Lo que nunca pudo hacer la Justicia de
los Tribunales fue quitar a las víctimas en sabor amargo de la desesperación y
la frustración que les había dejado el engaño de aquél a quien Sevilla había
tenido hasta entonces por su «rey mago».
La mañana del 22 de Diciembre de 1.951,
Sevilla había amanecido con unas nubes que amenazaban lluvia. Era un día de
trajín por toda la ciudad, pagas extraordinarias de Navidad, deambular de pavos
y cestas de vino, que anunciaban que aquella Sevilla de inicios de los
cincuenta iba superando poco a poco las consecuencias de la fratricida
contienda civil.
Cuando aún se vendían décimos de lotería
en alguna esquina del centro de Sevilla, a las 9 y 20 minutos, los “Niños de
San Ildefonso” cantaron el número extraido del bombo, el “2704” y la radio
conectada en la mayoría de los domicilios y establecimientos de la ciudad llevó
la suerte a miles de personas de Sevilla, Jerez, Huelva, Madrid, y de otros
pueblos.
La noticia corrió como la pólvora por
aquella Sevilla humilde de la década de los cincuenta. Rápidamente, el centro
de Sevilla fue ocupado por cientos de periodistas ávidos de noticias. Se supo
que el gordo había sido dado por la Administración “La Europa” regentada por
Miguel Escámez Arquero. Al que ya los sevillanos consideraban el Rey Mago de
Sevilla. Este señor comentó a los periodistas que el premio estaba muy
repartido pues había sido vendido casi en su totalidad a gente humilde en
participaciones de una peseta. Para colmo de bienes, anunció que igualmente,
había dado la aproximación, es decir, había vendido el 2.703.
Lo que nadie se imaginaba es que pudiera
pasar lo que sucedió. Miguel Escámez Arquero, lotero de las
Administraciones de Lotería “La Europa” y “Doña Francisquita” y sus
colaboradores imprimieron y vendieron un número de participaciones de lotería
de los números 2704 y 2703, muy superior a las que respaldaban los décimos que
realmente tenían en sus administraciones.
Escámez era un personaje de 73
años que vivió a todo lujo en la calle Carlos Cañal. Su enorme figura era muy
conocida y popular en Sevilla. Por sus gruesas manos habían pasado muchos
negocios y era un perfecto conocedor de la maquinaria de la lotería.
Lo que en los primeros días de
desconcierto era un clamor con sordina estalló en Sevilla al filo del cambio de
año y Miguel Escámez, junto a dos de sus empleados, Antonio García Martínez y
Manuel Barba Moreno, fue detenido y llevado a prisión mientras ante la
Comisaría de Policía de la calle Peral se formaban interminables colas de
afectados para denunciar la estafa
Las pesquisas de la Brigada de
Investigación Criminal, dirigida por el comisario González Serrano —a quien
Escámez había negado rotundamente los hechos antes de ser detenido—, pusieron pronto
de manifiesto que el lotero encargaba a una imprenta de Triana participaciones
de lotería que carecían de todo tipo de control. Hasta aquel sorteo de Navidad,
Escámez había ido tapando los premios que pudieran haber concurrido en las
participaciones falsas con los beneficios obtenidos con su venta sistemática.
Cuando la noticia se extendió por la
ciudad se produjo un desconcierto general que trataron de ir tapando los
timadores pagando los premios con los beneficios obtenidos por la venta ilegal.
En los siguientes días se iniciaron las investigaciones policiales, las
primeras detenciones y se abrió un proceso judicial desde el Juzgado de Primera
Instancia e Instrucción nº 6 (Sumario nº 331/1951) que concluyó cinco años
después con la Sentencia de la Sala Segunda de la Audiencia Provincial de
Sevilla. La Justicia condenó a Miguel Escámez a 22 años de prisión, y sobre el
resto de procesados recayeron condenas menores que fueron de ocho años la más
alta a cuatro meses la menor.
Paralelo a este proceso se inició un
procedimiento administrativo de apremio y embargo de bienes contra los
procesados por parte de la Tesorería de la Delegación de Hacienda de Sevilla.
Cinco años después, en julio de 1956, la
Sección Segunda de la Audiencia Provincial de Sevilla condenaba Miguel Escámez
a la pena de doce años de reclusión mayor por un delito continuado de falsedad
como medio para cometer estafa, y a otros diez años de reclusión mayor por un
delito de apropiación indebida.
Sus empleados Antonio García Martínez —a quien
Escámez culpó de todo al ser descubierto y que resultó ser su socio— y Manuel
Barba Moreno fueron asimismo condenados, por los mismos delitos, a la pena de
ocho años y un día cada uno.
En la causa fueron condenadas otras tres
personas, apellidadas Espínola, Gonzalo y Ruiz, como encubridoras de los
hechos. El primero fue condenado a diez meses de prisión menor; los otros dos,
a cuatro meses de prisión menor.
La sentencia sentaba un antes un después
sobre el modo de vender participaciones de lotería y castigaba a los autores de
la mayor estafa perpetrada hasta la fecha en Sevilla.
Lo que nunca pudo hacer la Justicia de
los Tribunales fue quitar a las víctimas en sabor amargo de la desesperación y
la frustración que les había dejado el engaño de aquél a quien Sevilla había
tenido hasta entonces por su «rey mago».