
festividad, de gran arraigo y tradición, con tanta brillantez y lucimiento,
comentándose por todas partes que esta celebración religiosa era única en todo
el universo. Resultaba sorprendente ver como se hallaban los balcones de la
carrera oficial, ocupados por elegantes damas, entre las que se podían ver a
muchas extranjeras.
No menos suntuosas habían sido las
ceremonias religiosas celebradas en la Catedral, bajo cuyas góticas bóvedas se
habían escuchado con enorme placer los acordes del “Miserere”, obra sublime del
maestro Hilarión Eslava (Burlada (Navarra) -, 1.807 – Madrid, 1.878), cuyos
cantos se habían hecho tan populares.