Efectivamente, en Sevilla se hundieron
unas 300 casas y causó daños en otras 5.000. A pesar de todo, parece ser que
sólo causó nueve muertes en la Ciudad.
En el día de los Santos, dadas las diez,
se empezaron a notar extraños movimientos en la tierra, y a los dos minutos
fueron tan considerables, que juzgaron todos ser el último instante en que
sería acabada esta gran ciudad, que experimentó por cerca de un cuarto de hora
este trabajo. Los clamores, lamentos y movimientos a penitencia no se pueden
explicar. Las ruinas acabaron a tres personas en distintos sitios; una de edad
adulta, y dos en la infancia. Dicen hay más de este número, pero no se puede
asegurar y ha de resultar de las diligencias que se están practicando.
Así figura la introducción de la crónica
que figura en el Archivo Histórico Nacional de los acontecimiento acecidos en
Sevilla con motivo del violento terremoto de 1755, denominado como “Terremoto
de Lisboa” pues arrasó la capital portuguesa. El seísmo ocurrió hacia las diez de la
mañana del primer día de Noviembre de 1755 la Tierra tembló en un punto del
océano Atlántico frente al cabo de San Vicente.
Cuentan los cronistas de aquel tiempo que
amaneció el día despejado y sereno, pero ya entrada la mañana la Ciudad se vio
envuelta en una espesa niebla que no permitía ver los objetos ni a muy corta
distancia. Disipó la niebla los rayos del sol, que apareció con un color tan
encendido como las llamas de un volcán.
A las diez y algunos minutos se dejaron
sentir las primeras oscilaciones acompañadas de grandes ruidos subterráneos con
rumbo de la parte de Poniente, y como se repitieran los movimientos del suelo y
los edificios comenzaran a resentirse interior y exteriormente, la gente se
lanzó despavorida a las calles y plazas, dando constantes gritos de terror.
Los fieles cristianos, que en aquellos
momentos se encontraban en la Catedral, asombrados al escuchar el estrépito que
hacía sobre las bóvedas la caída del barandaje de piedra y el desplome de
algunos sillares de la tribuna, salieron tan atropelladamente del templo, que
algunas personas quedaron lesionadas, y un niño murió asfixiado en la misma
puerta de San Miguel. La fantasía popular dijo ver a las Santas Patronas de la
ciudad, Justa y Rufina, sosteniendo a la torre en el aire para que no sufriera.
Desde entonces se las representa en la iconografía sevillana de esta manera.
Duraron, con cortos intervalos, las violentas
sacudidas de este espantoso terremoto unos seis minutos, y según otros
historiadores doce. Los desastres fueron extraordinarios y sin precedentes en
la historia de este tipo de catástrofes.
Pasados los primeros momentos de terror y
recobrados los ánimos, una vez terminados los espantosos efectos del fenómeno,
el Cabildo eclesiástico, que se había congregado en la plaza de la Lonja,
dispuso que allí mismo se dijese una misa rezada, a cuyo efecto se improvisó un
altar junto a las cadenas que rodean al Archivo de Indias, mirando hacia el
Este. Terminada la misa se entonó un Te Deum que se siguió cantando
procesionalmente alrededor de aquel edificio.
En el mismo lugar donde se dijo la misa
se erigió en memoria de aquel pavoroso suceso un monumento (existe aún) al que
se le dio por nombre el “Triunfo” y cuyo coste ascendió a 61.881 reales de
vellón.
En la mañana del día siguiente el
Cabildo, canónigos y sacerdotes sacaron de la Catedral los vasos sagrados y los
condujeron al Colegio de San Miguel, donde se establecieron todos los oficios
con tanta estrechez como es de suponer. Quedó, pues, cerrada la Catedral y la
Giralda sin uso, en tanto que se procedía a un minucioso reconocimiento de todo
el edificio y al consiguiente reparo de todos los deterioros sufridos.
De la misma manera se llevó a cabo, con
la mayor celeridad, el reconocimiento y reparación de los muchos edificios
públicos y casas particulares que cayeron en ruina o sufrieron daños de gran
consideración.
Entre los primeros estaba el templo del
Salvador, que resultó cuarteado a pesar de su sólida construcción, y el de
Santa Ana en Triana, que fue necesario cerrar porque amenazaba ruina. Las
iglesias parroquiales de San Julián y de San Martín también fueron cerradas al
culto.
La torre del convento de Santa Ana se
desplomó sobre la iglesia, cuya armadura hundió, y mató a una mujer que se
hallaba rezando. Se desplomó también la torre de la iglesia de la
Trinidad. Se hundieron las dos torres de
San Juan de Dios, en la plaza del Salvador, y en la casa profesa de los
Jesuitas se vino abajo la linterna que coronaba la cúpula de su templo.
Finalmente, la iglesia parroquial de San Vicente fue la que más sufrió de todas
las de Sevilla.
Sufrió daños la Alhondiga. Se arruinó
completamente el cuerpo superior de la puerta de Triana. También la Torre del
Oro sufrió tales desperfectos que se llegó a proponer que fuera derribada. La
Cárcel Real quedó tan maltratada que se hizo necesario proceder con urgencia a
su reparación, en vista de que se carecía de otro edificio adecuado donde
alojar a los numerosos presos. En memoria del triste suceso se mandó colocar en
su fachada la siguiente inscripción:
“Reinando en España nuestro católico
monarca el Señor D. Fernando VI, y siendo asistente el Sr. D. Fernando Valdés
de Quirós, y Procurador Mayor el señor Conde de Mejorada, Sevilla mandó reparar
esta portada, por haberse quebrantado en el gran terremoto del día 1º de
noviembre de 1.755, siendo diputado de esta obra el Sr. D. Martín Pérez Navarro
y Vivién, veinticuatro de esta Ciudad”.
Afortunadamente, las desgracias
personales que causó este espantoso terremoto no estuvieron en relación con los
inmensos daños que ocasionó en los edificios públicos y casas particulares,
muchas de las cuales quedaron convertidas en un montón de ruinas y escombros.
Efectivamente, en Sevilla se hundieron
unas 300 casas y causó daños en otras 5.000. A pesar de todo, parece ser que
sólo causó nueve muertes en la Ciudad. La Giralda sufrió pocos daños, solamente
la caída de algunos remates y adornos, pero las campanas tocaron solas con la
fuerza del movimiento de tierra.
Este terremoto, que tuvo su epicentro a
menos de 300 Km. de Lisboa, se produjo a las 9 horas y 40 minutos y se
caracterizó por su gran duración, dividida en varias fases, y por su
virulencia, causando la muerte entre 60.000 y 100.000 personas en la capital
portuguesa. Varias fuentes coinciden en que fueron 90.000 los fallecidos.
El seísmo fue seguido por un inmenso
maremoto y un incendio que causaron la casi destrucción total de Lisboa. Los
geólogos estiman hoy que la intensidad sería de 9 en la escala de Richter.