domingo, 9 de agosto de 2015

Salida de Nicolás Soult de Sevilla




Sevilla, verano de 1812 · El mariscal Soult se retira con su ejército, tras dos años de ocupación en los que ha expoliado multitud de obras de arte.

Este militar francés nacido en Saint-Amans (Tarn) el 29 de marzo de 1769 y muerto en la misma ciudad el 26 de noviembre de 1851, era hijo de un notario que quiso dotar a su hijo de una buena instrucción, él prefirió el ejército, en el que ingresó en 1785. Cabo en 1789, subteniente en julio de 1792, capitán, en agosto de 1793, era el perfecto militar sansculotte.

General de brigada, en octubre de 1794, en el ejército de Sambre et Meuse. Estuvo después en el sitio de Luxemburgo, del 13 de abril al 7 de junio de 1795, y en las batallas de Altenkirchen y Wetzlar, en 1796, año en que se casó con una burguesa alemana, Luisa Berg, a la que Napoleón atribuirá más tarde el afán desmedido de enriquecerse que se apoderó de Soult. Continuó la campaña de Alemania en 1797. General de división, en 1799. Napoleón le nombró comandante militar del Piamonte, y después mariscal del Imperio Napoleónico y duque de Dalmacia.

En 1808 fue enviado a España: conquistó Burgos, hizo la campaña de 1809 en Galicia y Portugal y conquistó Andalucía en 1810. Hasta 1812 fue el gobernador de hecho de Andalucía hasta la Proclama a sus soldados preparándolos a abandonar la capital y demás puntos de Andalucía, que se publicó en Sevilla, el 15 de agosto de 1812. Inmediatamente después fue puesto al frente de todo el ejército francés en España hasta la retirada de las tropas en 1814. Posteriormente llegó a participar en la batalla de Waterloo como mayor general del ejército francés, sirviendo también a Luis XVIII como ministro de la guerra.

El que hoy es uno de los mayores orgullos militares de Francia, donde se glorifica su memoria, ha de ser denostado en España a causa especialmente del saqueo artístico que realizó en Sevilla en nombre del rey José I con el pretexto de fundar un museo nacional en Madrid. Esta lamentable actuación se realizó en una ciudad como Sevilla, que no fue tomada a la fuerza, ya que capituló y, por tanto, habría de ser respetada íntegramente.

La Sevilla ocupada por Soult, una ciudad llena de tesoros pictóricos por el pasado esplendor de la escuela sevillana, eso se tradujo en un elaborado plan de expolio. El director de Bellas Artes nombrado por el rey José era un marchante francés poco escrupuloso llamado Quilliet, que debía enviar al proyectado museo las obras “de los conventos suprimidos o de que pueda disponer el gobierno”.

Soult actuó como un depredador de las mejores pinturas que había en la ciudad, y llegó a almacenar en el Alcázar mil obras procedentes de los edificios religiosos. Pero lo más grave es que se apropió para sí mismo, indebidamente, de las más selectas pinturas que fueron de su gusto y las trasladó posteriormente a París, donde las exhibió ostentosamente en su domicilio. Hombre codicioso que hizo una gran fortuna, utilizó, sin duda, las obras de arte como respaldo estético de la gran categoría social que había alcanzado.

Soult no se conformó con las pinturas oficialmente requisadas de iglesias y conventos que tenía a su alcance en el Real Alcázar. En las mansiones sevillanas había pinturas que fueron a parar a la colección Soult por el sistema mafioso. El omnipotente jefe de la ocupación militar, cuando veía un cuadro que envidiaba, hacía una oferta de compra. Pagaba un precio irrisorio, pero ¿quién se atrevería a decirle que no? Sus robos quedaban así inmediatamente blanqueados por un contrato legal de compraventa.

Años después, instalado en su fortuna, cuando enseñaba su colección a las visitas, les explicaba que eran regalos de los vencidos en agradecimiento a su clemencia, un cinismo propio de aquel oportunista capaz de ocupar altos cargos en tres regímenes antagónicos como fueron el Imperio napoleónico, la Restauración borbónica y la monarquía burguesa de Luis Felipe. La desfachatez llegaba al límite cuando explicaba ante un murillo que el cuadro tenía el valor añadido de haber salvado una vida. Quería decir que amenazó con fusilar a su dueño si no se lo vendía, y el dueño cedió.

La pesadilla acabó el día 28 de agosto de 1812. El Mariscal tuvo que salir corriendo dejándose atrás parte de sus robos. Todavía le sangran las heridas a Sevilla. Las suyas, las de sus cómplices y las de los silencios rastreros sevillanos de los que nunca se escribe. La ciudad de los silencios...

Sevilla no olvidará la fecha de su marcha. Puente de la plata que no pudo robar.