domingo, 20 de diciembre de 2015

El caso Escámez


  
Lo que nunca pudo hacer la Justicia de los Tribunales fue quitar a las víctimas en sabor amargo de la desesperación y la frustración que les había dejado el engaño de aquél a quien Sevilla había tenido hasta entonces por su «rey mago».

La mañana del 22 de Diciembre de 1.951, Sevilla había amanecido con unas nubes que amenazaban lluvia. Era un día de trajín por toda la ciudad, pagas extraordinarias de Navidad, deambular de pavos y cestas de vino, que anunciaban que aquella Sevilla de inicios de los cincuenta iba superando poco a poco las consecuencias de la fratricida contienda civil.

Cuando aún se vendían décimos de lotería en alguna esquina del centro de Sevilla, a las 9 y 20 minutos, los “Niños de San Ildefonso” cantaron el número extraido del bombo, el “2704” y la radio conectada en la mayoría de los domicilios y establecimientos de la ciudad llevó la suerte a miles de personas de Sevilla, Jerez, Huelva, Madrid, y de otros pueblos.

La noticia corrió como la pólvora por aquella Sevilla humilde de la década de los cincuenta. Rápidamente, el centro de Sevilla fue ocupado por cientos de periodistas ávidos de noticias. Se supo que el gordo había sido dado por la Administración “La Europa” regentada por Miguel Escámez Arquero. Al que ya los sevillanos consideraban el Rey Mago de Sevilla. Este señor comentó a los periodistas que el premio estaba muy repartido pues había sido vendido casi en su totalidad a gente humilde en participaciones de una peseta. Para colmo de bienes, anunció que igualmente, había dado la aproximación, es decir, había vendido el 2.703.


Lo que nadie se imaginaba es que pudiera pasar lo que sucedió. Miguel Escámez Arquero, lotero de las Administraciones de Lotería “La Europa” y “Doña Francisquita” y sus colaboradores imprimieron y vendieron un número de participaciones de lotería de los números 2704 y 2703, muy superior a las que respaldaban los décimos que realmente tenían en sus administraciones.

Escámez era un personaje de 73 años que vivió a todo lujo en la calle Carlos Cañal. Su enorme figura era muy conocida y popular en Sevilla. Por sus gruesas manos habían pasado muchos negocios y era un perfecto conocedor de la maquinaria de la lotería.

Lo que en los primeros días de desconcierto era un clamor con sordina estalló en Sevilla al filo del cambio de año y Miguel Escámez, junto a dos de sus empleados, Antonio García Martínez y Manuel Barba Moreno, fue detenido y llevado a prisión mientras ante la Comisaría de Policía de la calle Peral se formaban interminables colas de afectados para denunciar la estafa

Las pesquisas de la Brigada de Investigación Criminal, dirigida por el comisario González Serrano —a quien Escámez había negado rotundamente los hechos antes de ser detenido—, pusieron pronto de manifiesto que el lotero encargaba a una imprenta de Triana participaciones de lotería que carecían de todo tipo de control. Hasta aquel sorteo de Navidad, Escámez había ido tapando los premios que pudieran haber concurrido en las participaciones falsas con los beneficios obtenidos con su venta sistemática.

Cuando la noticia se extendió por la ciudad se produjo un desconcierto general que trataron de ir tapando los timadores pagando los premios con los beneficios obtenidos por la venta ilegal. En los siguientes días se iniciaron las investigaciones policiales, las primeras detenciones y se abrió un proceso judicial desde el Juzgado de Primera Instancia e Instrucción nº 6 (Sumario nº 331/1951) que concluyó cinco años después con la Sentencia de la Sala Segunda de la Audiencia Provincial de Sevilla. La Justicia condenó a Miguel Escámez a 22 años de prisión, y sobre el resto de procesados recayeron condenas menores que fueron de ocho años la más alta a cuatro meses la menor.

Paralelo a este proceso se inició un procedimiento administrativo de apremio y embargo de bienes contra los procesados por parte de la Tesorería de la Delegación de Hacienda de Sevilla.

Cinco años después, en julio de 1956, la Sección Segunda de la Audiencia Provincial de Sevilla condenaba Miguel Escámez a la pena de doce años de reclusión mayor por un delito continuado de falsedad como medio para cometer estafa, y a otros diez años de reclusión mayor por un delito de apropiación indebida.

Sus empleados Antonio García Martínez —a quien Escámez culpó de todo al ser descubierto y que resultó ser su socio— y Manuel Barba Moreno fueron asimismo condenados, por los mismos delitos, a la pena de ocho años y un día cada uno.

En la causa fueron condenadas otras tres personas, apellidadas Espínola, Gonzalo y Ruiz, como encubridoras de los hechos. El primero fue condenado a diez meses de prisión menor; los otros dos, a cuatro meses de prisión menor.

La sentencia sentaba un antes un después sobre el modo de vender participaciones de lotería y castigaba a los autores de la mayor estafa perpetrada hasta la fecha en Sevilla.

Lo que nunca pudo hacer la Justicia de los Tribunales fue quitar a las víctimas en sabor amargo de la desesperación y la frustración que les había dejado el engaño de aquél a quien Sevilla había tenido hasta entonces por su «rey mago».

jueves, 3 de diciembre de 2015

Autonomía para Andalucía


 

A las doce en punto de la mañana del domingo 4 de Diciembre de 1977 se ponía en marcha la manifestación por la Autonomía de Andalucía celebrada en Sevilla. Precedida por los motorista y el coche de la Cadena SER, que junto a las fuerzas del servicio de orden, avanzaban por la calle San Fernando dirección a la Puerta de Jerez. Recogemos aquí la crónica de Gloria Gamito para ABC como testimonio de aquel histórico acontecimiento.

“En los balcones de la casa de la familia Guardiola, una gran bandera española, que tenía en el centro la verde, blanca y verde, iluminaba la fachada. En el balcón del palacio de Yanduri había tres banderas: la española y dos regionales. Al llegar la cabeza de la manifestación, una gran mayoría de asistentes empezó a abuchear a las monjas y personas que estaban asomadas para que quitaran la enseña nacional. Las religiosas aguantaron los insultos y silbidos y se metieron dentro. Al rato volvieron a salir, cuando parecía que los ánimos de los manifestantes se habían apaciguado, pero los gritos volvieron a resonar aún más fuertes. Entonces una de las monjas cogió una de las banderas verde, blanca y verde y la paseó por encima de la española, en un gesto que quería significar que las dos eran una misma cosa. Los manifestantes volvieron a insistir, y por fin las religiosas colocaron la bandera andaluza sobre la nacional; ocultándola. Sobre las doce y diez, la gran bandera andaluza con el lema «Autonomía», junto a la que marchaban los parlamentarios y los representantes de los partidos políticos, llegaba al colegio de Yanduri, entre los gritos de «Andalucía, autonomía» del público. En esos momentos, los cordones del servicio de orden intentaban despejar los comienzos de la avenida de José Antonio, ya que se veían casi impotentes para contener a la gran cantidad de gente que intentaba sumarse en esas alturas a la manifestación. Mientras tanto, en el Prado de San Sebastián numerosos grupos de manifestantes esperaban el momento de desfilar, que para algunos no llegó a producirse y hubieron de marcharse a sus respectivos barrios, ante la imposibilidad de llegar a la Plaza Nueva.

BANDERAS Y BALCONES.- Las inmediaciones del Archivo de Indias estaban abarrotadas de gente, cubriendo todas las gradas y escalones, y los aplausos y vítores se sucedían sin interrupción. El edificio de Correos estaba magníficamente adornado. Una gran bandera verde, blanca y verde cubría la totalidad de los balcones, mientras en el mástil ondeaba la bandera nacional. En uno de los últimos balcones del Instituto. Nacional de Previsión una señora de edad protagonizó unos incidentes desagradables con una bandera que por una cara era la andaluza y por otra la nacional. Esta señora se pasó la mañana haciendo determinados gestos al público que le pedía que colgase los colores de la región. Como contrapunto, en la casa número 20 de la Avenida, una bandera andaluza de 25 metros de largo colgaba por toda la fachada, cubriendo por entero los seis pisos. Uno de los mayores aplausos que corearon los asistentes que llenaban las gradas de la Catedral se produjo al paso de un matrimonio con una niña de tres meses en un carrito cubierto con los colores andaluces. El comportamiento de la gente fue en todo momento de los más correcto, coreando las consignas aprobadas. Las que provocaron mayor calor fueron «Autonomía para Andalucía» y «Emigrantes, aquí». A la una menos cinco, la bandera  de Blas Infante llegaba a la Punta del Diamante. La manifestación había desfilado lentamente, y la Avenida continuó llena de público hasta cerca de las dos de la tarde, ya que aunque el acto había concluido en la Plaza Nueva, la cola de la manifestación se encontraba aún en la Puerta Jerez. La asistencia masiva de los sevillanos a estos actos desbordó todo lo previsto.”