En este año del 5º Centenario de Santa Teresa de Jesús nos viene bien recordar un episodio en nuestra ciudad, de los que no estuvo exenta la Santa, con el Tribunal de la Inquisición de Sevilla. Esta es la crónica de los acontecimientos gracias al relato de Manuel Jesús Roldán y al trabajo Teresa de Jesús y la Inquisición.
A media mañana del jueves 26 de mayo de 1575 entra Teresa en la ciudad de Sevilla con una caravana de seis monjas y otros acompañantes, rodeando las murallas, por la puerta Real. En estos momentos Sevilla ocupa el primer puesto en España, con más habitantes que Madrid y Barcelona juntas y está a punto de alcanzar el apogeo de su grandeza histórica, en el cual por desgracia permanecerá poco tiempo. Teresa iba a fundar un nuevo convento en esta ciudad y se encontró con no pocos contratiempos y dificultades. El arzobispo don Cristóbal de Rojas y Sandoval había dado muy buenas palabras y había ofrecido su apoyo, pero a la hora de la verdad se mostró indiferente y casi contrario a la fundación sevillana.
El monasterio de carmelitas sevillano quedó fundado definitivamente el 29 de mayo de ese mismo año. Antes habían tenido que pasar no pocas dificultades. Teresa puso como priora de la comunidad a la Madre María de San José. Su figura va a jugar un papel muy decisivo en la marcha de los acontecimientos inquisitoriales contra Teresa de Jesús. Las primeras semanas debieron ser angustiosas. Ella misma lo narra del siguiente modo:
"Nadie pudiera juzgar que en una ciudad tan caudalosa como Sevilla y de gente tan rica había de haber menos aparejo de fundar, que en todas las partes que había estado. Húbole tan menos que pensé algunas veces que no nos estaba bien tener monasterio en aquel lugar. No sé si la mesma clima de la tierra que he oído siempre decir los demonios tienen más mano allí para tentar, que se la debe dar Dios, y en esta me apretaron a mí, que nunca me vi más pusilánime y cobarde en mi vida que allí me hallé. Yo, cierto, a mi mesma no me conocía. Bien que la confianza que suelo tener en nuestro Señor no se me quitaba, mas el natural estaba tan diferente del que yo suelo tener después que ando en estas cosas, que entendía apartaba en parte el Señor su mano para que él se quedase en su ser y viese yo que si había tenido ánimo, no era mío"
Días de hambre, pobreza suma, y mucho calor... La ciudad no las había acogido y se
mostraba ajena a aquellas monjas. Esto no impidió que las plazas del monasterio se fueran llenando. Teresa cuidó la selección de las jóvenes que llegaban a las puertas del convento, pero a pesar de ello y de su fina intuición, que penetraba el fondo y el corazón de las jóvenes, no pudo evitar que ingresase una novicia, que muy pronto sería causa de enormes disgustos. Se trataba de María del Corro; ella delató muy pronto a la Inquisición la vida y las costumbres de las descalzas, acusándolas de inmoralidad, relajación y de estar guiados por el espíritu de los alumbrados e iluministas. Esta novicia fue ayudada en su acusación por un clérigo que era su consejero espiritual. Ambos se apresuraron a poner en conocimiento de los inquisidores abusos y defectos de la vida de las carmelitas descalzas, que ellos mismos habían inventado.
María del Corro no se había adaptado a la vida conventual y no queriendo aceptarlo quiso enfrentarse a Teresa, que por otra parte había tenido con ella una infinita paciencia; incluso le había permitido que se confesase con un confesor distinto al de la comunidad, el clérigo acusador, del que se desconoce su nombre. Él fue cómplice de la viuda María del Corro, "una garantía externa y moral, para avalar la acusación de la frustrada viuda, a la que, de otro modo, los inquisidores no hubieran dado crédito y hubieran juzgado sin más como efecto de un desequilibrio psicológico".
Teresa nunca olvidaría aquella carta. Estaba fechada un día de enero, el 23 de enero del año del Señor de 1576. Años después, la santa de Ávila todavía cerraba los ojos y seguía oyendo aquellas duras palabras que escribieron los inquisidores sevillanos contra ella. Pudo olvidar el calor de aquella ciudad de Sevilla, pudo olvidar las dificultades, pero aquellas palabras resonaron en sus oídos hasta el día de su muerte. Una carta que escribieron los licenciados Páramo y Carpio y que, entre otras cosas, decía:
“Se ha recibido en este Santo Oficio las testificaciones contra esta Teresa de Jesús, fundadora de algunos monasterios de las monjas de las descalzas del Carmen, y contra Isabel de Santo Jerónimo, profesa de dicha orden en un monasterio que nuevamente han fundado en esta ciudad. Y por parecer doctrina nueva, supersticiosa, de embustes y semejante a los alumbrados de Extremadura, las remitimos para que mande lo que en ellas se debe hacer. (...) De todo esto se puede hacer cargo a Teresa de Jesús, que según entendemos (lo suyo) son embustes y engaños muy perjudiciales a la república cristiana... firmado en este Castillo de Triana a 23 de enero de 1573”.
Nunca la olvidaría. Dos inquisidores la habían llamado supersticiosa y embustera, que Dios los perdonara. Pero decir que era contraria a la idea de Cristo fue algo que nunca entendió. Ella que había sentido a Cristo más cerca que nadie, que había vivido fuera de sí buscando una alta vida, quizás una vida a muchas distancia de tanta falsedad con la que tuvo que enfrentarse... Afortunadamente la gracia de Dios actuó y Teresa fue absuelta de aquellos cargos. Dos semanas más tarde, el Supremo Inquisidor aconsejaba olvidar las denuncias contra la santa de Ávila. Y Teresa volvió a estar libre de culpa a los ojos de los hombres.
La carta debía ser olvidada. Olvido difícil. Meses más tarde, Teresa seguía dándole vueltas a aquellas palabras. Había olvidado la pobreza de su primera casa en la calle Armas, había olvidado las cucarachas y las chinches del lugar, había olvidado las dificultades que le pusieron los carmelitas de la ciudad. Pero el calor y aquellas palabras no había cristiano que lo soportara. Por eso salio de su manos otra carta. A la priora de Valladolid le hablaba de Sevilla y sus gentes. Y no muy bien:
“las injusticias que se guardan en esta tierra, la poca verdad, las dobleces... Yo confieso que esta tierra no es para mi. Con razón tienen la fama que tienen...”. Sevillanos del siglo XVI con fama de mentirosos, injustos e hipócritas. ¿De qué tendremos fama en el siglo XXI?