martes, 14 de octubre de 2014

Visita a Sevilla de la Emperatriz Eugenia de Montijo octubre 1863



En los primeros días de octubre de 1863, procedente de Granada, visitaba Sevilla la emperatriz de los franceses doña Eugenia de Montijo. Se había hospedado con todo su séquito, compuesto por 27 personas, en el hotel de Londres situado en la Plaza Nueva.

Al día siguiente de su llegada visitaba la Catedral y otros lugares turísticos de interés, siendo saludada con afecto por los ciudadanos durante todo el recorrido que realizó, respondiendo la ilustre dama con su proverbial simpatía. Por la noche, en uno de los salones de la casa de la marquesa viuda del marqués de La Motilla, se le ofreció “un jaleo andaluz”, al que asistió su Majestad Imperial y toda su comitiva. Al día siguiente, la emperatriz de los franceses, verificó una gira campestre a los campos de Tablada, donde tuvo lugar en su honor el acoso y derribo de reses bravas.

El 10 de octubre, a las siete de la mañana, la emperatriz verificaba su salida de Sevilla en el vapor mercante “San Telmo”, que tomó rumbo al coto llamado Doñana, al que doña Eugenia había sido invitada gentilmente por el duque de Villafranca, para asistir a una montería y desde donde marcharía después con rumbo a Cádiz.

Todas las autoridades, tanto civiles como militares, se hallaban en el muelle para despedir al ilustre huésped, cuya estancia había sido corta, pero la bella andaluza se llevaba todas las simpatías por la afabilidad con que había tratado a las personas que tuvieron la oportunidad de conocerle.

María Eugenia de Guzmán Palafox Portocarrero y Kirkpatrick, condesa de Teba y emperatriz de Francia, más conocida como Eugenia de Montijo, nació en (Granada el 5 de mayo de 1826. Hija de Cipriano Portocarrero y Palafox de Zúñiga y Guzmán, conde de Montijo y de María Manuela Enricjucta Kirkpatrick de Closeburn, de origen escocés, se educó en los mejores colegios de España, Inglaterra y Francia junto con su hermana mayor María Francisca de Sales, que llegaría a ser duquesa de Alba. Mujer de gran belleza y elegancia, frecuentó los ambientes más selectos de la alta sociedad madrileña y parisina, ya que su madre María Manuela ansiaba ventajosos matrimonios para sus hijas.

El abril de 1849, en una recepción en el Palacio del Elíseo conoció a Napoleón III, quien en ese momento era solo presidente de la República. Finalmente, el 29 de enero de 1853, ya proclamado emperador, Napoleón III contrajo matrimonio con Eugenia, convirtiéndose en emperatriz de Francia y en una de las mujeres con mayor relevancia de Europa. Eugenia era una mujer educada e inteligente y gracias a su belleza y elegancia, contribuyó de forma destacada al encanto que desprendía el régimen imperial. Su forma de vestir era alabada e imitada en toda Europa.

El 16 de marzo de 1856, dio a luz en París al príncipe imperial Eugenio Luis Napoleón Bonaparte. Tras el nacimiento de su único hijo, Eugenia no se limitó a tener una actitud pasiva como consorte del emperador, sino que intervino en asuntos públicos. Actuó como regente de su esposo durante las campañas de Italia en 1859, en la visita a Argelia de Napoleón III en 1865 y en los últimos momentos del II Imperio en 1870, durante la guerra franco-prusiana.

Influyó en el emperador en las cuestiones relacionadas con la independencia y liberación de los territorios italianos, ya que su ferviente catolicismo le llevó a defender las prerrogativas y poderes del Papa. Apoyó la intervención francesa en Méjico, desuñada a colocar al archiduque Maximiliano de Austria como emperador del país americano. El fracaso de esta invasión, que costó la vida a Maximiliano, supuso un duro golpe para el régimen imperial, así como la guerra frente a Prusia, que terminó con la derrota de Sedán, en la que Napoleón III sería apresado el 2 de septiembre de 1870 por las tropas prusianas, al mando de Otto von Bismark. El emperador fue depuesto por la III República dos días después.

A pesar de estos fracasos en política exterior, el II Imperio fue uno de los periodos de mayor crecimiento económico en Francia. Se produjo la modernización del país, con un gran desarrollo de las obras públicas, el urbanismo, la red ferroviaria y la industria. La emperatriz Eugenia, que no estuvo exenta de críticas por no tener sangre real, se convirtió en un referente en el mundo de la moda, y su estilo fue copiado por las clases burguesas que querían exhibir su poder económico, favoreciendo la industria textil francesa y creando la marca de París como capital del lujo.

A su vez, apoyó las investigaciones de Louis Pasteur que culminaron con la vacuna contra la rabia e impulsó la construcción del Canal de Suez por Fernando de Lesseps. Trató de mejorar la situación de la mujer, el acceso a los servicios públicos, la educación y la justicia social.

Tras la caída del emperador, el matrimonio se exilió en Inglaterra, donde ella continuó residiendo tras la muerte de su esposo en 1873 y siguió defendiendo el bonapartismo. Todavía tuvo Eugenia que pasar otro amargo trance, como fue la muerte de su hijo en 1879, con tan sólo veintitrés años, en una expedición inglesa contra los zulúes.

En una visita a sus familiares en el madrileño Palacio de Liria, murió a los noventa y cuatro años un 11 de julio de 1920. La emperatriz fue enterrada junto a su esposo e hijo en la cripta imperial que Eugenia había mandado construir en la Abadía de Saint Michael en Farnborough (Inglaterra).

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