miércoles, 1 de octubre de 2014

El último viaje de Colón



No queda ninguna evidencia de que el Almirante, remontara en vida el Guadalquivir desde Sanlúcar hasta los muelles fluviales de la ciudad que fue metrópolis del Descubrimiento. O al menos de que un navío a su mando lo hiciera. Sí lo hizo casi a los cuatro siglos de su muerte, el día 19 de enero de 1899, a bordo del yate «Giralda».

Ese día el crucero Conde del Venadito trajo hasta Cádiz, el féretro que contenía los despojos del «virrey de las nuevas tierras que se conquistaran», allí fueron traspasados al aviso Giralda para que hiciera éste su entrada en la ciudad.

Antes de la hora prevista para la arribada del barco, una muchedumbre «abigarrada» –que era el epíteto de las crónicas de la época–, ocupaba el embarcadero justo delante del palacio de San Telmo, donde se habían erigido dos pabellones efímeros profusamente adornados con gallardetes, escudos y grímpolas para las autoridades.

«A las diez y veinte minutos apareció por el primer tramo del río el gallardo buque, el cual saludó con un cañonazo, viéndosele aproximar al muelle hasta quedar atracado al borde de la escalinata donde se habían adelantado las autoridades con el señor duque de Veragua y con el notario que había de dar fe de la entrega», relataba José Gestoso en el número 892 de «La Ilustración Artística».

El duque de Veragua como descendiente directo del Almirante de la Mar Océana y el notario Rodríguez Palacios para levantar acta de la entrega de la caja de hierro, «dorada a sisa o con purpurina». con unos ligeros adornos negros y una inscripción en la tapa: «Aquí yacen los huesos de D. Cristóbal Colón, primer almirante descubridor del Nuevo Mundo. R.I.P.A.»

Cuatro marineros sostuvieron la caja mientras el deán, revestido de capa pluvial, entonaba las preces de rigor antes de depositar el ataúd sobre un armón de artillería para su traslado a la Catedral. La comitiva se puso en marcha con una sección de la Guardia Civil a caballo abriendo paso, seguida de una batería de cuatro piezas, el regimiento de infantería Granada, frailes carmelitas y franciscanos, el clero parroquial con cruces y el cabildo catedral presidido por el deán.

Las cintas del armón las llevaban los generales conde de Peñaflor e Iriarte y los coroneles Parra e Iriarte. Detrás, las comisiones civiles y militares con el duque de Veragua de doliente a la cabecera del duelo como representante del Gobierno, junto al marqués de Villapanes en representación del Rey; el arzobispo Marcelo Spínola; el capitán general Ochando; el gobernador civil Lasa; el alcalde Heraso; el comandante de Marina y el regimiento de caballería Alfonso XII.

En la Catedral se ofició una solemne misa de réquiem compuesta por Hilarión Eslava «que resultó ser de una imponente grandeza» tras la cual la caja fúnebre fue depositada en la cripta panteón de los arzobispos de Sevilla, donde quedó hasta su último traslado al túmulo.

No era la primera vez que los restos de Colón llegaban a Sevilla Colón, después de su enterramiento en Valladolid en 1516 su hijo exhumaba su cadáver, tres años después, para trasladarlo a nuestra ciudad. Aquí, el descubridor de América reposó en la isla de la Cartuja, donde la leyenda identifica el ombú plantado por Hernando Colón, como el sitio de su enterramiento.

En 1537, su nuera María de Toledo decide enviar los huesos de Colón hasta Santo Domingo, para dar cumplimiento así al deseo expresado por el Almirante, en cuya catedral reposaron desde 1537 hasta 1795 en que sufren una nueva exhumación ante la inminencia del traspaso de la isla a dominio francés.

De Santo Domingo, los restos mortales de Colón viajaron a La Habana, donde estuvieron algo más de un siglo hasta que la independencia cubana de 1898 obligó a pensar en otro destino para el esqueleto del Almirante.

En Sevilla se había quedado también el túmulo que el escultor Antonio Mélida había iniciado en 1891 con destino a la catedral habanera, a fin de conmemorar el cuarto centenario del descubrimiento de América, honrando a su artífice con un monumento funerario digno de tal honor. Pero la emancipación de la Perla del Caribe dejó en tierra el catafalco de piedra y bronce, que el cabildo catedralicio mandó instalar en el brazo sur del crucero, justo por delante de la puerta del Príncipe o de San Cristóbal, por el gigantón pintado al fresco por Mateo Pérez de Alesio en 1584, allí  reposan sus restos después de su último viaje.

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