jueves, 16 de julio de 2015

La Velá de Triana de 1935


El puente engalanado de banderas republicanas en la Velá de 1935
Les ofrecemos la crónica de las fiesta de Triana de 1935, es decir hace ochenta años, nacida de la pluma de Ángel Vela e incluida en su libro Trina y su Velá.

Este año sí hay Velá, claro. Y la imprenta Haro, en San Jorge, 10, imprime el programa que se encabeza con la leyenda “Triana en fiesta. Velá de Santa Ana. Julio de 1935”.

En esta Velá de cuatro días, los pobres patos lo mismo se cazan que se pescan, era lo de menos, porque la realidad es que… se guisan. Niños (y alguna niña, no había distinción explícita de sexo) protagonistas sobre patinetes, y niñas también protagonistas de la Velá jugando a ser señoritas. La imagen de Santa Ana no salía en procesión desde 1925. San Jacinto, 50, es el domicilio y exposición permanente del fabricante de cerámica don José Mensaque Arana. El mencionado Bar Faro, es –ya lo apuntamos- lo que fue estación de la línea de vapores y, por último, el establecimiento de don José Alonso es una confitería situada en la misma esquina de la plaza del Altozano con San Jacinto, donde hoy se encuentran las oficinas del Banco de Santander.

Destaca la prensa la prueba del alumbrado, los arcos de entrada y el kiosco levantado en el Altozano para la música. Por primera vez se alumbra el puente de San Telmo y llega la iluminación de Betis hasta la plaza de Cuba. Se señalan las principales casetas que son las del Ayuntamiento (Comisión), la del Club Garrafa, Peña Trianera, Club Taurino de Triana y Agrupación Filarmónica, Cooperativa 1934 y las de las hermandades de la O y la Esperanza.

El Liberal del día 25 proclama la gran animación de la noche anterior, “como si se tratase del primer día de las fiestas”, y que en el tercer día de velada, dará un concierto en el Altozano la agrupación de campanillero de la O, que dirige el maestro don Manuel del Valle Saavedra (ya sabemos algo más de este grupo musical). También informaba de que el día 26, a las diez de la noche en la caseta de la Comisión, se elegirá a Miss Triana 1935, “las aspirantes pasan de cuarenta...”. No fue en la caseta de la Comisión, sino en el patio del Colegio San Jacinto; más propio dada la edad de las misses. Y el reportero Gelán retrata el racimo de aspirantes. Caras bonitas y responsables, manos al cuadril mirando a la cámara; flequillos, caracolillos y volantes orgullosos. Cantera de guapura. 

El diario ABC del día 28 en su “Sevilla al día” nos informa de la Velá de este año: “Las fiestas trianeras, con motivo de la Velá de Santa Ana, han tenido ayer tarde extraordinarios alicientes que comenzaron con la elección de Miss Triana, para lo cual se reunieron en las escuelas de Pagés del Corro un grupo de criaturas concursantes para tal honor. Las concursantes fueron cincuenta, y después de una escrupulosa selección del jurado, quedaron limitadas a ocho las preferidas para la elección de Miss Triana. Nueva selección entre éstas para salir triunfante la preciosísima niña Amelia García Belmonte, sobrina del famoso torero. Otras que ganaron premios fueron Soledad Sevilla, María Avilés, Esperanza Arenas, Dolores Mediano, María del Rocío Astolfi y Ana Luna. Después hubo otros obsequios en número de veintiséis. Formaron el jurado, bajo la presidencia del señor Mensaque Arana, los concejales señores Fernández Palomino, Romero Llorente, Blanco y López Grosso. 

“A las seis de la tarde tuvo lugar la carrera de patinetes por la calle Betis hasta dar la vuelta al Altozano. Tomaron parte muchísimas criaturas y resultaron vencedores José Miró, Marina Bonilla y Francisco Castro. La travesía a nado de puente a puente resultó muy animada, ganando el premio de los libres el nadador conocido por Polo (el héroe de la chiquillería). Hubo luego, a las seis y media de la tarde, la pesca del pato, festejo que dio motivo a regocijantes escenas, como igualmente las cucañas, que divirtieron a la inmensa concurrencia”. Refiere ABC los fuegos artificiales, el partido de water-polo y la gran animación por el anuncio de la procesión de Santa Ana, señalando el itinerario: “Vázquez de Leca, Rodrigo de Triana, Luca de Tena, Pagés del Corro, Gonzalo Segovia, Betis, Altozano, Pureza a la iglesia de Santa Ana. El orden de la procesión es la siguiente: banda de cornetas y tambores, autorizados por el general Villa-Abrille, jefe de la Segunda División; representaciones con estandarte y varas de las hermandades de la Virgen del Carmen, del Puente; Divina Pastora, de la Virgen del Rocío, Cristo de las Aguas, Virgen de la Estrella, de la O, de la Esperanza y del Cristo de la Expiración y numerosos hermanos con cirios. Además acompañarán a la Señora Santa Ana, los campanilleros de la O. La Banda Municipal cerrará la procesión tocando escogidas composiciones”. 

Simplicísimo, con su estilo proverbial destaca la felicitación de todo el Ayuntamiento al señor Mensaque Arana “por la admirable organización de la velada de su barrio que, desde el punto de vista afectivo, es el de todos nosotros”. Y remata: “Y en el cual, por cierto, las fiestas continuaron su plácido y movido transcurso, sin que el vertiginoso pugilato de los patinetes acarrease víctima alguna del tránsito raudo y rodante”.  
 
Y tenemos la suerte de saber la historia del “vertiginoso pugilato” de la carrera de patinetes. Nada menos que el testimonio de la subcampeona; sí, fue una niña, Marina Bonilla, la única que se atrevió a enfrentarse a un nutrido grupo de aguerridos carreristas con sus supersónicas plataformas rodantes. La entrevistamos en julio de 2001 para Triana Universal... “Fui la segunda en la del año 1935; yo era muy chiquitúa pero tenía mucha fuerza, y cuando los chiquillos del barrio se enteraron de que yo participaba fue un entusiasmo general. Partía la carrera del Puesto de las Flores en dirección a la calle Betis y se regresaba por Pureza al mismo sitio que era la meta. El primero, el ganador de aquella ocasión, fue un chiquito mayor que yo, Pepito Miró, con un patinete de lujo que le había compuesto Ceballos, el carpintero de la calle Pureza; el mío estaba hecho por mí, y no te puedes hacer una idea lo que me costó terminarlo. Tenía que ver aquella carrera con los chiquillos de media Triana jugándose el honor de su calle con un trasto hecho con sus manos en los mismo patios de los corrales (la mayoría se quedaban en el camino deshechos, sin ruedas de cojinetes o sin manillar). Cuando acabó la carrera llevé detrás hasta mi casa un séquito de amiguillos y admiradores que no dejaban de vitorearme. Mi madre me hizo salir al balcón a saludar a todos aquellos entusiastas, como si fuera Belmonte. Eran unos tiempos increíbles...”.

Marina Bonilla fue una niña excepcional en esta Triana de pueblo, una heroína entre la camarilla de su edad, y, después, la ciclista más destacada de Sevilla.  En aquella ocasión la admirada e inolvidable Marina, artesana de abanicos primorosos, mantenedora de la tienda familiar de la calle San Jacinto, poeta y letrista sentida y profunda, rememoró otros detalles de sus Velás de niña... “Mi madre nunca me dejó que me acercara al río; de hecho no sé nadar, pero me iba a la calle Betis a ver cómo levantaban los palos para el alumbrado y las banderas, y eso era una alegría tremenda para los niños, todos locos de contento. La Velá de Santa Ana era para los trianeros antiguos una cosa magnífica”.

viernes, 3 de julio de 2015

Grave conflicto entre marineros y alguaciles.


En el año 1.595 ocurrió en Sevilla un grave suceso que dibuja con vivos colores lo que era y como se entendía en aquellos tiempos el orden público, que ni aún las personas constituidas en mayor autoridad respetaban y mucho menos garantizaban.

El suceso acaecido no fue, ciertamente, el único en su género, antes bien se reproducía con cierta frecuencia y podemos hacernos una ligera idea de lo que eran algunas de las costumbres públicas en aquella época.

El lunes 25 de diciembre estaban ancladas en el río Guadalquivir once galeras españolas. Como venía siendo antigua costumbre, se hallaban muchas tablas de juego de azar por toda la zona del Arenal y enfrente, por la orilla opuesta, en el barrio de Triana.

Ocurrió que en una de estas tablas que estaba situada al pie de un árbol, en la orilla de Triana, se movió una fuerte pendencia por el juego. Acertó a pasar por allí un alguacil y quiso llevarse preso a uno de los contendientes. Se pusieron algunos de los soldados de las galeras de parte del preso, y otras personas, que por allí estaban, a favor del alguacil.

El pleito pasó a mayores y se armó una trifulca en la que hubo muchas cuchilladas, llevándose la peor parte el alguacil y sus defensores, que hubieron de soltar al preso y, a toda prisa, refugiarse en el Castillo de Triana, entre el griterío y las piedras que le lanzaban los marineros y soldados de las galeras.

Al día siguiente, el soldado al que quisieron poner preso, tomó su arcabuz al hombro y entró como si no hubiese ocurrido nada en Sevilla. Al ser reconocido quisieron prenderlo de nuevo; se resistió el marinero y disparó su arcabuz, no llegando herir a nadie. Cargaron sobre él tantos alguaciles y hombres de justicia que no le fue posible huir.

Entre todos lo fueron cercando tan estrechamente, que al final cayó en el suelo abrumado por la superioridad de sus captores. Allí le molieron a palos y alabardazos, pero no conseguían quitarle la espada de la mano por más que le daban en ella con las dagas. Al final fue prendido, amarrado y conducido a la Cárcel Real.

Llegó la noticia a las galeras; saltaron a tierra numerosos soldados y se fueron en tropel, espada en mano, hasta la plaza de San Francisco, a las puertas del Ayuntamiento, donde no quedó alguacil, ni portero, ni escribano, ni corchete, ni hombre, ni mujer, que no huyese despavorido, siendo no pocos los maltratados por aquella desenfrenada y descontrolada soldadesca. Todos los ciudadanos de los alrededores estaban muy atemorizados y se refugiaban dónde podían.

Informado de los graves alborotos que se estaban produciendo en la Ciudad, intervino el general de las galeras, calmando primero a sus subordinados y conferenciando con el Asistente, don Diego Carrillo Mendoza y Pimentel, conde de Priego, significándole que si no ponía en libertad al soldado preso, sus compañeros harían algún desatino en la Ciudad y no ofrecía garantías de que pudiese evitarlo. Prometió el conde de Priego soltarlo, con la condición de que los soldados se retirasen inmediatamente a las galeras, y el general, satisfecho, dio orden de que desalojasen la Ciudad y que ninguno osase entrar en ella aquel día.

Una vez que salieron los soldados amotinados, el conde mandó cerrar las puertas de las murallas y patrullar por las calles. Aquella misma noche, a la una de la madrugada, sin juicio previo, mandó ahorcar al soldado, causa del alboroto, en la reja de la cárcel, y allí amaneció colgando de la soga.

Este fue el dramático desenlace del enfrentamiento entre alguaciles y marineros. Era una época en que la justicia no se andaba con miramientos y se tomaban unas medidas drásticas, severas y arbitrarias.