viernes, 10 de junio de 2016

Los que corrían delante de los grises


Carga de la policía en la calle San Fernando. Foto Gelan
 La Policía Armada de Caballería carga sobre los estudiantes, al tiempo que los coches cisterna tratan de disuadir a los manifestantes que se defienden con piedras y se encierran en el recinto universitario donde penetra la Policía Armada a requerimiento del Rector.

La Universidad de Sevilla había sido una de las más tranquilas en los movimientos estudiantiles que se había producido en España desde principios de los 60, primero en contra del SEU, y luego para hacerse con la representación estudiantil por parte de las distintas corrientes ideológicas. Pero en 1968 se produce una verdadera explosión de base, que sorprendió hasta los líderes más comprometidos por su inusual respuesta. Tanto es así que hasta el PCE, siempre atento a cualquier posibilidad de enfrentamiento con el régimen para su instrumentalización se vio superado con mucho por la reacción de los estudiantes de Sevilla, lo que originó fisuras en sus propias filas.

Durante el mes de febrero se celebraron una serie de reuniones en diversa ciudades, con el fin de preparar un congreso nacional de estudiantes que tenía que dar partida de nacimiento al Sindicato Democrático de Estudiantes. En estas reuniones se manifestaron fuertes disputas políticas dentro de las coordinadoras.  Pese a todas las cautelas se produjeron las detenciones de los delegados y estas desencadenaron un conjunto de reacciones estudiantiles que alcanzaron los topes máximos de agitación que se habían vivido hasta el momento en la Universidad de Sevilla.

El día 1 de marzo se llevan a cabo paros académicos, asambleas, cortes de tráfico, formación de guerrillas urbanas dispersas por la ciudad etc. El día 4 unos 150 estudiantes trataron de ocupar la Facultad de Ciencias, por lo que la Fuerza Pública entró en el recinto para desalojarlos, con la autorización del Rector Calderón Quijano. El día 5 el Rectorado suspende las clases y los estudiantes celebran una magna asamblea  en la Facultad de Derecho a la que asisten más de 600 estudiantes y en la que se decide la ocupación del Aula Magna de la Facultad de Filosofía y Letras, adonde se trasladan los estudiantes. El número se multiplica hasta los 1000 que deambulan por los pasillos, se hacen con alimentos y bebidas etc.

El encierro se prologa durante más de nueve horas hasta que la Junta de Estudiantes acepta una propuesta del de Morales Padrón, decano de Filosofía y Letras, que en nombre del rector, atiende una demanda de audiencia con la si se desaloja la Universidad. Esa misma noche de produce, tras la retirada del carnet a casi 600 alumnos. Se producen entonces muestras de solidaridad con lo que estaba ocurriendo en Sevilla, en diversos Distritos Universitarios de toda España.

La situación amaina durante los siguientes días mientras se celebran una serie de asambleas autorizadas por el rectorado. Pero a finales del mes de marzo , tras la detención el día 27 de varios estudiantes, entre ellos Ricardo Olivares y Camilo Tejera, en la Escuela de Aparejadores donde celebraban una reunión de distrito, la situación vuelve a estallar con toda virulencia. Al día siguiente se efectúan asambleas informativas de Facultad en Aparejadores, Derecho, Medicina, Arquitectura, Filosofía y Letras, en Ciencias se hace por cursos. Como consecuencia de las mismas se convoca una asamblea de Distrito en Derecho y la consiguiente manifestación.

La Policía Armada de Caballería carga sobre los estudiantes, al tiempo que los coches cisterna tratan de disuadir a los manifestantes que se defienden con piedras y se encierran en el recinto universitario donde penetra la Policía Armada a requerimiento del Rector. Los enfrentamientos prosiguen en los días sucesivos, con varios heridos y detenidos, ocupaciones por parte de los estudiantes de distintas facultades, etc. Ante la grave situación, el Ministro de la Gobernación sanciona a Camilo Tejera como «instigador reincidente y responsable de propaganda excitando los recientes desórdenes estudiantiles que durante los días 27, 28 y 29 han alterado la paz pública en distintos sectores de la ciudad».Mientras el Gobierno Civil impone más de treinta sanciones y las hace públicas en una nota de prensa".

A toda esta cadena represiva por parte de las autoridades civiles, se le une la académica de la Junta de Gobierno de la Universidad. En la sesión celebrada los días 28 y 29 de marzo, el Rector informa de los desórdenes estudiantiles acaecidos durante las últimas semanas «consistentes en alteraciones del orden académico, como «sentadas», huelgas de pasillos, asambleas tumultuarias, faltas masivas a clase o alguna forma de ocupación indebida de aulas o espacios universitarios». Ante esta situación anómala acuerda, tras la aprobación por parte del Ministerio de Educación y Ciencia, la expulsión definitiva de 23 estudiantes de diez Facultades o Escuelas universitarias.

Como consecuencia de toda la agitación estudiantil, mimética respecto a la de otros Distritos, la Junta de Gobierno decide cerrar por segunda vez la Universidad en el breve plazo de menos de dos meses, en esta ocasión desde el día 1 de abril hasta después de las vacaciones de Semana Santa, cortando así de raíz con la posible continuidad de los altercados. A los pocos días de que se sucedieran estos acontecimientos, sincrónicos en toda la Universidad española, Lora Tamayo era separado del ministerio y sustituido por un hombre del Opus Dei, Luis Villar Palasí, que tomaba posesión el 18 de abril. En septiembre el ministerio publicaría un Decreto de Asociaciones  Estudiantiles, que fue rechazado por los estudiantes.

El resto del curso académico transcurrió en la Universidad de Sevilla sin mayores altercados visibles, pero dentro de la estructura del movimiento estudiantil se había producido una brecha insalvable, que a la postre acabó con el intento de crear el SD, tal y como se había previsto desde la aparición del primero, el de la Universidad de Barcelona, en marzo de 1966.

Inmediatamente después de los expedientes se organizan las Comisiones de Estudiantes, que llegaron a tener sus propias publicaciones. El texto fundacional de estas Comisiones estaba fuertemente influido por el Mayo del 68, inspirado en respuestas gauchistes (trotskistas, maoístas y anarquistas). Estas Comisiones de Estudiantes se caracterizaron por su espontaneidad y radicalidad y en ellas participaron Antonio Lirora, Bocanegra, Gastón, Montero y Morillas.

sábado, 16 de abril de 2016

Incendio en la Feria de 1964



La Feria de Abril de 1964, la más trágica de Sevilla: un muerto y 67 casetas en llamas


Primer día de Feria de Abril de 1964. Sobre la una de la tarde la gente empezaba a llegar al real, que aún se montaba en el Prado. Entonces una instalación eléctrica soltó un chispazo en la que se conocía como la caseta de los Lasso. Inmediatamente empezó a arder la lona que lo cubría y el fuego fue saltando hasta que afectó a casi toda una manzana. El viento no ayudó a los esfuerzos por apagar las llamas y algunas teas volaron hasta la siguiente calle y la anterior. Al final quedaron calcinadas o desmontadas para hacer un cortafuegos 74 casetas. La mayoría en la confluencia de las calles general Primo de Rivera, Infanta Luisa e Infante Carlos.

«Esta información podía haber quedado supeditada a una crónica de sucesos» decía el ABC de Sevilla del 22 de abril, un día después de los hechos. «No hay caso. [...] Queda mucho espacio del ferial que no "sabe" del fuego. Y mucha mujer guapa, y mucha chavalería que canta a todo trapo en medio de la calle. Aquí no ha pasado nada». Contrasta esa tranquilidad del cronista con el balance del fuego: un muerto y decenas de heridos. Bien es cierto que la primera impresión fue muy mala y de ahí probablemente lo benigno de la narración. El mal pareció menos.

Pudo haber sido una tragedia sin precedentes. El fuego, que corría de lona en lona, tardó unas horas en apagarse y el real ya tenía bastante público en las calles. Tan seguras se daban las muertes en gran número que las autoridades trasladaron al Equipo Quirúrgico no solo médicos, sino también sacerdotes. Por lo que pudiera pasar. Finalmente un solo fallecido -un señor mayor «pavesa de viva carne, bonzo involuntario» contaba ABC de Sevilla «fue pasto de las llamas». Veinticinco personas resultaron heridas de diversa gravedad.

Más que la crónica de un incendio, el fuego de la Feria de Abril de 1964 es la historia de cómo Sevilla se recuperó en un tiempo récord de la destrucción de gran parte del real. Y con sentido del humor. Se dio en la Feria una especie de carrera por ver quién era el primero que ponía en pie de nuevo su caseta. Ganaron los alemanes -«la tozuda disciplina germánica se impone»-. Les siguió en el segundo puesto la peña sevillista y el tercer lugar La Estrella.

Pero es que además muchas casetas colgaron carteles alusivos llenos de guasa: «Esto era un jamón serrano que se murió por curpita der butano»; «Por la mañana ardiendo y por la noche riendo»; «Esto fue una caseta»; «¿Quién dijo "mieo"?»; «Ni con fuego ni con agua, solo con alegría y cerveza». Hasta alguna caseta llegó a cambiar el nombre y una lucía un rótulo en el que se leía: «La chamuscá».

El balance de los daños tardó en llegar. Pero dos días después ya se hacía repaso de los mantones, cabezas de toros, sedas y cornucopias pasto de las llamas. Las maderas y toldos eran lo de menos. Los adornos de las casetas fue lo más costoso que se perdió, y en algunos casos se trataba de antigüedades. Pasado el susto del primer día, el resto de las crónicas de la Feria de hace 50 años poco o nada decía del fuego. Tan solo referencias sueltas, como si allí no hubiera pasado nada. Lo que querían lo sevillanos.

Don José García Suárez fue la única víctima mortal del fuego. Se encontraba en la caseta «La Ciebeles» cuando se vio sorprendido por las llamas, que le convirtieron en una tea humana. En el entierro -al que asistieron muchas perdonas, además de numerosa representación de autoridades, alcalde incluido- contaron sus hijos la historia de este hombre de 87 años. El anciano estaba vigilando la caseta en la que trabajaba su hijo cuando se declaró el incendio y no pudo huir. Su hijo le sacó de entre las llamas sufriendo también quemaduras y le llevó corriendo a que le atendieran. De poco sirvió. «Pepe, hijo mío, qué ruina. He perdido mi carterita con quinientas pesetas y un décimo de lotería», le decía el hombre cuando lo llevaban a un médico. Zapatero de profesión, dejó cuatro hijos, uno de ellos aún ingresado en la residencia García Morato (hoy hospital Virgen del Rocío). En la cama convaleciente recibió la noticia de la muerte de su padre. «Lloró desconsoladamente», recogía la crónica de ABC de Sevilla el día después del entierro, el jueves 23 de abril.

jueves, 3 de marzo de 2016

Grave incidente en la Semana Santa de 1.751.


 Cuando éste recibió la notificación ordenó que la cofradía se detuviese y que de allí no se moviera hasta que se le levantase la excomunión, acudiendo con un recurso a la Audiencia.

En el año 1.749 llegaba a Sevilla el Obispo don Francisco de Solís y Folch de Cardona (después fue Arzobispo de Sevilla entre 1.755 y 1.775 y, posteriormente, también fue nombrado Cardenal)  en calidad de coadministrador del Arzobispado, donde ejercía de hecho como Arzobispo, ya que el titular, el infante don Luis de Borbón y Farnesio, sexto hijo de Felipe V, quien había sido nombrado Cardenal a la edad de ocho años y que, carente de vocación religiosa, ni tan siquiera residía en la Ciudad.

Por decreto Sinodal del año 1.604, las cofradías sevillanas tenían que hacer todos los años, coincidiendo con la Semana Santa, estación de penitencia en la Santa Iglesia Catedral. Cuando las hermandades salían por la Puerta de los Palos giraban inmediatamente a la izquierda y salían por el arco que estaba pegado a la Giralda, así que pasaban por el lateral del palacio Arzobispal.

El Obispo Solís dispuso en el año 1.750, haciendo un requerimiento a todas las hermandades, que todas pasasen por delante de la puerta del Palacio Arzobispal, llamada del Arquillo de Santa Marta, a fin de que pudiese presenciar los desfiles penitenciales desde el balcón principal del Palacio y no desde el coro de la Catedral, como era costumbre inveterada.

Esta novedad causó mucha extrañeza entre los cofrades y el público en general y fue muy criticada, porque ya el señor Solís había pretendido modificar ciertas costumbres muy arraigadas entre los sevillanos.

Para este fin, tenían las cofradías que ir por un tránsito que había en el llamado Corral de los Olmos (donde estaba el antiguo Ayuntamiento y lo que es hoy la plaza de la Virgen de los Reyes) y dar una vuelta por delante del palacio para entrar en la calle Placentines.

La tarde del Viernes Santo de 1.750 se dispuso el ilustrísimo Solís a presenciar el paso de las cofradías, para lo cual, y para que la hermandades no alegasen ignorancia u olvido, mandó a un notario a la Puerta de los Palos, para que al salir de la Catedral les notificase la orden de pasar por delante del balcón del palacio Arzobispal.

Sorprendidas las cofradías con la formalidad del requerimiento, se apresuraron a cumplirlo; pero al llegar la Hermandad de la Soledad, donde la mayoría de sus hermanos pertenecían a la principal nobleza, su hermano mayor respondió al requerimiento diciendo que él, por su parte, estaba dispuesto a obedecer a su ilustrísima, pero como la novedad del cambio de itinerario correspondía señalarlo a la Hermandad y ésta no podía celebrar Cabildo en plena calle para acordarlo, no alteraba la costumbre, por lo que no pasaría por delante del Prelado, y sin más la cofradía siguió la estación acostumbrada. El Arzobispo, al conocer la respuesta, no hizo comentarios, frunció el ceño y se marchó al interior del palacio. 

En la Semana Santa del año 1.751, cuando ya nadie se acordaba del incidente del año anterior, el señor Solís, como buen aragonés, volvió a insistir en sus deseos de que las cofradías pasasen por delante del balcón de su Palacio.

Todas las hermandades que procesionaban, algunas en contra de su voluntad y otras indiferentes, siguieron el mandato del Arzobispo en funciones, quien había vuelto a colocar a un notario en la Puerta de los Palos para recordar esta disposición.

El Viernes Santo, día 9 de abril, desde muy temprano,  acompañado de sus familiares, se colocó el señor Solís en el balcón. Por delante de su ilustrísima pasaron las tres primeras cofradías de la tarde.

Sin embargo, la Hermandad de la Exaltación de la Cruz, desestimando el precepto del Arzobispo, se dispuso a salir por el lugar de costumbre. Viendo esto, el notario advirtió al Hermano Mayor, don Antonio Ortiz de Sandoval, conde de Mejorada, para que efectuara la salida por el Arquillo de Santa Marta, porque así lo había dispuesto el Prelado, contestando el cofrade “que el paso, al ser muy grande, no podía pasar por los arcos y que no estaba en los atributos del Arzobispo en funciones cambiar las costumbres de las cofradías”.

La Hermandad de los Caballos continuó saliendo por la Puerta de los Palos, su cruz de guía giró hacia la izquierda e inició el camino que siempre, desde hacía muchos años, había recorrido.

Informado el Arzobispo de la decisión tomada, y molesto por la respuesta que había dado el hermano mayor, mandó, bajo pena de una multa, que la Hermandad cumpliese con lo ordenado. A pesar de la sanción impuesta, la Hermandad, alentada por el público, siguió lentamente su camino.

Ante esta desobediencia, el Arzobispo, muy irritado, envía una pena de excomunión contra el Hermano Mayor y contra los hermanos desobedientes. Cuando éste recibió la notificación ordenó que la cofradía se detuviese y que de allí no se moviera hasta que se le levantase la excomunión, acudiendo con un recurso a la Audiencia.

La procesión se deshace dentro de la Catedral, el Cristo se quedó frente a la puerta lateral del Palacio Arzobispal y la Virgen de la Lágrimas entre la cancela y la Puerta de los Palos.

Mientras tanto, la Hermandad del Cristo de la Fundación, de hermanos negros, que procesionaba detrás de la Exaltación, con el parón se quedó dentro de la Catedral. El Arzobispo Solís les ordenó que no se pararan, que salieran y que adelantara a la Hermandad rebelde.

Los hermanos de la Fundación le enviaron una contestación con mucha retranca: “Por dónde van los blancos detrás irán los negros”. Se quedaron dónde estaban, hasta que pudieran moverse de allí. 

La Real Audiencia de Sevilla se reunió urgentemente. Una vez conocidas las causas y después de las diligencias ordinarias y, tras unos incidentes que ocurrieron entre ambas jurisdicciones (civil y eclesiástica), dicta una resolución en la que conmina al Prelado a levantar la excomunión.

El Arzobispo, cada vez más descompuesto, se negó rotundamente, a menos que la Hermandad cumpliese con sus disposiciones. Los magistrados de la Audiencia, ante esta actitud, reaccionaron decretando el extrañamiento del Arzobispo y ordenando su  salida del Arzobispado inmediatamente.

Finalmente, una vez llegada la calma a los exaltados ánimos, el Prelado terminó cediendo, alzando la sanción y levantando la pena de excomunión.

Siendo ya más de la diez y media de la noche, se reorganizó la Hermandad de la Exaltación y sobre las once iniciaba de nuevo el regreso a su templo por el lugar de costumbre, como si nada hubiera ocurrido y con un gran acompañamiento.

Obstinado el Arzobispo en mantener su autoridad, a los pocos días apeló al rey Fernando VI y al Cardenal don Luis de Borbón, para que se le guardasen las prerrogativas de su ministerio y se respetase su dignidad arzobispal.

Sin perder tiempo llegó de Madrid una carta del secretario del Cardenal don Luis de Borbón, haciéndole saber al señor Solís el disgusto de Su Alteza por haber expuesto a la dignidad arzobispal a un desaire, y recordándole que cuando los reyes estuvieron en Sevilla vieron las cofradías en la Catedral, previniéndole que en adelante no innovase nada en las cofradías sevillanas.

Más adelante, el nuncio en España de Su Santidad el Papa Benedicto XIV, de acuerdo con el Cardenal don Luis de Borbón, acordaron que las cofradías siguiesen sus itinerarios tradicionales.

Este incidente sirvió de caldo de cultivo en Sevilla para los comentarios exagerados, habladurías, chismes y chistes que duraron un buen periodo de tiempo. Se acuñó una frase que fue, durante muchos años, un dicho entre los sevillanos: “Ni fía, ni porfía, ni cuestión con cofradía”.

El Cardenal Solís nació en Madrid, en la iglesia de San Francisco el Grande, donde su madre había acudido cuando se presentó el parto. De ascendencia aristocrática, pertenecía a una de las familias más influyentes en la corte del rey Felipe V, su padre era el duque de Montellano, grande de España y Caballero de la orden de Santiago, y su madre era la marquesa de Castelnovo. Su hermano menor, José Solís Folch de Cardona, fue Virrey de Nueva Granada (actual Colombia) entre 1.753 y 1.761, año en el que dimitió para ingresar en la Orden Franciscana, falleciendo de misionero en Santa Fe de Bogotá.

Don Francisco de Solís era tuerto, pues en su juventud perdió el ojo izquierdo mientras practicaba esgrima con el futuro rey Carlos III, por lo que todos sus retratos muestran únicamente su perfil derecho.

En el año 1.759 contribuyó a la reconstrucción de la iglesia de San Roque de Sevilla y en 1.762, con su impulso se reconstruyó el convento capuchino de Santa Rosalía, de la que era muy devoto, muy dañado por un incendio sufrido en 1.761, ese mismo año también encargó la reconstrucción del palacio Arzobispal de Umbrete, deteriorado gravemente por incendio también en 1.761, obras que no se concluyeron hasta finales del siglo XVIII.

Los historiadores destacan tanto su esplendidez con los más pobres como su derroche en gastos de carácter suntuario, llegando a tener a su servicio 75 criados, cuyo pago ascendía a más de 175.000 reales anuales.

El 1.766, fue nombrado Hermano Mayor y protector de la Hermandad de los Negritos de Sevilla.

Falleció el Arzobispo don Francisco de Solís el día 21 de marzo del año 1.775 en Roma, durante su estancia en esta ciudad para la elección del papa Pío VI. Fue enterrado en la Basílica de los Santos Apóstoles de la ciudad eterna y su corazón, depositado en un arca, fue trasladado al convento de Santa Rosalía de Sevilla, siendo colocado en el coro de la iglesia.
 
Como curiosidad, en la parte trasera del paso neogótico de la Virgen del Pilar, con sede canónica en la parroquia de San Pedro de Sevilla, y que procesiona el día 12 de octubre, figura el escudo de este Cardenal. 
Juan Luis Contreras

lunes, 1 de febrero de 2016

El año del diluvio en Sevilla


 
Muchas familias habían quedado desamparadas y sin casa, y cada día salían, sin rumbo fijo, vecinos de Sevilla a otras partes en busca de un lugar donde pudieran rehacer sus destrozadas vidas y haciendas.


No debieron estar bien tapados los husillos por donde desaguaba la Ciudad, ni bien calafeteadas las puertas de las murallas, cuando a medianoche del mismo sábado, creciendo soberbiamente el río acometió a las murallas y puertas, rompiendo la del Arenal y entrando el agua con gran ímpetu en la Ciudad, y sin dar tiempo a que nadie, o muy poca gente, se pusiera a salvo, anegó desde la puerta de Jerez hasta la de la Macarena.

Más de 8.000 casas se vieron rodeadas por el agua, con tanta abundancia que de ninguna se podía salir como no fuera en barca, porque la altura de la inundación superaba el metro y medio.

Resulta difícil describir lo que esa noche pasó en Sevilla. Sonaba el viento furiosamente; las campanas de las parroquias tocaban llamando a socorro o plegaria, y redoblando el viento los alaridos de tanta gente que padecía en la oscuridad y tristeza de la noche; todo junto formaba un espantoso y confuso sonido que parecía un aviso de que se aproximaba el juicio final.


Se inundó también el prado de Santa Justa y juntándose el desbordado río con el arroyo Tagarete, anegó toda la parroquia de San Roque, el convento de San Agustín, el barrio de la Calzada y la parroquia de San Bernardo, donde había más de 600 casas. También dejó anegado los campos de Tablada.

Por la otra banda del río quedó Triana completamente inundada y llegó el agua hasta el altar mayor de la iglesia de Santa Ana, y se anegaron muchas huertas, casas de recreo, quintas, heredades y cortijos.

Fue terrible la confusión que hubo el día 25 de enero. Salieron las mojas de su clausura y andaban grupos de gentes por la parte de la Ciudad que quedó sin anegar, buscando los padres a los hijos, las mujeres a sus maridos y familiares, que con la turbación y tinieblas no vieron.

Como el vendaval llegó de manera tan repentina y tantas tahonas y hornos se anegaron de improviso, no se había previsto amasar pan en abundancia, llegando a costar la hogaza de pan una cifra muy importante y, lo que era peor, resultaba muy difícil encontrar quien la vendiera.

Con la continuidad de tanta agua, se derrumbaron más de 600 casas, pereciendo muchas personas. Arrastró el río la mayor parte de las mercaderías de las Indias que se hallaba tendida en el Arenal, desde la Torre del Oro hasta la puerta de Triana: palos del Brasil, corambres (cueros, pellejos), cajones de añil y azúcar, tablas de Flandes, maderas de todas clases...

El río, en su imparable ímpetu, se llevó por delante almacenes de aceite, las bodegas de vino de Triana y de su Vega, y ahogó a un ganado numeroso, lo mismo mayor que menor.

Se vieron casos muy lastimosos y extraordinarios. Parieron dos mujeres en la Catedral y otras dos en un colegio de frailes, donde se habían refugiado con otras tantas personas. Se pescaron anguilas y albures en algunas calles; se vieron los ratones y los gatos juntos en las azoteas y tejados, sin molestarse los unos a los otros; se arrojaban las señoras y doncellas a las barcas desde las ventanas y tejados.


Los navíos que se hallaban en la ribera del Guadalquivir vararon lejos de tierra, dos de ellos quedaron en seco en San Telmo; uno en los Remedios; dos en el puerto camaronero y uno en el Prado de San Sebastián, junto a la horca de la Inquisición.

Eran muchos los que echaban maldiciones al Asistente y a los Caballeros Veinticuatros, pareciéndoles que eran los responsables de tanto mal por haberse descuidado y no haber puesto remedio a tiempo.

Muchas familias habían quedado desamparadas y sin casa, y cada día salían, sin rumbo fijo, vecinos de Sevilla a otras partes en busca de un lugar donde pudieran rehacer sus destrozadas vidas y haciendas. Hubo quien apreció tan terrible daño en más de cinco millones de ducados. Pero lo más lamentable fue que, en medio de esta tragedia, muchas personas perdieron sus vidas.

Juan Luis Contreras