Cuando éste recibió la notificación ordenó que la
cofradía se detuviese y que de allí no se moviera hasta que se le levantase la
excomunión, acudiendo con un recurso a la Audiencia.
En el año 1.749 llegaba a Sevilla el
Obispo don Francisco de Solís y Folch de Cardona (después fue Arzobispo de
Sevilla entre 1.755 y 1.775 y, posteriormente, también fue nombrado
Cardenal) en calidad de coadministrador
del Arzobispado, donde ejercía de hecho como Arzobispo, ya que el titular, el
infante don Luis de Borbón y Farnesio, sexto hijo de Felipe V, quien había sido
nombrado Cardenal a la edad de ocho años y que, carente de vocación religiosa,
ni tan siquiera residía en la Ciudad.
Por decreto Sinodal del año 1.604, las
cofradías sevillanas tenían que hacer todos los años, coincidiendo con la
Semana Santa, estación de penitencia en la Santa Iglesia Catedral. Cuando las
hermandades salían por la Puerta de los Palos giraban inmediatamente a la
izquierda y salían por el arco que estaba pegado a la Giralda, así que pasaban
por el lateral del palacio Arzobispal.
El Obispo Solís dispuso en el año 1.750,
haciendo un requerimiento a todas las hermandades, que todas pasasen por
delante de la puerta del Palacio Arzobispal, llamada del Arquillo de Santa
Marta, a fin de que pudiese presenciar los desfiles penitenciales desde el
balcón principal del Palacio y no desde el coro de la Catedral, como era
costumbre inveterada.
Esta novedad causó mucha extrañeza entre
los cofrades y el público en general y fue muy criticada, porque ya el señor
Solís había pretendido modificar ciertas costumbres muy arraigadas entre los
sevillanos.
Para este fin, tenían las cofradías que
ir por un tránsito que había en el llamado Corral de los Olmos (donde estaba el
antiguo Ayuntamiento y lo que es hoy la plaza de la Virgen de los Reyes) y dar
una vuelta por delante del palacio para entrar en la calle Placentines.
La tarde del Viernes Santo de 1.750 se
dispuso el ilustrísimo Solís a presenciar el paso de las cofradías, para lo
cual, y para que la hermandades no alegasen ignorancia u olvido, mandó a un
notario a la Puerta de los Palos, para que al salir de la Catedral les
notificase la orden de pasar por delante del balcón del palacio Arzobispal.
Sorprendidas las cofradías con la
formalidad del requerimiento, se apresuraron a cumplirlo; pero al llegar la
Hermandad de la Soledad, donde la mayoría de sus hermanos pertenecían a la
principal nobleza, su hermano mayor respondió al requerimiento diciendo que él,
por su parte, estaba dispuesto a obedecer a su ilustrísima, pero como la
novedad del cambio de itinerario correspondía señalarlo a la Hermandad y ésta
no podía celebrar Cabildo en plena calle para acordarlo, no alteraba la
costumbre, por lo que no pasaría por delante del Prelado, y sin más la cofradía
siguió la estación acostumbrada. El Arzobispo, al conocer la respuesta, no hizo
comentarios, frunció el ceño y se marchó al interior del palacio.
En la Semana Santa del año 1.751, cuando
ya nadie se acordaba del incidente del año anterior, el señor Solís, como buen
aragonés, volvió a insistir en sus deseos de que las cofradías pasasen por
delante del balcón de su Palacio.
Todas las hermandades que procesionaban,
algunas en contra de su voluntad y otras indiferentes, siguieron el mandato del
Arzobispo en funciones, quien había vuelto a colocar a un notario en la Puerta
de los Palos para recordar esta disposición.
El Viernes Santo, día 9 de abril, desde
muy temprano, acompañado de sus
familiares, se colocó el señor Solís en el balcón. Por delante de su ilustrísima
pasaron las tres primeras cofradías de la tarde.
Sin embargo, la Hermandad de la
Exaltación de la Cruz, desestimando el precepto del Arzobispo, se dispuso a
salir por el lugar de costumbre. Viendo esto, el notario advirtió al Hermano
Mayor, don Antonio Ortiz de Sandoval, conde de Mejorada, para que efectuara la
salida por el Arquillo de Santa Marta, porque así lo había dispuesto el
Prelado, contestando el cofrade “que el paso, al ser muy grande, no podía pasar
por los arcos y que no estaba en los atributos del Arzobispo en funciones
cambiar las costumbres de las cofradías”.
La Hermandad de los Caballos continuó
saliendo por la Puerta de los Palos, su cruz de guía giró hacia la izquierda e
inició el camino que siempre, desde hacía muchos años, había recorrido.
Informado el Arzobispo de la decisión
tomada, y molesto por la respuesta que había dado el hermano mayor, mandó, bajo
pena de una multa, que la Hermandad cumpliese con lo ordenado. A pesar de la
sanción impuesta, la Hermandad, alentada por el público, siguió lentamente su
camino.
Ante esta desobediencia, el Arzobispo,
muy irritado, envía una pena de excomunión contra el Hermano Mayor y contra los
hermanos desobedientes. Cuando éste recibió la notificación ordenó que la
cofradía se detuviese y que de allí no se moviera hasta que se le levantase la
excomunión, acudiendo con un recurso a la Audiencia.
La procesión se deshace dentro de la
Catedral, el Cristo se quedó frente a la puerta lateral del Palacio Arzobispal
y la Virgen de la Lágrimas entre la cancela y la Puerta de los Palos.
Mientras tanto, la Hermandad del Cristo
de la Fundación, de hermanos negros, que procesionaba detrás de la Exaltación,
con el parón se quedó dentro de la Catedral. El Arzobispo Solís les ordenó que
no se pararan, que salieran y que adelantara a la Hermandad rebelde.
Los hermanos de la Fundación le enviaron
una contestación con mucha retranca: “Por dónde van los blancos detrás irán los
negros”. Se quedaron dónde estaban, hasta que pudieran moverse de allí.
La Real Audiencia de Sevilla se reunió
urgentemente. Una vez conocidas las causas y después de las diligencias
ordinarias y, tras unos incidentes que ocurrieron entre ambas jurisdicciones
(civil y eclesiástica), dicta una resolución en la que conmina al Prelado a
levantar la excomunión.
El Arzobispo, cada vez más descompuesto,
se negó rotundamente, a menos que la Hermandad cumpliese con sus disposiciones.
Los magistrados de la Audiencia, ante esta actitud, reaccionaron decretando el
extrañamiento del Arzobispo y ordenando su
salida del Arzobispado inmediatamente.
Finalmente, una vez llegada la calma a
los exaltados ánimos, el Prelado terminó cediendo, alzando la sanción y
levantando la pena de excomunión.
Siendo ya más de la diez y media de la
noche, se reorganizó la Hermandad de la Exaltación y sobre las once iniciaba de
nuevo el regreso a su templo por el lugar de costumbre, como si nada hubiera
ocurrido y con un gran acompañamiento.
Obstinado el Arzobispo en mantener su
autoridad, a los pocos días apeló al rey Fernando VI y al Cardenal don Luis de
Borbón, para que se le guardasen las prerrogativas de su ministerio y se
respetase su dignidad arzobispal.
Sin perder tiempo llegó de Madrid una
carta del secretario del Cardenal don Luis de Borbón, haciéndole saber al señor
Solís el disgusto de Su Alteza por haber expuesto a la dignidad arzobispal a un
desaire, y recordándole que cuando los reyes estuvieron en Sevilla vieron las
cofradías en la Catedral, previniéndole que en adelante no innovase nada en las
cofradías sevillanas.
Más adelante, el nuncio en España de Su
Santidad el Papa Benedicto XIV, de acuerdo con el Cardenal don Luis de Borbón,
acordaron que las cofradías siguiesen sus itinerarios tradicionales.
Este incidente sirvió de caldo de cultivo
en Sevilla para los comentarios exagerados, habladurías, chismes y chistes que
duraron un buen periodo de tiempo. Se acuñó una frase que fue, durante muchos
años, un dicho entre los sevillanos: “Ni fía, ni porfía, ni cuestión con
cofradía”.
El Cardenal Solís nació en Madrid, en la
iglesia de San Francisco el Grande, donde su madre había acudido cuando se
presentó el parto. De ascendencia aristocrática, pertenecía a una de las
familias más influyentes en la corte del rey Felipe V, su padre era el duque de
Montellano, grande de España y Caballero de la orden de Santiago, y su madre
era la marquesa de Castelnovo. Su hermano menor, José Solís Folch de Cardona,
fue Virrey de Nueva Granada (actual Colombia) entre 1.753 y 1.761, año en el
que dimitió para ingresar en la Orden Franciscana, falleciendo de misionero en
Santa Fe de Bogotá.
Don Francisco de Solís era tuerto, pues
en su juventud perdió el ojo izquierdo mientras practicaba esgrima con el
futuro rey Carlos III, por lo que todos sus retratos muestran únicamente su
perfil derecho.
En el año 1.759 contribuyó a la
reconstrucción de la iglesia de San Roque de Sevilla y en 1.762, con su impulso
se reconstruyó el convento capuchino de Santa Rosalía, de la que era muy
devoto, muy dañado por un incendio sufrido en 1.761, ese mismo año también
encargó la reconstrucción del palacio Arzobispal de Umbrete, deteriorado
gravemente por incendio también en 1.761, obras que no se concluyeron hasta
finales del siglo XVIII.
Los historiadores destacan tanto su
esplendidez con los más pobres como su derroche en gastos de carácter
suntuario, llegando a tener a su servicio 75 criados, cuyo pago ascendía a más
de 175.000 reales anuales.
El 1.766, fue nombrado Hermano Mayor y
protector de la Hermandad de los Negritos de Sevilla.
Falleció el Arzobispo don Francisco de
Solís el día 21 de marzo del año 1.775 en Roma, durante su estancia en esta
ciudad para la elección del papa Pío VI. Fue enterrado en la Basílica de los
Santos Apóstoles de la ciudad eterna y su corazón, depositado en un arca, fue
trasladado al convento de Santa Rosalía de Sevilla, siendo colocado en el coro
de la iglesia.
Como curiosidad, en la parte trasera del paso
neogótico de la Virgen del Pilar, con sede canónica en la parroquia de San
Pedro de Sevilla, y que procesiona el día 12 de octubre, figura el escudo de
este Cardenal.
Juan Luis Contreras